domingo, 20 de diciembre de 2009

Bla existencial dominguero (es tu culpa, por hacerme esperar)

Je suis heureuse. I am happy. Yo estoy/soy feliz.

Benditos los idiomas que no le buscan distinciones a su estado de felicidad en la conjugación. La tienen segura. Ser implica algo intrínseco en uno, es indivisible, es, y punto. Estar es vivirlo de paso. Hoy sí, mañana quién sabe. Tener y perder luego. ¿Soy o estoy? ¿Es mío o me lo prestan? El español, junto con sus habitantes lingüísticos, se rebusca la vida haciendo divisiones que nos marcan la lengua y la vida. Quizá porque nuestra idiosincrasia castellana nos llama a hacernos bolas más de lo necesario. Palabras más, palabras menos, me perece cómodo echarle la culpa de mi crisis existencial de hoy al idioma.

Un tipo bastante curioso una vez me explicó su rimbombante teoría de por qué nuestro concepto sobrevalorado de felicidad no existe. “Es un error adjudicarle características que la palabra no tiene. La felicidad es un estado de ánimo, como cualquier otro,” me dijo, mientras enredaba sus dedos flacos en sus chinos. “La gente no ES feliz; la gente ESTÁ feliz.”

No tenemos permanencia. No la hay, no existe. Todo es transitorio. Hay muchas estaciones que pisar, y uno no puede quedarse en ellas mucho tiempo porque pierde el tren. La caducidad, la pinche caducidad de los estados de ánimo nos tiene condenados. No te aferres, no te acostumbres, porque se vienen otros aires que te tumban lo que construiste en tu zona de confort. No te apegues, no tiene caso.

¿En dónde cimbro, entonces? ¿De dónde me agarro? ¿O es tiempo de aprender a soltarme? Lo que creo expira. Mis teorías que me han salvado de la locura se están oxidando. ¿También la gente? ¿Tengo que mudarme siempre? Ser, estar. Ir, volver y terminar yéndome de nuevo. ¿Y esta vez a dónde?

Yo soy. ¿Pero dónde/ cómo/ cuándo/ por qué/ para qué/ para quién/ con qué/ con quién estoy?

martes, 15 de diciembre de 2009

Mi lista de deseos Navideños

-Que los hombres nunca vuelvan a hacer referencia a nuestro peso en épocas decembrinas, en las que nosotras nos tapamos un ojo mientras mordemos el buñuelo. Y menos mientras hacemos fila para entrar al baño. No importa lo fuertes e intelectuales que parezcamos: hay una bulímica potencial en todas nosotras.

-Que los conductores fueran menos hostiles en estas fechas. Hoy crucé un kilómetro de Av. Guadalupe caminando y todo lo que se escuchaba eran claxons y mentadas de madre de buchonas de uñas con Swarovski en sus Expeditions. ¿Paz y amor, anyone? ¿Qué no su pinche fecha se trata de eso? No nada más de llenar sus cajuelas de Wii’s y Guitar Hero’s para sus hijos malcriados.

-Que le dieran un vale de Burger King y otro de centro de bronceado a la modelo de los espectaculares navideños de Palacio de Hierro.

-Que quiten esos cuernos de reno de sus coches. Señores, ya, por favor, lo toleré el año pasado, dejen su espíritu navideño para la INTIMIDAD de sus hogares, frente a su arbolito de esferas recicladas y su nacimiento Jumbo.

-Que esos nauseabundos traficantes de niños vendedores de chicle al menos les pongan suéteres a los pobres pequeñines. El del cruce de Guadalupe y Niño Obrero hoy no dejaba de toser.

-Que la Cena de Navidad no fuera un último recurso para atar las cuerdas flojas de las familias hostiles y distantes. Que fueran reuniones sencillas, en las que la discusión del plato fuerte no se volviera una batalla campal por rencores guardados.

-Que no pusieran los villancicos de Tatiana en todos los Wal-Marts. Sólo vengo a comprar jamón, no me torturen.

-Que hubiera una isla para mostrar los juguetes en las tiendas como las que había en La Colonial de la Plaza Arboledas. Mi generación extraña un espacio para armar Legos gratis.

-Que hubiera más posadas este año. Hacen falta reuniones para ponerse irresponsablemente alcoholizado por una razón válida.

-Que dejaran de contratar botargas de Santa Claus. La dignidad humana es una línea muy delgada que se cruza con facilidad. ¿Y qué encontramos en el lado oscuro? Un infierno de botargas risueñas y con sobrepeso.

-Que alguien le explique a mi primito que Rodolfo no tiene la nariz roja porque tiene influenza… es porque es especial. Rodolfo es una moraleja alentador para gente como nosotros, pequeñín: ¡a los freaks nos toca liderar el trineo! ¡Llamamos más la atención!

-Que las tiendas departamentales pusieran las baratas ANTES del 26. Montoneros aprovechados. O, al menos, que las familias se organizaran para comprar los regalos hasta ese día, que la crisis no está para comprar regalos a extraños.

-Que pase pronto. Por favor, que se acabe ya este ardid mercadotécnico que se aprovecha de la miseria humana y su necesidad de llenarla con lucecitas y envolturas. Un JO JO JO más y me doy un tiro.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Je vide mon sac

No me dejes ir.
No abras tanto la ventana; puede entrar el aire y enfriar las ganas.
Tenemos caducidad.
Un día va a ser demasiado tarde.
Un día tu exceso de prudencia y mi desprendimiento van a ser un estorbo.

Por ahora nos limitamos.
Guardamos las formas, guardamos silencio.
Nos quedamos con este implícito.

Lo dicho entre líneas acabará por enmudecer.
No existirá.
Me voy perder. Me voy a borrar.
Mírame, mira cómo me voy.

No me dejes ir.

sábado, 5 de diciembre de 2009

El corazón de la ciudad es el mío

La ciudad me envuelve como tamal amarrado a las carreras; sin forma, sin método, pero con amor del bueno. Me da espacio entre sus esquinitas para acurrucarme, para apapacharme y dejarme que me vacíe de todo. Me permite compartirle de mi carga y dejarle el bulto junto a una de las tantas alcantarillas botadas.

La ciudad me mira, divertida con mis tropezones. ¿A dónde vas tan vestida y alborotada? ¿Por qué insistes en pisar todas las hojas amarillas del pavimento? ¿Por qué vas sola? ¿Por qué aquí, por qué allá, cuándo vas a encontrar tu sitio? A ver si ya dejas de perderte, a ver si repasas otra vez la Guía Roji y cambias de ruta, que estoy harta de verte con la cara lánguida y postrada en la misma silla. ¿Qué tanto le miras al camellón? ¿Qué tanto le suspiras?

La ciudad me escucha. Hablo bajito, no vaya a ser que la gente crea que estoy todavía más loca. La ciudad se hace la sorda, pero sé que me oye clarito cuando le reclamo, le comparto y le pregunto. No necesito que me responda. Bastante chiflada estoy conversando con la urbe como para que, encima, me conteste ella a mí.

Hoy la ciudad me recibe con las calles abiertas. La hija pródiga regresa al cuchitril del que salió, al nido de las ideas desordenadas, como los panfletos malhechos pegados en los postes de electricidad. Dónde andabas, me dice, que ya no me hacías caso. Vente, vente para acá, te hago un campito.

Prendan los arbotantes que ahí les voy; limpien las fachadas jodidas y las banquetas cuarteadas, trépenle al volumen de esa canción pitera de la pick-up de al lado, saquen sus puestos de garnachas afuera de las iglesias, pónganme un Oxxo en el camino, preparen los patrulleros de vialidad sus libretas de infracción, despejen López Mateos y espérenme en La Selva con una taza calientita, que ahí les voy. Minerva de aguas verdosas, ahí te voy. Calles con nombres de muertos célebres, ahí les voy. Bares pseudo-alternos con cerveza barata, cafesuchos, puestuchos, topes tamaño familiar, claxons enloquecidos, borrachos al volante, faroles gastados, tacos parados, papas al horno, música de iPods ajenos, cadenas, puertas abiertas, bicicletas, botas y bufandas, viene-vienes, cortesías, mezcales, bacachos y whiskeys, vasos rojos, popotes, cascos vacíos rodando en el coche, colillas, baños del Burger King y Sanborns, Tapatilandia de mis desamores… ahí te voy.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Soundcheck

Le platico a la noche.
A las partículas de aire sucio.
A mi perro dormido, a mi almohada anoréxica.
A mi libreta negra que está harta de mis desaires.
A esto, que no se qué es y dónde acaba.
A cualquier cosa que me haga sentir que hay revire.
Aunque sea el eco de mi voz mormada y quejumbrosa.
Y ni eso.
No hay réplica.

Mis palabras se esfuman cuando mis dedos se separan de las teclas.
Y se vuelven nada.
Porque no sirven de nada.
No llegan a ningún lado.
No hay a dónde llegar.

Los monólogos deberían ser breves.
Yo he abusado del género.

Tengo miedo. Sí, eso. Miedo.
Pánico a dejar de hablar para darme cuenta de que hay silencio.
Que la silla frente a mí ya fue desocupada.
Que la venda ya no cubre bien mis ojos y debo recurrir a métodos más cínicos.
Y, al final de cuentas…
¿A quién le estoy hablando?

Probando, uno, dos, tres. ¿Me escuchas?
No, ¿verdad?
No importa.
La prueba terminó, de todos modos.
Duró demasiado.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Tara

“Todos sus órganos están inflamados, el corazón ya no puede subministrarles suficiente sangre.”

