miércoles, 11 de noviembre de 2009

Tercera llamada... terminamos.

El cansancio no me deja ver, pero aún con este muro azulado puedo contar los pasos que se dieron hacia atrás. Tímidos al principio, agigantados cuando estaba distraída. Hemos llegado al final del camino. Las opciones se reducen; este lado o el hoyo.
¿Saltamos?

Hasta ahora, me he adjudicado la tarea de alimentar mi negación con la mala memoria. La vuelvo guillotina y pegamento, la exploto a horas indecentes mientras le hago nudos marineros a las sábanas. Mi insomnio crónico reacomoda los recuerdos. Los desliza por detrás de mis párpados como película implausible con final feliz amontonado.

Es eso o el encontronazo con la taza tibia, los textos de Thompson aún sin leer y el paisaje desgarrador de mi pantalla vacía. Eso o admitir la derrota.

Ya. La admito. Llegó la fecha de caducidad.

Es tiempo de regresar a los días tediosos de responsabilidad y falta de apetito. Aventar los libros gordos para retomar las novelas cortas con finales predecibles, seguros… verdaderos. Es tiempo de volver a mirar a la gente a la cara y contestarles con líneas congruentes; quitarme los audífonos –porque las tragedias realistas no vienen con violincitos de fondo… llegan con el silencio; continuar tachando las metas logradas de mi lista; volver al rímel, al cepillo y a la sonrisa complaciente; abandonar este escenario hecho con suaje e historias que sólo entretienen a la esquina de mis insuficiencias.
Tercera llamada. Hago mi reverencia y me retiro sin mirar a mi auditorio vacío. Me aplaudo a mí misma. Bien jugado. Bien perdido.

Los pendientes me pican en el hombro. Pst. Pst. Por acá. Te faltan dos ensayos por redactar.

Ahí voy, pues. Ahí voy.

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