domingo, 29 de noviembre de 2009

Tara

“Todos sus órganos están inflamados, el corazón ya no puede subministrarles suficiente sangre.”

¿Puedes creer todas estas tonterías? ¿Puedes oírlas? Sí, yo sé que puedes, pero eres una floja. Te imagino perfectamente en este momento. Ni la oreja paras para disimular que pones atención. Siempre fuiste así. Tu pose estrella era echada al sol, panza arriba y con las patas al aire. ¿Te acuerdas que me hacías reír cuando te arrastrabas sentada por el pasto? Sabías que te lo iba a festejar.

Levántate. Por favor levántate y hazlo otra vez. Por mí.

“¿Cuántos años tiene?... Claro, es natural que esto pase.”

¿Cómo osan preguntarlo? ¿Qué, el veterinario éste no sabe que es pecado capital preguntarle la edad a una dama? ¿Es natural que esto pase? ¿Es natural que mi preciosa se me esté deshaciendo por dentro y usted no pueda hacer nada para quitarle el dolor? ¿Por qué no hace nada? ¡¿Por qué carajos no le quita todos esos cables para que ya no llore y sufra de esa manera?! ¡¿Por qué no la acaricia, la baja de esa estúpida plancha y la abraza fuerte, muy fuerte?! Ahí voy para allá, preciosa, ahí voy, que estos idiotas no saben nada, espérame, por favor por favor por favor, espérame. Ahí voy, mi vida, ahí voy. Espérame.

“Podemos intervenirla, pero no puedo asegurarle que resista la operación.”

Deberías de verme. Estoy manejando rápido, como te gusta. ¿Te acuerdas? Te encantaba pasear en coche. Te hacías bolita en el asiento para que cupieras, y babeabas mi palanca de velocidades de la emoción. Cuando eras más chica, teníamos que cerrar las puertas del coche, porque si no nos dábamos cuenta, te me trepabas al asiento del conductor y lo dejabas lleno de pelos. Y no había poder humano que te bajara.

Ahí voy, preciosa, ahí voy. Nomás que llegue y huimos del doctor. Te prometo que voy a sacar fuerzas de no sé dónde y te voy a cargar al coche. Y voy a bajar todas las ventanas para que te pegue el aire y le ladres a quien se te pegue tu gana. Nada de operaciones. Las odias, ya sé que las odias, y no te voy a hacer eso. Ahí voy, espérame.

“Tal vez sería recomendable aplicarle una buena dosis de morfina.”

Mi chiquita, con lo que odias a los doctores. Cada vez que teníamos que inyectarte se te caía el pelo del susto. Te prometo que ésta será la última vez que ves una aguja en tu vida.

Está lloviendo. El clima está loco, es noviembre y está lloviendo por aquí. Es cierto, amabas la lluvia, como toda melancólica trillada. Se te iluminaba tanto la cara con unas míseras gotitas que temía que en cualquier momento tendría que arrastrarte de regreso a un lugar seco y con techo. Menos mal que tus añitos encima ya son freno suficiente. Te conformas ahora con mirarla con tus enormes ojos, suspirar con pesadez y clavar tu nariz en el vidrio.

Tus ojitos, cómo los adoro. A veces juro que podías entenderme cuando daba vueltas a tu alrededor, declamando mis problemas, y tú me seguías nada más con la mirada –floja parásito–, como esperando con paciencia monumental a que solita me dejara de hacer nudos en la cabeza y me sentara a rascarte la panza. Hasta eso, eres paciente. Y lista. Sabes que tienes que limitarte a contemplarme para conseguir lo que quieras. Excepto las galletas; esas siempre han requerido un poquito más de empeño, como mover la cola –tu pobre intento de cola, cortada en honor a la los estúpidos cánones estético de tu raza – y restregar tu hocico en mis pantalones, demandando cariño y galletas Marías.

Ahí voy, bebé, ahí voy. Espérame, ya voy por ti. No tardo, por favor espérame.

“Lo más humano sería dejarla descansar.”

¿Qué sabes tú de lo humano, chiquita? Todo, todo. O nada, y por eso eres tan maravillosa. Eres mejor persona que todo el chingamadral de bípedos estúpidos que hay en el mundo, eres más hermosa que todos ellos y vale más la pena conservarte a ti. Te prefiero mil veces más. ¿Qué voy a hacer si te me vas? ¿Quién me va a recibir todas las noches, cuando llego asqueada de los seres humanos? ¿Quién me va a hacer esas fiestas, husmear mis manos y alegrarse de que estén vacías, porque así es como mejor puedo dar amor? ¿Quién va mirarme como tú, con unos ojitos que no me juzgan, no me aleccionan ni me señalan... sino que sólo me miran, porque soy yo y con eso basta, y que exista es suficiente felicidad para alguien?

No me dejes, mi fea, no me dejes. Por favor, no me dejes… que te me vas tú y se me va el único puente que queda entre los dos pedazos de mi vida. Se me va lo poco bueno que existe de la repartición de bienes familiares, se me va la seguridad de que alguna vez sí fuimos felices todos nosotros… te me vas y de veras me siento sola. De veras me siento huérfana.