¿Puedes creer todas estas tonterías? ¿Puedes oírlas? Sí, yo sé que puedes, pero eres una floja. Te imagino perfectamente en este momento. Ni la oreja paras para disimular que pones atención. Siempre fuiste así. Tu pose estrella era echada al sol, panza arriba y con las patas al aire. ¿Te acuerdas que me hacías reír cuando te arrastrabas sentada por el pasto? Sabías que te lo iba a festejar.

Levántate. Por favor levántate y hazlo otra vez. Por mí.

“¿Cuántos años tiene?... Claro, es natural que esto pase.”

¿Cómo osan preguntarlo? ¿Qué, el veterinario éste no sabe que es pecado capital preguntarle la edad a una dama? ¿Es natural que esto pase? ¿Es natural que mi preciosa se me esté deshaciendo por dentro y usted no pueda hacer nada para quitarle el dolor? ¿Por qué no hace nada? ¡¿Por qué carajos no le quita todos esos cables para que ya no llore y sufra de esa manera?! ¡¿Por qué no la acaricia, la baja de esa estúpida plancha y la abraza fuerte, muy fuerte?! Ahí voy para allá, preciosa, ahí voy, que estos idiotas no saben nada, espérame, por favor por favor por favor, espérame. Ahí voy, mi vida, ahí voy. Espérame.

“Podemos intervenirla, pero no puedo asegurarle que resista la operación.”

Deberías de verme. Estoy manejando rápido, como te gusta. ¿Te acuerdas? Te encantaba pasear en coche. Te hacías bolita en el asiento para que cupieras, y babeabas mi palanca de velocidades de la emoción. Cuando eras más chica, teníamos que cerrar las puertas del coche, porque si no nos dábamos cuenta, te me trepabas al asiento del conductor y lo dejabas lleno de pelos. Y no había poder humano que te bajara.

Ahí voy, preciosa, ahí voy. Nomás que llegue y huimos del doctor. Te prometo que voy a sacar fuerzas de no sé dónde y te voy a cargar al coche. Y voy a bajar todas las ventanas para que te pegue el aire y le ladres a quien se te pegue tu gana. Nada de operaciones. Las odias, ya sé que las odias, y no te voy a hacer eso. Ahí voy, espérame.

“Tal vez sería recomendable aplicarle una buena dosis de morfina.”

Mi chiquita, con lo que odias a los doctores. Cada vez que teníamos que inyectarte se te caía el pelo del susto. Te prometo que ésta será la última vez que ves una aguja en tu vida.

Está lloviendo. El clima está loco, es noviembre y está lloviendo por aquí. Es cierto, amabas la lluvia, como toda melancólica trillada. Se te iluminaba tanto la cara con unas míseras gotitas que temía que en cualquier momento tendría que arrastrarte de regreso a un lugar seco y con techo. Menos mal que tus añitos encima ya son freno suficiente. Te conformas ahora con mirarla con tus enormes ojos, suspirar con pesadez y clavar tu nariz en el vidrio.

Tus ojitos, cómo los adoro. A veces juro que podías entenderme cuando daba vueltas a tu alrededor, declamando mis problemas, y tú me seguías nada más con la mirada –floja parásito–, como esperando con paciencia monumental a que solita me dejara de hacer nudos en la cabeza y me sentara a rascarte la panza. Hasta eso, eres paciente. Y lista. Sabes que tienes que limitarte a contemplarme para conseguir lo que quieras. Excepto las galletas; esas siempre han requerido un poquito más de empeño, como mover la cola –tu pobre intento de cola, cortada en honor a la los estúpidos cánones estético de tu raza – y restregar tu hocico en mis pantalones, demandando cariño y galletas Marías.

Ahí voy, bebé, ahí voy. Espérame, ya voy por ti. No tardo, por favor espérame.

“Lo más humano sería dejarla descansar.”

¿Qué sabes tú de lo humano, chiquita? Todo, todo. O nada, y por eso eres tan maravillosa. Eres mejor persona que todo el chingamadral de bípedos estúpidos que hay en el mundo, eres más hermosa que todos ellos y vale más la pena conservarte a ti. Te prefiero mil veces más. ¿Qué voy a hacer si te me vas? ¿Quién me va a recibir todas las noches, cuando llego asqueada de los seres humanos? ¿Quién me va a hacer esas fiestas, husmear mis manos y alegrarse de que estén vacías, porque así es como mejor puedo dar amor? ¿Quién va mirarme como tú, con unos ojitos que no me juzgan, no me aleccionan ni me señalan... sino que sólo me miran, porque soy yo y con eso basta, y que exista es suficiente felicidad para alguien?

No me dejes, mi fea, no me dejes. Por favor, no me dejes… que te me vas tú y se me va el único puente que queda entre los dos pedazos de mi vida. Se me va lo poco bueno que existe de la repartición de bienes familiares, se me va la seguridad de que alguna vez sí fuimos felices todos nosotros… te me vas y de veras me siento sola. De veras me siento huérfana.

No te vayas. Espérame, por favor, por favor espérame poquito más. No puedes dejarme sola. No puedes dejarme a mí toda la responsabilidad de hacer sonreír a esta casa. No puedes hacerme esto, no puedes hacerme esto. No puedes dejarme con la angustia de que te me fuiste solita y asustada, tirada en una plancha de metal fría, con manos extrañas incrustándote agujas. No puedes irte sin que me veas por última vez y te limpie las lagañas, y te corte las uñas, y te rasque las orejas, y me tire en tu panza, y te haga renegar y te diga cosas bonitas, y te abrace y no me importe que me queden pelos en la ropa, y te bese la nariz y te bese los ojos, tus ojos, chiquita, que si algún ser humano me mirara de esa manera no sé cómo le haría para seguir de pie, y te jure y te perjure que ahorita mismo te llevo de ahí y nos vamos de regreso a tu tapete, a tu casa, y…

“Lamento informarle que no llegó a tiempo… ya falleció.”

sábado, 28 de noviembre de 2009

Swan song of the last believer (*suspira* ojalá fuera mío)

How to know when to cry out?
At the incipient prickle of doubt
mistaken for a subtle rise
in temperature? Or at the doubt
after that, threatening to affirm
your most miserable surmise?
Or when more insidious doubts start
multiplying - start to dance
and surge chaotically like sperm,
too speedy and paisley to chart?
Or on the first panicky glance
at the vast hall that once was crowded,
the barely hearable gasp and soft
stumble of the one beside you? when
the one beside you is suddenly not
beside you? When memory of that one
grows too distant not to be doubted?

-J. Allyn Rosser.
The Atlantic Monthly, julio/agosto 2009

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Taconeo, ergo sum

Soy mujer y escribo.
O escribo porque soy mujer.
No.
Soy mujer. Escribo. Ninguno es consecuencia de lo otro.
Pero, ¿es posible callar mi sexo?
¿O se lee entre líneas?
La fragilidad, el deseo
Las partes íntimas bañadas de letras
El fonema manchado de lápiz labial
Rojo. Rosa. Labios pálidos, entreabiertos
Bocas dulces y mordisqueadas
Susurrando en oídos extraños.

Soy mujer y escribo.
Pero mi voz quiere mutar y ser más ronca
Jubilarse del rastrillo
Y cambiar los tacones por las botas
Mi pluma puede esconder los holanes
Si me lo propongo.
Porque escribir, a veces,
Exige habitar otros cuerpos.

Pero, ya sé, te das cuenta
Me escuchas de puntillas detrás de la página
Soy demasiado cursi,
Demasiado fatalista
¿Para qué esconderme si sabes que soy yo?
¿Para qué me disfrazo y me matizo?
Si a nadie le importa
Si la mano que lo escribe usa medias o calcetines
Mientras le llegue a rincones del alma
Que no sabía que tenía

Soy mujer. Escribo.
No soy una cosa sin la otra.
No existo con una sola mitad.
No soy. No puedo ser.
Y no sé qué hacer.

martes, 24 de noviembre de 2009

‘Now that I’ve found you, I can stop looking for myself’/ Sarah Kane

Sometimes I turn around and catch the smell of you and
I cannot go on, I cannot fucking go on without expressing
this terrible so fucking awful physical aching fucking longing
I have for you. And I cannot believe that I can feel this for you
and you feel nothing. Do you feel nothing?
-4.48 Psychosis

Tú sabes mejor que muchos de la miseria del corazón jodido. Háblame. Cuéntame tus tropiezos, que debieron haber sido violentos, trágicos... como tú. Tú que cediste antes de tiempo. No sin antes vomitar la carta de amor más incomprendida y manoseada por la escuela de psiquiatría y el teatro experimental.

Dime quién fue. Qué te hizo.

Te envidio horrores, ¿sabes? Yo quiero que me arruinen de esa manera.

Que me trastornen el sueño, me quiten el hambre y me dejen en los huesos, seca, harta, hecha un saco de migajas y basuritas de Kleenex. Quiero que me arrojen a vicios inconfesables, que me hagan hacer barbaridades en lugares públicos y causar lástima en el baño de mujeres.

¿Qué se siente desvivirse así? Por alguien, por algo, por nada y por todo mundo. Es cierto. Todas nosotras validamos nuestras historias infelices con la mala memoria. Todas las volvemos importantes, a todas las fracturas queremos dejarles sus cinco minutos de fama, no importa que tan hondas o leves haya sido.

Tienen nombres y apellidos compuestos. Y es raro, pero todas dolieron lo mismo. El chico de uniforme gris y ojos grandes que te prestó su chamarra en la fiesta de primero y el tipo que te dejó desnuda y llorando en su cuarto te rompieron igual. Sentiste lo mismo cuando uno ignoró tu vestido nuevo en el festival de Navidad que cuando otro, nueve años después, te regaló una bagatela y se largó al sur.

Al final de cuentas no importa quiénes sean, ¿verdad?

Si todos sirven para lo mismo. Para joderte y exprimirte hasta la última hoja de elocuencias miserables.

The heat is going out of me.
The heart is going out of me.
-Crave

domingo, 22 de noviembre de 2009

Corazón de Alcachofa, Corazón de Pollo

-¿Tienes algo más que decir?

¿Y qué digo? En estas conversaciones, a debiluchos como yo se nos sale agua de los ojos si abrimos la boca. El conducto equivocado para fluir, entregando el mensaje que no queríamos dar. Y una no puede perder el estilo. Si es que todo se ha perdido, que al menos se nos quede la frente en alto y las mejillas secas.

Las peores derrotas siempre terminan siendo en lugares públicos. Las mías, al menos. Duele más si se tiene audiencia– en el pecho, en el alma, en el orgullo– por la presión de recuperar pronto la compostura. Los restaurantes son el escenario propicio para la humillación un tanto mesurada. Son discretos, tienen carta de vinos y los lloriqueos son ofuscados por esos comensales que cuchichean al compás del rechinido del tenedor contra el plato.

Hoy somos un happening de la violencia pasiva en un restaurante de Avenida México. Desvío la mirada de mi interlocutor, sentado frente a mí. No es debilidad, es supervivencia. Registro las paredes, busco asilo en los puntos de fuga del lugar; la clave para evitar la humedad es mantener las pupilas ocupadas. El reloj de la entrada me parece un buen refugio, hasta que me llega el delirio de que es él quien me mira. El que me mide y me prueba. Anda, contesta. Dilo, maldita marica desidiosa.

Sabe que mi batalla está perdida. Sus numeritos amenazantes me vigilan… doce jueces que disfrutan el espectáculo de mi desmoronamiento. Sus manecillas afiladas apuntan hacia mí, retándome a balbucear las palabras entrecortadas

Tic. Tac. No vas a lograrlo. Tic. Tac. Deja de hacerte tonta.
Tic.
Todo está perdido.
Tac.
Se te acabó el tiempo.

El tono de la discusión ha ido in crescendo en el transcurso de la comida. Fue de la sobriedad de nuestras voces en la entrada –espárragos asados, chismerío de política– al desgarramiento verbal de la sobremesa, con su Licor 42 y mi cenicero de moderadores. Si esto fuera otro lugar, aquí habría sangre desparramada por todos lados. Pero aquí debemos ser civiles. El mesero ha retirado los cuchillos, menos mal. Los manteles blancos son un lujo en el negocio tapatío de los restaurantes.

Quiero gritar. Quiero que mi mano deje de aferrarse a la pata de la mesa y tome la mano de mi interlocutor. Una tregua, por favor, déjame levantar la servilleta e izar mi bandera blanca. Basta, que el rímel se me corre y no tengo fuerzas para correr al baño a corregir el maquillaje y ensayar mi sonrisa indiferente. Los Briseño están en la mesa de la pasada… ¿qué van a decir?

Los buenos meseros están entrenados para lidiar con mesas como la nuestra. Las reglas son sencillas: queda estrictamente prohibido acercarse, a menos que se deba llenar las copas. Nunca mirar a los comensales a la cara. No preguntar nada; ellos sabrán cuándo ordenar. ¿En serio cree que alguien que moquea de esta manera le interesa pedir postre? Pero, oh, nuestro mesero ha cometido un faux pas: me ha preguntado si deseo ordenar café. Doble, sin crema, échele poquita agua. Esto va para largo.

Este restaurante en sábado a las cuatro de la tarde es un campo minado. Estamos rodeados. Buena parte del Guadalajara de rancio abolengo con el que mi interlocutor se codea está aquí. Tengo prohibido hacer una escenita. Los De Alba llevaron a toda su alineación, hasta sacaron a los abuelos del asilo. ¿Ya viste? La señora Cornejo trae un vestido verde pistache que le queda horrendo. No puedo creer que Helena Berlanga siga con ese mueble de marido; de seguro aún no sabe que el junior éste y su familia cerraron la fábrica por la crisis, y que a la hora de pedir la cuenta va a pasar la vergüenza de que su American Express sea rechazada.

-¿Tienes algo más que decir?

Sí. Iba a decir que no es justo. ¿Por qué me traes a estos lugares a joderme el día? ¿Por qué nunca podemos discutir estas cosas en lugares privados? Si vamos a invertirle en una comida de cuatro tiempos, ¿por qué arruinármela con estos tópicos deprimentes? La tarta de manzana con nieve que me he estado saboreando toda la pinche tarde me va a saber a jugo gástrico después de esto. A la próxima que tengas algo de este tipo que discutir, hagámoslo en la cocina con sándwiches y platos desechables, para que pueda moquear sin el peligro de que tus clientes crean que me estás maltratando y de que mi nariz arrase con el papel de baño del establecimiento.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Add Foucault and stir

Doxa. Episteme. Yo creo versus yo sé. Yo digo versus yo me apoyo en lo que otros dicen para decir lo que digo. Hay que llenar la bibliografía para tener credibilidad, y debo amontonar mis letras hacia arriba de la página para darle cabida a los pies de página.

Tengo envidia de la mala (porque no hay de otra) de esa gente citadora. ¿Cómo diablos le hacen para tener esa memoria fotográfica? ¿Acaso se fían esos malditos snobs de que nosotros los mortales no cargamos la enciclopedia para tirarles sus bluffs? ¿Qué clase de persona se machetea el calendario de Paulo Coehlo, esperando la plática de banqueta en la que pueda soltar su derroche filosófico de $250 precio Gandhi? ¿Y YO a quien cito para validarme? ¿Para que este YO sea tomada en serio?

¿Quién es este yo?
Yo. Soy….

Soy la ambigüedad consecuente de mis 22 años. Soy una antología de otros, de otras vidas y otras historias que no son necesariamente mías. Qué cosas. Ya no sé qué tanto de lo que digo es mío y que tanto me lo he robado. Bueno, lo tomo prestado. APA me obliga a admitir mi fuente en algún punto de la conversación. Y mi bibliografía casi nunca viene de fuentes académicamente respetables. A menos que las Vacas Sagradas de la Comunicación me dejen usar de fuente al panadero de mi colonia.

Doxa. Praxis. Yo lo digo versus yo lo hago. Yo lo digo porque lo creo versus tú lo dices porque lo viviste.

Mis frases célebres se las he copiado a gente de la que ya no me acuerdo. Si te conozco, te voy a citar. Porque yo soy doxa. Todo lo sé en teoría. Todo lo sé porque me lo dijiste. Y probablemente, en mis palabras, tus palabras suenan mejor, aunque yo no veo lo que tú viste. Prefiero llenar mi cajón de sabiduría de tus palabras a las de un fulano estructuralista que en el fondo no le creo.

Hay que agradecer por la gente con la que uno se topa y le deja un poco de cultura general. Doy gracias por el geek simpaticón de mis clases que lee Wired y me enseña cosas que en la vida investigaría, como que Google ya tiene su propio lenguaje de programación y qué son los fractales. Gracias a mi maestro de clase de los martes que me incita a leerme toda la biblioteca nacional del siglo XX. Gracias a Gracielita que se toma la molestia de utilizar construcciones lingüísticas que nadie usa. Gracias a Ángela y Charlie Moon por su traducción de Thompson para dummies, a Gaby y sus frases domingueras güeras, a los ociosos que cuelgan mantas en los puentes peatonales con frases inspiradoras, gracias a Elías que tiene la lengua más filosa y ocurrente del poniente de la ciudad… gracias a los extraños que han pasado con mi vida y me han nutrido de una conversación más original.

Soy doxa y busco tu episteme. ¿Me lo prestas?

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Tercera llamada... terminamos.

El cansancio no me deja ver, pero aún con este muro azulado puedo contar los pasos que se dieron hacia atrás. Tímidos al principio, agigantados cuando estaba distraída. Hemos llegado al final del camino. Las opciones se reducen; este lado o el hoyo.
¿Saltamos?

Hasta ahora, me he adjudicado la tarea de alimentar mi negación con la mala memoria. La vuelvo guillotina y pegamento, la exploto a horas indecentes mientras le hago nudos marineros a las sábanas. Mi insomnio crónico reacomoda los recuerdos. Los desliza por detrás de mis párpados como película implausible con final feliz amontonado.

Es eso o el encontronazo con la taza tibia, los textos de Thompson aún sin leer y el paisaje desgarrador de mi pantalla vacía. Eso o admitir la derrota.

Ya. La admito. Llegó la fecha de caducidad.

Es tiempo de regresar a los días tediosos de responsabilidad y falta de apetito. Aventar los libros gordos para retomar las novelas cortas con finales predecibles, seguros… verdaderos. Es tiempo de volver a mirar a la gente a la cara y contestarles con líneas congruentes; quitarme los audífonos –porque las tragedias realistas no vienen con violincitos de fondo… llegan con el silencio; continuar tachando las metas logradas de mi lista; volver al rímel, al cepillo y a la sonrisa complaciente; abandonar este escenario hecho con suaje e historias que sólo entretienen a la esquina de mis insuficiencias.
Tercera llamada. Hago mi reverencia y me retiro sin mirar a mi auditorio vacío. Me aplaudo a mí misma. Bien jugado. Bien perdido.

Los pendientes me pican en el hombro. Pst. Pst. Por acá. Te faltan dos ensayos por redactar.

Ahí voy, pues. Ahí voy.

martes, 10 de noviembre de 2009

Crack. ¿Lo escuchaste? Crack. Crack. Sí. Es el mío. Fui yo.

-No seas terca, por favor. Mírame. ¡Mírame!
No podía, no podía, por más que quería. No podía hacerlo porque mis ojos estaban hasta el tope de lágrimas, miles de gotas amontonándose para salir, tantas que no cabían aunque apretara los ojos, no me alcanzaban las fuerzas para detenerlas ni para sacarlas todas. Dejé que me acribillaran. Abrí los ojos y lloré y lloré y lloré, a punto de perder el equilibrio con tanto esfuerzo. Me agarré de sus brazos, temblé y gemí entre lágrimas y lamentos, con el corazón aplastado y los pulmones cansados de jalar tanto aire. Esta vez no se sentía como un reflejo. Mis adentros se estaban fracturando y sentía los pedazos separarse, derrumbando las capas que había hecho falta arrancar.
Tenía un motivo. O ninguno, y por eso lloraba. Porque, a fin de cuentas, mi razón ya no estaba aquí. Se me había escapado sin siquiera llevarse sus cosas. Lloraba por eso. Por mí y todo lo demás que había perdido o nunca había logrado tener. Lloré por todos en esta casa; los reales, las sombras y los recuerdos.

***

-Dime, ¿te duele?
Asentí.
-¿Dónde te duele?

Prendí mi cigarro y exhalé el humo con lentitud, mientras registraba los daños. Todo mi cuerpo estaba como recién despertado después de la anestesia. Irritado y torpe. El dolor tenía vida propia y habitaba en partes de mí que ignoraba que podían sentir tristeza.

-En todos lados.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Otoño en Región 4

Para el ocio trasnochado de Lecha
Ah, mi precioso país tercermundista. No me falla. Nada como comenzar la mañana con siete grados centígrados, un desayuno anoréxico de campeones, café frío y las nuevas pendejadas mediáticas. Ferriz de Con masacrando verbalmente al Subsecretario con trampas lingüísticas en el radio; la “clausura simbólica” de las obras del Panamericano (éjele, nos la van a quitar); que El Negro andaba en Lamborghini; una foto en el portal electrónico de Mural que parte el corazón de cualquier ambientalista, de un tipo plantando un arbolito en el camellón de San Ignacio, justo al lado del cadáver de un árbol de más de 30 años que fue tirado y masacrado en pedacitos por las obras del magnánimo puente atirantado de nuestro gobernador incompetente y sus ingenieros/albañiles en traje sastre, llenos de permisos de obra y cortos de planeación urbana.

Y volteo al calendario. Cierto, es noviembre ya. El día de Muertos me pasó de noche (mi casa veta el pan de muerto y mi tía es alérgica al cempasúchil y cualquier otro indicio de esta ‘tradición necrofílica’, à son avis), apenas noto cómo la ciudad se mueve con menos velocidad últimamente. Abro los ojos entre tanta ojera y sucede: son las dos de la tarde y voy con mi pedacero de coche transitando por López Mateos… y no se escucha ningún claxon. Un miércoles pacífico. Un día sin novedades. Ya hacía falta.

Tapatilandia tiene resfriado. La influenza y el dengue están vaciando las aulas de la universidad. Tengo dos sobrevivientes en cada lado de mi escritorio y unos cuantos alegóricos estornudando un impromptu en re menor. En otoño no son hojitas amarillentas sino Kleenex moqueados los que tapizan el suelo. Ah, se respira gripa en el aire. Y estrés, la invención más revolucionaria del postmodernismo capitalista, explotada hasta sus últimas consecuencias en el ITESO. Es contraproducente. Saca la mala persona que uno lleva dentro; cuatro bolas de estrés, déficit de sueño y una lista de gente que uno planea asesinar de la manera más sádica que la imaginación se lo permita. Cuidado, tengo un diccionario enciclopédico Larousse y no dudaré en usarlo.

Lo más emocionante de noviembre son los frentes fríos y el ‘Aniv de la Rev’ que nadie recuerda si no es porque se vuelve fin de semana largo. Este mes es sólo una coma. Un guión y pausa entre el destape de los complejos freudianos y conductistas, de niñas del Country vestidas de putas y enclosetados con faldas y lipstick en fiestas anunciadas hasta el vómito vía Facebook… y la masacre con foquitos de las Navidades: buñuelos, botargas afelpadas y Grinch’s que nos embriagamos de sidra y vino rosado para no llorar a media cena del 24.

Me uno a la tracición gringa y doy gracias en noviembre. Por noviembre. Por este mute en un semestre tan caótico. Puedo soportar la presión de los finales. Venga, venga más carga de trabajo. Prefiero los ensayos kilométricos a la cara desencajada de mi madre frente al árbol navideño y una pendeja más vestida de conejita sangrienta.

jueves, 29 de octubre de 2009

(Dizque) Poema Meramente Estomacal

(Jamais plus, ¿me oíste? Nevermore)

Esta es la elegía a mis letras.
La despedida a la inspiración arrebatada, privatizada
Y vuelta negocio con ganancias que no me tocan.
Así que claudico.
Armo un plantón en la oficina de la Real Academia
Y demando un reembolso.

¿Causas?
El maldito lenguaje escurridizo
De la Madre Patria no me sacia
Me traiciona, habla por mí
Y no me da otra cosa
que no sean frases soñadas, estructuradas y escritas
sólo para ti

Sólo para ti

Como si lo merecieras
Como si te hubieras ganado el derecho sobre mis lugares comunes
Mis más logrados retruécanos
La mejor de mis redundancias
Como si apreciaras la tinta que gasto en tachaduras
La masacre que le hago al pobre idioma español
Para componerte una sinfonía
Esta súplica desesperada en prosa
Que se quema en el papel

Demando un reembolso, sí señor
Exijo
Pido
Bueno, imploro
Una amnesia permanente e irrevocable del español

Bórrenme los adjetivos
Estoy harta de buscar descripciones que no existen,
No me satisfacen y no te hacen justicia

Bórrenme los pronombres
Porque tú y yo no es nada
Y este nosotros no existe

Bórrenme los verbos
Aquí no hay nada que conjugar
Porque nada se consuma
No existes, yo no me muevo

Bórrenme los tiempos
He abusado del pospretérito hasta la náusea
Tropiezo en el pasado y reniego del futuro
(¿El presente?
Bueno, ese déjenmelo un rato
Si no, ¿dónde voy a pararme?)

Demando un reembolso, sí señor
Quiero el exilio
El destierro
El olvido

Quiero un idioma nuevo
En el que nuestros nombres no existan
A cambio, dejo la pluma y mi mano izquierda
Boto el cuaderno
No escribo más

lunes, 26 de octubre de 2009

'¿Qué tienes en el menú que no sepa a café?'

Para la wera

Mira cómo lloramos por nada. Mira cómo nos deshacemos en pedacitos por una estúpida mirada. Cómo hacemos tangos de sus palabras huecas, cómo sacamos interpretaciones freudianas de sus comportamientos involuntarios. Cómo recogemos migajas y seguimos esperando. Rascándole a la nada.

Míranos. Si seremos cursis. Venos tragando mocos frente a un bote de palomitas y una película barata de final feliz. Míranos arreglando el chongo en el espejo, limpiándonos el rímel corrido y diciéndonos con la seguridad del derrotado: Ya. No. Y míranos recayendo, volviendo a la pantalla del celular, a la foto manoseada, al recuerdo torcido… míranos mirándonos con lástima. Tenemos quince años otra vez. Mordemos la trenza y bajamos la mirada, con el corazón arrugado de tanto sufrir.

“¿Qué, soy una puberta estúpida?”
“¡Tengo una vida, tengo una piche agenda llena y miles de cosas qué hacer como pa’ estar así!”
“¿Qué hago? ¿Le digo? ¿No le digo?”
“¿Tienes leche light? Ni madres… ¡Joven, échele más chocolate!”

Y venos aquí, con media cajetilla en el cenicero y las tazas vacías, discutiendo las tragedias con soluciones tan cardiacas y tan difíciles. Al menos sabemos reírnos de nosotras; entre burla y anécdota se nos resbala la tristeza por la mesa, ah, pero cómo nos reímos. ¿Qué nos queda? Saber que esto también se sumará a la lista de fracasos chuscos y telenovelezcos que contaremos en otro café. Tener la seguridad de que los nombres, los lugares y las ridiculeces serán adjudicadas a otro inútil que no nos mira ni de reojo…

Pero estas sillas… qué te cuento. En estas sillas seguiremos nosotras: nos rolaremos la servilleta para limpiarnos las lágrimas, atosigaremos a los meseros con opciones del menú que no tengan cafeína, aspiraremos nicotina y pediremos consejos que no vamos a seguir. Juntitas, igual de perdidas y taradas. Pero juntas.

jueves, 22 de octubre de 2009

Niebla en el ITESO (o Vómito Matutino en Clase de Derecho de la Comunicación)

Hoy hay niebla atorada en los pasillos y colgada en los árboles. Hay tour internacional de nubes en todo el campus. Se detienen a curiosear en las ventanas, dejando huellas goteantes en el vidrio y llevándose el calor como souvenir. Todo es agua, ríos y ríos de agua fría y condensada. Y yo tan seca.

Hoy hay ruido, mucho, mucho ruido. Hay un stand de la radio de la universidad que avienta canciones viejas de Café Tacvba, que opacan los balbuceos de mi maestra frente a una clase cruda y desvelada; los rechinidos de las sillas y golpeteos de plumas sobre los escritorios interrumpen la siesta de mi compañero de al lado, hay un coro de groupies de Aristegui que refuta la exposición de la clase sobre la radio de Televisa… hay ríos y ríos de voces con argumentos sustentados en La Jornada. Y yo tan muda.

Hay un mitin de pubertos preparatorianos. Camiones atascados de ellos; niños cargando bolsas con promocionales estorbando las vías alternas, y mocosas con faldas de cuadros que levantan chiflidos y gritos obscenos por parte de los ingenieros. Son ríos y ríos de extraños aglomerados en los pasillos, en las cafeterías, en los jardines, en la biblioteca, frente al espejo de los baños de mujeres… y yo tan sola.
Hay una mancha gris en mi vista panorámica. No veo nada tres metros adelante. El día parece estar anunciando tragedias, llovizna pasajera y temperaturas que no rebasarán los veinte grados centrígrados. Probablemente habrá un tráfico divino en las arterias principales y choques tontos de señoras en mamamóviles y jóvenes imprudentes en sus deportivos/cajas de zapatos. Hay ríos y ríos de tristezas grises desparramadas en toda la ciudad.
Y yo tan feliz.

domingo, 18 de octubre de 2009

'Tapalpa... Tapalpa on my mind...'

Odio volver. Odio dejar de lado mi olor a tamal de elote y tierra roja por las preocupaciones citadinas de mierda. Odio que cuando se acerca uno a la entrada a Guadalajara, el cerebro vuelve a trabajar de la misma manera acelerada que el resto de los días normales, y por repasar la lista de pendientes a uno le sale la cuarta bola de estrés en la espalda.

Qué difícil es bajar los pies del sillón, cambiar las pantuflas por zapatos y reanudar la esclavitud del maquillaje y el cepillo. Fueron apenas 27 horas con la cabeza en las nubes. Hicieron falta muchas, muchas más.

Odio aterrizar. Odio tener que conectarme de nuevo a mis dependencias cibernéticas y estudiantiles, volver a mirar el reloj y contar las calorías de mi plato. Odio recuperar lo que se olvida con unos cuantos metros más de altitud y un atole de cajeta calientito, con la risa de mis amigos y las enchiladas de Doña Ramona. Odio que, por más que tengo una montaña de cosas que hacer antes de que sea mañana, no puedo pensar en otra cosa que no sean las margaritas que forraban la carretera a Tapalpa.

jueves, 15 de octubre de 2009

Hoy van a llover pelos

El espejo muestra la parte más cruda de uno mismo. Nunca aprendió a mentir –aunque vaya que le ha echado ganitas. Lástima. No caería nada mal una mentira piadosa para darle un empujón al autoestima. Las verdades nunca han sido divertidas, por eso existe la ficción como entretenimiento y reactivador de la economía. No puedo enfrentar al espejo. Al menos no en unos tres o cuatro días.

Israel, mi amado asesorcito de imagen/peluquero/drama queen, se viene de la emoción trasquilando mi cabeza. “Tienes buen cráneo,” me ha dicho con la seguridad que le da su certificado de Escuela de Belleza, “y este corte va a hacer que te luzcan más los ojos.”
Admito que su cumplido bizarro y su predicción à propos de mi cara me desmotiva. ¿Realmente quiero que toda la atención se reduzca a mis pobres ojos cutres… que son la única parte de mi cuerpo que nunca he sabido controlar?

Es demasiado tarde. Las tijeras preferidas de Israel ya están haciendo lo suyo, ensuciando el piso con mis mechones desprotegidos y muertos. Me miro de frente al espejo. ¿Qué pitos estás haciendo? No lo sé, pero siento más adrenalina viendo cómo masacran mi melena que en una pinche montaña rusa traqueteada de Selva Mágica. Y más cuando escucho el zumbido de la maquinita de rape a dos centímetros de mi oído izquierdo. Me cuestiono internamente la posibilidad estúpida de pedirle que me rape de una vez, a ver qué se siente. Me convenzo de lo contrario. No creo que mi cráneo sea tan bonito.

La mejor parte es salir de la estética y cargar con la paranoia infantil de que todo el mundo me está viendo, mientras pago el estacionamiento en la máquina. Todo mundo ve mi corte de niño emo. Y todo mundo ve mis ojos. Mis ojos. Mis ojos que siempre me están delatando de todo, los muy traicioneros. Me siento desnuda, expuesta, violada, auxilio. Y siento frío en la parte de atrás de mi cabeza.

“Pues... está muy lindo. Vas a tener que usar vestidos más seguido…” dice mi madre, después de analizarme, con una sonrisa que choca con la acidez de sus palabras. “¿Tenías una manda?” se burló mi papá. “¿Por qué lo hiciste?”

¿Por qué lo hice? Hmmm… ¿por qué lo hice?

Mi mente en chinga (gracias a su mayor oxigenación) se va a un artículo que leí una vez en el Daily News:

“If you cut your hair you might be making a statement that says, ‘I don’t want to be seen as a sex object’ ”. – Sex therapist Dr. Aline Zolbrod.

“The three physical things that attract a man are a great body, beautiful long hair or great lips. So cutting off one third of your beacons of attraction doesn’t increase your chances of having Mr. Right approach you. It’s like sending a nonverbal message that you’re not interested in sex.” - Matt Titus, dating guru and author of “Why Hasn’t He Called?”

En la madre. ¿Qué hice? Ahora resulta que estoy pregonando que tengo tendencias feministoides y no quiero coger. ¿Qué, al mamerto de Mr. Right no le laten las pelonas?

“Men are usually more sexually attracted to women with longer hair. They need to have something to grab onto” – The Ugly Truth, chick-flick 2009

Anda. Mi nalguita ya no va a tener de dónde apalancarse. Me va a botar por una güera desabrida, pero con extensiones de tres metros y bubis más grandes, de paso. O al menos, alguien que no parezca niño en su pubertad.

“¿Por qué lo hiciste?”

Por huevuda. Por babosa. Por valiente. Porque estaba aburrida. Porque, a falta de montañas rusas y vida emocionante, la silla del peluquero se vuelve la mejor sublimación de mi frustración a la rutina.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Desde la biblioteca. Parte II

Hay una tormenta de nieve en la sección de poesía norteamericana. Caen basuritas blancas sobre las tapas lujosas de las copias de exportación y se derriten sobre sus hojas finas, hechas de árbol asesinado a la mala. Las frases rimbombantes en lenguaje sajón se mueren de frío y se escurren por los anaqueles, buscando refugio en las páginas de educación sexual.

Es una orgía en rima allá abajo; un retruécano anatómico con óvulos vacíos tristeando elegías en inglés a los espermas impuntuales. Los apóstrofes levantan las cejas frente a la imagen de un cuerpo de mujer, expuesto con una asquerosa simpleza y meros fines médicos. Los guiones hacen del aparato reproductor masculino su parque acuático personal, mientras que los versos modernistas producen happenings eróticos en medio de las trompas de Falopio.

Hay una época de sequía en la sección de literatura francesa. Las voces gangosas en las copias amarillentas no tienen ni saliva para escupir sus pronunciaciones a gusto. Sólo pueden gastar sudor que apesta a croissant y queso Camembert –y los demás lugares comunes del imaginario franchute. Hacen barquitos con sus hojas deshidratadas y los avientan en el hueco de lo que fue el río Sena, mientras silban la vie en rose con la tristeza enfatizada en las cedillas. Derraman lágrimas secas y maldicen a las nouvelles distópicas de Nothomb, que de seguro tuvieron la culpa. Esas teorías conspiracionales de televisión sangrienta y Radiohead como destapador de violencia doméstica no pudieron ser buenas ante los ojos de Dios. ¡Castigo divino, poutains de merde!

Hay una ventisca arrasadora en el estante de los diccionarios. Hemos perdido las definiciones correctas, madre mía. Por los pasillos, el viento empuja distorsiones de la lengua española, masacra la sublime construcción semántica que nos tatuaron en nuestra primarias mediocres, con sus libros mal encuadernados de la SEP. Cervantes se ha de estar revolcando de dolor en su tumba; tortura china para él eso de escuchar modismos idiomáticos, que la Señora Real Academia Española tuvo que incluir en sus páginas sacrosantas por presiones hispanoamericanas.

Hay un diluvio con granizo en el ala izquierda de la biblioteca. En el mero centro. Abajo. Del otro lado de las escaleras. Donde toda la orquesta gramática se me cae encima y me baña de lexemas y gramemas. Donde las letras saturan mis oídos y su polución sonora estimula mis glándulas lagrimales. Donde las frases descontextualizadas se deshacen en pedacitos fríos, golpean mi cabeza y no me dejan buscar el paraguas. Donde el caos subversivo es obra de las palabras; y hacen mítin todas ellas, confabulan, conspiran, se unen.

Pero ninguna es suficiente. Ninguna puede armarse de valor y armar la frase que necesito. Porque no existe. ¿Cómo se describe y pronuncia –con gramática precisa y en alguno de los tres idiomas– el sonido, la textura, el paisaje decadente de la tristeza vuelta dolor físico?

martes, 13 de octubre de 2009

Ad Nauseam

-Dime lo peor que te haya pasado.
-¿Para qué?
-No sé. Me gusta saber dónde le duele más a la gente.
-Cuando tenía seis años, no me sentaba con nadie en los recreos.
-Eso sí que es triste.
-No sientas tanta lástima. Hay cosas peores que no tener con quién compartir tus salchichas.
-¿Qué ha sido lo mejor?
-Una caja de veinte comprimidos por mis quince años.
-No seas cínica.
-¿Por qué no? ¿Qué mejor que reírse de los tropiezos personales? Es hasta mejor que cualquier cápsula paliativa.
-¿Lloras mucho?
-¿Quién no lo hace?
-Deja de evadir con preguntas.
-Sí. Sí lloro. ¿Y qué?
-¿En público?
-¿Cuál es la diferencia?
-Se me ocurrió. No sé.
-No sabes nada.
-Sé que te sientes sola.
-No asumas cosas que no he dicho.
-Dime quién es la persona que has querido más en todo el mundo.
-A mi perra.
-Tu perra no cuenta como persona.
-¿Por qué, porque anda en cuatro patas y no habla? Creo que esas son las mejores cualidades que alguien puede tener; está más puesta en la tierra y no pierde el tiempo en decir pendejadas intransigentes cuando nadie se lo ha pedido.
-¿No has querido a nadie que ande en dos patas?
-No me gusta la gente.
-Porque te han hecho daño…
-Te digo que no asumas.
-Y tú no te hagas la fuerte. No mientas, no te sirve de nada.
-Te equivocas. Sí que sirve. Mentir me hace levantarme todas las putas mañanas y creerme que no pasó nada.
-¿Por qué te lo niegas?
-No voy a responder eso.
-Sabes bien que no fue tu culpa.
-Siguiente pregunta.
-Eso no fue una pregunta….
-Siguiente pregunta.
-No me queda nada que preguntar. Ya lo tengo todo claro.
-Te equivocas otra vez. No tienes nada claro. No sabes nada. No entiendes nada. Es por eso que tú estás del otro lado de la mesa.

domingo, 11 de octubre de 2009

...and you know that we're doomed, my dear

-Vámonos a dónde sea.

No fue una orden o una sugerencia. Tampoco fue un impulso desesperado de robarle sobras al tiempo, ni el último recurso que se nos ocurre en los momentos decisivos.

Fue una rendición. Fue la aceptación de la derrota con el último cañonazo. El tiro de gracia a una historia que ya estaba muerta. Patear la puerta cerrada, escupir al cielo y llorar sin que nadie nos vea.
Vámonos a dónde sea, dijiste. Suspiraste las opciones aferrado a mi cuello, como uno se aferra al suelo, a la gravedad, al aliento. Me lo suplicaste al oído y remataste con la mirada; pero tu voz tenía la resignación metida a fuerzas. Estabas pidiendo lo que ya sabías que era imposible.

Y por un momento lo consideré. Ya sé que no lo vas a creer… pero, te lo juro, por un remedo de segundo me vi. Te vi conmigo en otro lugar y en otro momento; y eran el tiempo y lugar correctos, en los que no había visas, ni días contados, ni excusas a los amigos ni papás esperando del otro lado de la puerta, del otro lado de la ciudad. Éramos tú y yo y era ahora o nunca.

Y te decía, sí, vámonos, pero ya. Traigo la tarjeta y hay una gasolinera a dos cuadras: tú llenas el tanque y yo vacío los ahorros de mi papá. La carretera a Colima está a diez minutos… vamos la playa. Vamos a enterrar los pies en la orilla, a tirarnos encima del plancton de la arena y dejar que la marea nos cubra hasta la nariz. Ni siquiera sé aún si te gusta la playa… ¿Prefieres otra cosa? Vamos a Tapalpa a comer un elote y subirnos al kiosco como cursis sin originalidad; a tomar café de olla y sentarnos en los portales a contarnos todas las trivialidades tan importantes y que aún no sabemos de nosotros. Vamos a Ajijic a pasear por el andador y a curiosear en los supermercados atascados de productos gringos que jamás hemos visto en nuestras cortas y aburridas vidas. Vamos a Tlaquepaque a burlarnos de los turistas que desperdician pila de sus cámaras en mariachis mal vestidos, y a obligarte a escuchar música vernácula depresiva. Vamos a Tlajomulco a perdernos entre tanto coto y fraccionamiento exclusivo, a Zapopan a contar cuántas patrullas de vialidad nos paran, vamos aunque sea a Avenida Juárez a rogar que todos los semáforos se sincronicen en rojo y falte más tiempo para llegar. Porque no es justo, quiero más, hace falta tiempo, me hace falta vida para saber quién eres y poderte explicar quién intento ser yo. Quiero cien días más contigo y quiero que nunca sea mañana.

Vámonos a donde sea, dijiste. Y yo no dije nada.

Parché de prudencia mi cobardía, te di una sonrisa mediocre y me bajé del coche.

martes, 6 de octubre de 2009

Berrincheando

Mi tristeza tiene medidas y dimensiones específicas. Mide veinte por treinta y ocho y tiene temperatura verdosa por la mala digitalización. Es gris, rosa y amarilla, y en la esquina superior derecha es negra. Está llena de colores chillantes, pero para mí siempre, siempre es negra.

Mi tristeza me persigue en todos los pasillos, se pega en todas las paredes, muta y se amolda a mi visión periférica cuando huyo al primer espacio abierto, por un poco de aire, por un poco de nada. No tiene pies pero me persigue, no tiene manos y me agarra. Se me encima, me arruina el panorama y pinta todo de negro. En la banca, negro. Frente al teléfono público, negro. En la última puerta, negro. En mi cabeza, negro.

Mi tristeza tiene nombre y apellido y he olvidado cuál es. Tiene una historia falsa que se resbala en las esquinas curveadas por el uso y se escurre ante mis ojos. Y ahora son mis ojos los que se escurren. Y se me caen. Y quedan dos huecos en mi rostro y ya no veo nada. Todo es negro. Tengo negro y soy negro. Soy mi tristeza y mi tristeza, te decía, tiene medidas y dimensiones específicas.

lunes, 5 de octubre de 2009

Desde la biblioteca. Parte I

Put your finger on my lips
we could be a grown up fairy tale
swimming in a library
we're not going anywhere
- In the library, Athlete

Soy una piltrafa emocional arrastrando los pies por la biblioteca. Debería darme vergüenza, el cuadro lamentable y ojeroso que me he vuelto, vagando por los anaqueles, aferrada a la única copia disponible de orgullo y prejuicio. La sexta Miss Bennet, la vieja Austen sin humor negro y retorcidas exageraciones, sin sus Darcy's y sus Edward Ferrars... sin vestido decente y conversación apropiada para los bailes de salón. El personaje eliminado de todas las buenas historias de la Regencia por falta de aportaciones a la trama.
Fuir le bonheur de peur qu'il ne se sauve
Avoir parfois envie de crier sauve
Qui peut savoir jusqu'au fond des choses et malheureux
Hoy la sección de literatura me comió a pedacitos. La mesa de trabajo del ventanal del ala izquierda me remató con una silla vacía y la sombra de quien una vez estuvo sentado ahí, con una torre de manuales y la mochila que no cambiaba desde cuarto de primaria. Llené el espacio de la mesa con manuales de psicología y nación prozac en la codiciada cima de la torre de libros que tomé al azar para que la gente no creyera que estaba ahí sin ocupación.
Or que tout est bête
Tout est vain et inutile
Lorsqu'épuisé, fatigué
Le corps n'est plus qu'un autre projectile
Confieso que vengo más de lo necesario a vagar por los pasillos. Me apoyo en las esquinas vacías de los estantes y escribo con desesperación una sarta de cosas que imagino que podría usar de premisas para una conversación en ese momento. La tipa del siguiente pasillo trae un libro de Coelho/ sé que no escatimarías en reproches esnobistas al respecto/ Acaban de surtir las copias de Elizabeth Gaskell/ ¿Si alcancé a admitirte mi culpable predilección por la chick-lit de época?/ No encuentro el libro de foto que necesito para mi siguiente clase/ Por supuesto que tú te hubieras dado cuenta de inmediato que estaba en la sección incorrecta/ Me niego a dejar los libros que saqué sin propósito alguno en el estante correcto/ Puedo oírte te sacándote un discurso sobre mi falta de conciencia social y cómo es una de las cosas que más te fascinan de mí/ Perdamos un libro... si tomo ese de Joyce y lo pongo en la sección de medicina... ¿tardarían años en encontrarlo?/ Ya sé que piensas que es uno de mis tantos síntomas de falta de atención e inmadurez.
Oui, je sens le vent
Je sens la pluie
Ressens la peine
Vengo aquí a aspirar el olor a papel viejo y amontonado. A llorar en la sección de libros en francés. A consultar en los diccionarios más gordos que encuentre todas las palabras que uso y, al parecer, no existen. Vengo a sentirme sola y estúpida, mientras el resto de las ratas bibliotecarias se me quedan viendo y procuran no cruzar por el pasillo en el que estoy hecha bolita. Vengo porque (y no sé por qué es así) aquí encuentro todo lo que era e iba a ser antes de... antes de... antes. Vengo a justificar con recuerdos intrascendentes por qué sigo esperando. Vengo a encontrar qué es lo que estoy esperando.
J'en ai assez. Arrête.
J'en ai marre. Arrête.
Tu vas m'crasser. Arrête.
Tu vas m'abattre. Continue.

viernes, 2 de octubre de 2009

Nada y un latido

Es extraño caer en cuenta que tres años de lágrimas fueron drenados en tres meses. Es un insulto, una ofensa a la inversión de tragedias de este corazón; estas cuatro partes fracturadas que latieron y se separaron un poco más al verte. Pero fue eso nada más. Un sólo latido. Aislado. Desnudo. Un derrumbe en un segundo. Crack. Pum. Splash.

Y ya.

Es obsceno que no quede ni eco ni mancha ni lastre. Que ya seas una caja de souvenirs archivada y olvidada, cuando alguna vez, por tu culpa, hubo noches que sentí que no vería terminar. Que te mire y un mísero latido sea todo lo que quede de mi saco de desatinos por ti, cuando antes solía ser un terremoto mundial. Es insultante que ya no sienta NADA.

Nada.
Tú.
Tú y la nada.
Esas palabras no iban en la misma oración. Tú eras todo, eras el inicio y el desenlace en doscientas entregas. Tú eras la mitad de mi vida y yo era un cuarto de tu corazón. Y los dos, en ese lastre de sobras y miserias, éramos un desastre a plazos.

Y nada. Hoy eres nada; y lo digo, lo repito, lo grito en todos los idiomas posibles y hasta se me llena la boca al pronunciarlo. Nada. Tu nombre es una palabra extraña, tu cara es un manchón en la mente. No sé cómo suena tu voz y no me interesa lo que tiene que decir. ¿Qué no lo ves? Ya no espero nada. Ya no te espero. Ya no quiero nada. Ya no te quiero.

Qué bien se siente estar vacía.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Adris en Dime poesía - Itópica



Escuchen mi entrevista en :

http://cid-ed47e537353cd44b.skydrive.live.com/browse.aspx/Programa%20de%20Radio%20Dime%20Poes%c3%ada (la del 24 d septiembre)

Gracias a Memo, Natalia, el buen Haroldo y a todo el equipo de Dime Poesía, que nos salvan a los melómanos del olvido!
La poesía nunca muere!
:)

Parabrisas

El tiempo –o más su ausencia– fue el pretexto
El contrato entre líneas
La felicidad caduca
Partida en cincuenta y ocho días
Disuelta en veintitantos cafés
Que rodó por la sala
Sonrió en su cama
Acarició a su perra sorda
Besó su nariz
Y se fue

Y ahora llueves
Cómo llueves

Sabes
Que nada ha cambiado
Que los lugares son los mismos
Y el tiempo no ha perdido el ritmo
Hoy abres los ojos y repites
La rutina que tanto amabas
Y te sabe agria hueca inútil

Y llueves
Cómo llueves

Te deshaces en agua salada
Frente a un parabrisas empapado
Con una canción cursi de fondo
Tocando una guitarra con cinco cuerdas
En la esquina de La Selva
Goteas por todos lados
Con tu taza a medias
Rota
Estás rota
Cómo llueves

Pasarán los días, dejarás de esperar
Su nombre no te asaltará en las esquinas
No escucharás su voz
Ni sentirás sus manos
En ti
En cada espacio
Dolido y frágil de ti
Pero, hasta entonces
Hasta ese amnésico entonces
Llueves
Porque no te queda nada que hacer
Llueves
Porque esperas secarte y dejar de correr

Llueves
Cómo llueves

viernes, 25 de septiembre de 2009

Boca Arriba

El mundo se ve de distinta forma cuando lo tienes boca arriba. El cielo se siente más abierto, los espacios más amplios… las miradas más severas y las voces más distantes. El suelo se vuelve menos atemorizante, la caída es cercana, el miedo se pierde… ya no puedes ir más abajo de lo que ya te encuentras. Tal vez la perspectiva de las cosas dependa más que nada de tu posición corporal; y boca arriba resulte ser algunas veces la más humilde de todas.

Es la que ahora te sigue el paso, de una manera más dramática, por ponerlo de algún modo. Pero tu panorama es el techo blanco y lámparas entre azulejo y azulejo; el suero pendiendo de un gancho lateral de la camilla; caras desconocidas detrás de un cubre bocas azul celeste; la mano de tu padre sobre tu frente y los ojos agobiados de tu madre; ah, y tu banda sonora es esa pregunta taladrando tus oídos: cómo diablos dejaste que esto llegara tan lejos.

Un doctor recita a tus padres toda la letanía de estudios que planean hacerte, y da instrucciones a los enfermeros. Tus padres se lamentan, interrumpen con preguntas, reclaman en ocasiones, y todavía se dan el lujo de ignorarse el uno al otro. Y tú, boca arriba, apenas cubierta por una bata, debajo de todo ese escenario, te sientes olvidada y hasta dada por muerta. Pero no te des tanto crédito, no estás muerta en lo más remoto. Sólo estás unos diez u once kilos por debajo de tu peso, con ojeras más grandes que una pelota de tenis, con cada vez menos cabello, y hasta la madre de vomitar cada bocado que osa asomarse a tu boca.

Te sientes perdida y más sola que nunca. Pero esos minutos en el pasillo te son sorpresivamente reconfortantes. Porque el mundo sigue su curso encima de esa camilla; se encarga de ti sin tu consentimiento porque, aparentemente, ya no tienes autoridad sobre tu siguiente paso. Te abandonas por completo. Te dejas guiar, cedes a decisiones en las que no has sido tomada en cuenta, y no preguntas más por qué. Esta vez no haces nada. Sólo miras hacia arriba y ves tu perspectiva derrumbándose sobre ti. Ahora sí lo lograste; nada de mediocridades. Estás completamente en el hoyo.

martes, 22 de septiembre de 2009

Elegía para mis margaritas

El cielo se está cayendo a cachos helados y duros. No me importa lo que digan, el granizo NO es normal en esta ciudad y no califica en el Top Ten de mis desastres favoritos –jamás calificará algo que me madreé desprevenida y sin paraguas. Aún así, suspendo mis actividades indefinidamente y pego mi nariz en el vidrio. Éstas son mis últimas lluvias. Mis últimos aguaceros inclementes que desgarran el cielo, parten las calles y ensopan democráticamente a cualquier pobre diablo que agarre a medio camino.

Malditas lluvias envidiosas. Han despelucado a mis pobres margaritas, han destrozado mi excusa para sonreír estos días. No se los perdonaré. Ni por eso ni por la música estridente que hacen en el tragaluz de mi casa… ni por los ríos que corren en el piso de mi cuarto… ni por derretir el panorama de mi ventana y darme una razón convincente para quedarme bajo la seguridad de mis sábanas, en vez de hacer algo productivo.
Salvé los tallos desnudos de mis flores; hay unas con dos que tres pétalos aún en su lugar que pintan un cuadro más triste que el de allá afuera. Les he cambiado el agua y las he colocado aquí junto a mí, para que sus últimas horas no las pasen solitarias. Mi perra Tara las contempla con sus orejas alertas. Los cadáveres de margaritas se van agachando hacia el suelo; están derrotadas, golpeadas por los pedazos de hielo y hechas una sopa.

Malditas lluvias envidiosas. Han despelucado mi ánimo y terminado de joderme todo el mes de septiembre. Octubre, llega pronto… tú prometes más.

domingo, 20 de septiembre de 2009

:)

Hoy no hay quejas. Bueno, sí las había, pero el maravilloso poder del apendejamiento sentimentaloide ha subyugado mi mala costumbre de ningunearme.

Ya no me importa nada. Nada. Hoy sonrío como imbécil y no me molesto por escondérselo a nadie. Hoy vuelvo a dejar esa canción en mi iPod que hace unos días nada más escuchaba comenzar y me apachurraba el ánimo y las glándulas lagrimales. Hoy me doy un peinón exprés, me enfundo en mi vestido y salgo, porque este día es el mejor que pudo haber sido y vale la pena ir a disfrutarlo. Y, al mismo tiempo, me frustro por saber que allá afuera no va a estar lo que en verdad quiero encontrar.

Qué ironía. El poder de una llamada. El maldito poder de una voz con palabras tan sencillas, que querían decir más que lo que el saldo del celular lo permitieron. Libros. Si serás tonta. ¿Cómo te pones a hablar de libros con alguien que está a pinchimil kilómetros? ¿Porqué esos 10 minutos, esos 10 brevísimos minutos no los invertiste en decir cosas más inteligentes y espontáneas y sinceras y cariñosas y chistosas y elocuentes y…?

Hoy es el peor cumpleaños. Hoy es el mejor cumpleaños. Felices 22. Ya deja de quejarte. Sonríe. Y deja de abrazar el celular.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

El wey de allá arriba que dizque todo lo ve quiso verme hacer otra tontería

Para Chemo, “que se dio cuenta.”

Mentira vil sucia y podrida. Uno no ve su vida pasar frente a sus ojos. Uno, al escuchar los cristales y el metal hacerse pedazos, no piensa en la persona que más ama, en los mejores momentos que no volverán, en las cosas que quería lograr y nunca pudo, lo que dejó de decir por cobardía y todo ese listado idiota del nostálgico instatisfecho.

No. Al sentir que su vida podría terminar dentro de los restos del metal automotriz, Uno no grita “¡(ponga aquí el nombre), te amo!” o cierra los ojos para dedicar los que, uno cree, serán sus últimos pensamientos para al dueño de ese nombre. Uno pierde la elocuencia, las frases puntuales y los momentos heroicos. Uno se aferra a lo que más tenga a la mano (el techo, en este caso) y suspira “no mames, no mames” con voz de nena; uno dedica los que, uno cree, serán sus últimos pensamientos a delirios estúpidos como, “esto sí que me va a costar explicárselo a mi papá,” y “Hmmm… ¿cuáles son las probabilidades de que me rompa el cuello y quede chueca?”

Uno se queda como idiota, sin moverse, cuando la regla es revisar que uno siga entero. Uno siente algo húmedo en la cara y se dice, “claro, el coche rodó por la carretera, a huevo que es sangre y no siento la herida por la adrenalina.” Y espera que la persona asertiva del coche reaccione y obligue al resto a salir del lugar del siniestro. Es cuando la sensibilidad regresa, sólo por los instantes necesarios, para movilizar las piernas y arrastrarse como Dios le dé a entender de regreso a la superficie. Y, ¿qué es lo primero que piensa uno, al verse completo y desolado, en medio de la nada, con café en la cara –no sangre– y el cuerpo como maraca descompuesta? Uno no toma el celular para avisar al seguro y a los padres de lo ocurrido. No voltea sus ojos al cielo y agradece al wey de la nubecita por haberle permitido salir caminando de esta. No escucha al paramédico, al oficial y al bombero que creyó haber visto ahí perdido. Mucho menos toma la mano de los otros sobrevivientes y se entrega a un momento silencioso e íntimo de solidaridad.

No. Claro que no. Uno se ríe, se ríe y llora a la vez como magdalena porque no sabe coordinar ambos sentimientos. Llora, ríe y pide un cigarro.

martes, 15 de septiembre de 2009

Guadalajara, hueles bache y tierra mojada

No ha dejado de llover en tres días. La Madre Naturaleza tiene un humor de la chingada; primero con sequías todo el verano, y justo en septiembre ahoga calles y camellones. Y ni se diga de los baches tapatíos. No son hoyos... estas cosas son yacimientos petroleros. Me he salvado de choques porque el wey de allá arriba que dizque todo lo ve ha de estar aburrido de verme hacer tanta tontería.


Ayer que venía manejando por nuestra maravillosa y excelentemente parchada avenida López Mateos, a la altura de Plaza del Sol, recordé por qué soy una tapatía recalcitrante. Eran las nueve de la noche y venía a vuelta de rueda –el tráfico ya no tiene horario fijo cuando de lluvia se trata–, peleándome con mi iPod que siempre decide tomar siesta en los momentos menos oportunos. Por tercera vez que quedé en el mismo semáforo; estaba furiosa, hambrienta, cansada y con prisa, mi estado natural en horas pico. En eso, uno de mis parabrisas se atoró a la mitad de su trayectoria con una hoja de árbol. Bajé el vidrio para arreglar el desperfecto, maldiciendo a la pobre basurita color marrón… pero apenas bajé el vidrio, cuando el olor a calle y lluvia penetró mis fosas nasales y viajó en milésimas de segundo a mi cerebro.


Eso es lo que me hace sentirme tan jalisquilla. El olor a tierra mojada. No la torta ahogada y el Tequila Express, los jarritos despostillados o los mariachis mal uniformados en los restaurantes para turistas de Tlaquepaque… no, nada de eso. Me hace jalisquilla el hecho de que nadie más que mi gente y esta melómana podemos captar la belleza, la exquisita delicia del olor de nuestras calles ensopadas y llenas de smog. Nadie puede entender como nosotros el placer que significa llenar nuestros pulmones de ese aroma, que es precisamente el causante de todos nuestros accidentes y catástrofes viales.


Mi minúsculo momento en el nirvana tapatío fue interrumpido por una mamá-van que venía en sentido contrario, que muy descortésmente aceleró con más enjundia de la necesaria y me mojó. Aunque, ¿quién va por López Mateos con los vidrios abajo con semejante tormenta?
Sonreí el resto del camino a mi casa –45 largos minutos en un tramo de menos de 15 en horas normales. Se me olvidó el hambre y el estrés. Se me olvidó que en mi radio se oía pura estática mezclada con la música cumbianchera del coche de atrás. Sonreí empapada, con el vidrio abajo y mi pedacito de naturaleza atravesado en el parabrisas. Sonreí con mi olor favorito pegado en la nariz. Porque esta ciudad es un caos de concreto malhecho, parchado y gris. Es la ciudad de la desolación mojada, un río rápido de aguas negras en el que nadamos cerca de seis millones de almas perdidas. Y la amo, de veras, cómo la amo.

domingo, 13 de septiembre de 2009

De por qué la precaución no tiene final feliz

Soy la princesa de los cuentos enlatados. Los otros. Los rechazados por el editor en turno, que le pareció más mediático eso de los cliffhangers y finales felices parchados. Nadie busca los cuentos realistas; aburridos, los llaman. Como la cenicienta que nunca tiró el tacón porque fue excesivamente precavida y recordó anudar bien la tira; ergo, nunca hubo evidencia pa’ buscarla, el príncipe inútil –como la mayoría de los hombres reales– eventualmente lo dejó como una borrachera más y se buscó una de su clase, o que al menos le soltara un calcetín por error. O la Bella Durmiente que fue obediente e “inteligente”, por lo que nunca se acercó a tocar un uso; murió antes de que, a los 100 años después, legara el príncipe valiente y menor que ella por al menos 80 años, que supuestamente iba a despertarla de su sueño. O la Bella realista que dejó que la Bestia muriera sin confesarle que lo amaba, porque, vamos siendo honestos… tener una relación con un hombre que se parece más a tu mascota no lleva a nada bueno, sin mencionar que es antihigiénico –aunque cada quien sus fetiches. Y ni hablemos de Blanca Nieves… no le pareció propio de una señorita decente quedarse a dormir con siete hombres maduros, enanos y solteros (perfecta mezcla de da como resultado dosis indecentes de calentura insatisfecha), se siguió de largo, y se la tragó el bosque. La bruja siguió tranquila con sus planes malévolos de echarse al príncipe.

La precaución no es romántica. La columna vertebral de cualquier premisa cursi es la torpeza humana. No hay espacio en las grandes historias para nosotras, las prevenidas. Las buenas de corazón que no somos estúpidas, las que nos dejamos llevar por el sentido común y podemos cargar nuestros propios libros a la escuela. Las que no caemos en charcos y buscamos los caminos iluminados. Nunca nos tropezamos con nadie en la calle, mantenemos nuestros trabajos y buenas amistades; nuestra fuente de adrenalina consiste en nimiedades, retos minúsculos que no representan una buena sotryline para la siguiente gran historia de amor desenfrenada, pasional y generadora de millones de dólares en el precio actual por la devaluación.

Soy la princesa de los cuentos feministoides que quedaron en el bote de basura. La que no le hizo caso a su madre de que se fuera bien vestida hasta para ir al Oxxo, y el amor de su vida no se fijó en ella cuando estaba en el pasillo de los enlatados. La que no pidió ayuda para alcanzar la caja de cereal del estante arriba, o se negó a darse el tiempo de conocer al tipo incompetente que la sacaba de quicio, por lo que, de acuerdo a uno de los cánones de la madre del chick-lit (Doña Austen), nunca pudo descubrir que detrás de su façade de pendejo arrogante, se escondía el pendejo sensible por el que todas nos peleamos. Soy la princesa de la salida fácil y práctica, no hay espacio para mí en el top ten de los finales felices. No tendré una persecución intensa por la lluvia que prosiga con una declaración enlistada de mis sentimientos y tenga como desenlace un beso hollywoodense, porque odio correr y siempre traigo paraguas… y qué estupidez eso de tropezarse con las palabras tardías. Las cosas se hacen en su momento porque la improvisación es de desordenados... ¿Dar un beso en público? ¿Qué, qué?

Soy la princesa que nunca pudo estrenar su vestido, ni su balcón ni su ensayadísima cara de sorpresa. La princesa que se enfundó en su piyama realista, sin lacitos rosas o encaje picoso, con sus libros y su café. La que se quedó leyendo sobre los tropiezos afortunados de otros, y se pregunta, escéptica y pragmática como bien le enseñó su papá, por qué esos hijos de la fregada tienen tanta suerte si son tan tontos e imprácticos.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Hablando de nada

El insomnio. Duermevela. Esclavitud del escritor aferrado. Pesadilla del pobre diablo que realmente tiene cosas importantes que hacer en unas horas y no consigue conciliar el sueño mínimo de siete horas para poder rendir al día siguiente. Ojeras seguras. Reforzamiento de la adicción a los narcóticos y la cafeína. Ya no lo quiero, si alguna vez lo aprecié por remedo de melómana, hoy renuncio a todas esas aspiraciones frustradas.

¿Por qué al insomnio se le adjudican características románticas? ¿Qué tiene de poético? Lo poético es trágico. Y lo trágico puede ser patético. Sobre todo si tiene lugar a las dos de la mañana. No tiene ningún mérito el levantarse a estas horas a escribir líneas inútiles. Porque no es inspiración lo que me llama a madrear mi pobre teclado pegajoso… es que mi cerebro se niega a apagarse ni por unas míseras horas, y alguien o algo debe gritarle que se calle de una pinche vez. Está lleno, pero, ¿de qué? De nada interesante. Es una avalancha de incoherencias. Bueno, hay dos que tres viñetas que pueden ser salvadas, pero, ¿qué necesidad de meditar en cosas que no puedo resolver en estos momentos? Aún soy hija de papi. Vivo en un techo prestado y tengo que respetar reglas… reglas que incluyen no salir de mi casa a horas obscenas a querer resolver todas las tragedias que están allá afuera y que no me dejan dormir.

Sergio Pitol dijo que un novelista era alguien que oía voces a través de las voces, las cuales lo obligaban a uno a levantarse de la cama, buscar una hoja y escribir tres o cuatro líneas. Tres o cuatro pinches líneas que son suficientes para quitarte el sueño. ¿Será mucho pedir que las voces nos visiten a horas adecuadas? La inspiración y el insomnio son amigos incómodos. Llegan cuando uno no los invita y se van cuando más se necesitan. Son traicioneros; ambos deberían ser palabras femeninas –para ser mujer suelo ser muy misógina a veces.

El insomnio es imprudente de profesión. Es pariente del enamoramiento y el hambre. Son igualitos, todos ellos, Ahí están, los malditos, de afanados. Picándonos el hombro, psssst, hey,tú… sí, tú, la que se está picando los ojos y dando vueltas en la cama… voltea, aquí estoy y no te desharás de mí hasta que me prestes atención, hasta que te vacíe y te deje hueca, más de lo que solías estar.

Hoy el insomnio me ha robado tres horas de sueño y trescientas ochenta y siete palabras que, al final de cuentas, no dicen nada nuevo. Es eso. Ése es mi problema. No es que no tenga nada que contar… es que no sale de la manera que yo quiero. Puedo sacar trescientas ochenta y siete palabras más, y todas ellas seguirán sin sorprenderme. Mis voces ya no son originales. Se han cansado, necesitan más material y no he sabido dárselos.

Y aún así, no me dejan. Se quedaron con la costumbre de levantarme a estas horas para hablarme de nada. Se sienten solas, arrumbadas y, en venganza, siguen demandando de mi tiempo para dormir. Hasta que les regrese algo de qué hablar.