No te vayas. Espérame, por favor, por favor espérame poquito más. No puedes dejarme sola. No puedes dejarme a mí toda la responsabilidad de hacer sonreír a esta casa. No puedes hacerme esto, no puedes hacerme esto. No puedes dejarme con la angustia de que te me fuiste solita y asustada, tirada en una plancha de metal fría, con manos extrañas incrustándote agujas. No puedes irte sin que me veas por última vez y te limpie las lagañas, y te corte las uñas, y te rasque las orejas, y me tire en tu panza, y te haga renegar y te diga cosas bonitas, y te abrace y no me importe que me queden pelos en la ropa, y te bese la nariz y te bese los ojos, tus ojos, chiquita, que si algún ser humano me mirara de esa manera no sé cómo le haría para seguir de pie, y te jure y te perjure que ahorita mismo te llevo de ahí y nos vamos de regreso a tu tapete, a tu casa, y…

“Lamento informarle que no llegó a tiempo… ya falleció.”

sábado, 28 de noviembre de 2009

Swan song of the last believer (*suspira* ojalá fuera mío)

How to know when to cry out?
At the incipient prickle of doubt
mistaken for a subtle rise
in temperature? Or at the doubt
after that, threatening to affirm
your most miserable surmise?
Or when more insidious doubts start
multiplying - start to dance
and surge chaotically like sperm,
too speedy and paisley to chart?
Or on the first panicky glance
at the vast hall that once was crowded,
the barely hearable gasp and soft
stumble of the one beside you? when
the one beside you is suddenly not
beside you? When memory of that one
grows too distant not to be doubted?

-J. Allyn Rosser.
The Atlantic Monthly, julio/agosto 2009

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Taconeo, ergo sum

Soy mujer y escribo.
O escribo porque soy mujer.
No.
Soy mujer. Escribo. Ninguno es consecuencia de lo otro.
Pero, ¿es posible callar mi sexo?
¿O se lee entre líneas?
La fragilidad, el deseo
Las partes íntimas bañadas de letras
El fonema manchado de lápiz labial
Rojo. Rosa. Labios pálidos, entreabiertos
Bocas dulces y mordisqueadas
Susurrando en oídos extraños.

Soy mujer y escribo.
Pero mi voz quiere mutar y ser más ronca
Jubilarse del rastrillo
Y cambiar los tacones por las botas
Mi pluma puede esconder los holanes
Si me lo propongo.
Porque escribir, a veces,
Exige habitar otros cuerpos.

Pero, ya sé, te das cuenta
Me escuchas de puntillas detrás de la página
Soy demasiado cursi,
Demasiado fatalista
¿Para qué esconderme si sabes que soy yo?
¿Para qué me disfrazo y me matizo?
Si a nadie le importa
Si la mano que lo escribe usa medias o calcetines
Mientras le llegue a rincones del alma
Que no sabía que tenía

Soy mujer. Escribo.
No soy una cosa sin la otra.
No existo con una sola mitad.
No soy. No puedo ser.
Y no sé qué hacer.

martes, 24 de noviembre de 2009

‘Now that I’ve found you, I can stop looking for myself’/ Sarah Kane

Sometimes I turn around and catch the smell of you and
I cannot go on, I cannot fucking go on without expressing
this terrible so fucking awful physical aching fucking longing
I have for you. And I cannot believe that I can feel this for you
and you feel nothing. Do you feel nothing?
-4.48 Psychosis

Tú sabes mejor que muchos de la miseria del corazón jodido. Háblame. Cuéntame tus tropiezos, que debieron haber sido violentos, trágicos... como tú. Tú que cediste antes de tiempo. No sin antes vomitar la carta de amor más incomprendida y manoseada por la escuela de psiquiatría y el teatro experimental.

Dime quién fue. Qué te hizo.

Te envidio horrores, ¿sabes? Yo quiero que me arruinen de esa manera.

Que me trastornen el sueño, me quiten el hambre y me dejen en los huesos, seca, harta, hecha un saco de migajas y basuritas de Kleenex. Quiero que me arrojen a vicios inconfesables, que me hagan hacer barbaridades en lugares públicos y causar lástima en el baño de mujeres.

¿Qué se siente desvivirse así? Por alguien, por algo, por nada y por todo mundo. Es cierto. Todas nosotras validamos nuestras historias infelices con la mala memoria. Todas las volvemos importantes, a todas las fracturas queremos dejarles sus cinco minutos de fama, no importa que tan hondas o leves haya sido.

Tienen nombres y apellidos compuestos. Y es raro, pero todas dolieron lo mismo. El chico de uniforme gris y ojos grandes que te prestó su chamarra en la fiesta de primero y el tipo que te dejó desnuda y llorando en su cuarto te rompieron igual. Sentiste lo mismo cuando uno ignoró tu vestido nuevo en el festival de Navidad que cuando otro, nueve años después, te regaló una bagatela y se largó al sur.

Al final de cuentas no importa quiénes sean, ¿verdad?

Si todos sirven para lo mismo. Para joderte y exprimirte hasta la última hoja de elocuencias miserables.

The heat is going out of me.
The heart is going out of me.
-Crave

domingo, 22 de noviembre de 2009

Corazón de Alcachofa, Corazón de Pollo

-¿Tienes algo más que decir?

¿Y qué digo? En estas conversaciones, a debiluchos como yo se nos sale agua de los ojos si abrimos la boca. El conducto equivocado para fluir, entregando el mensaje que no queríamos dar. Y una no puede perder el estilo. Si es que todo se ha perdido, que al menos se nos quede la frente en alto y las mejillas secas.

Las peores derrotas siempre terminan siendo en lugares públicos. Las mías, al menos. Duele más si se tiene audiencia– en el pecho, en el alma, en el orgullo– por la presión de recuperar pronto la compostura. Los restaurantes son el escenario propicio para la humillación un tanto mesurada. Son discretos, tienen carta de vinos y los lloriqueos son ofuscados por esos comensales que cuchichean al compás del rechinido del tenedor contra el plato.

Hoy somos un happening de la violencia pasiva en un restaurante de Avenida México. Desvío la mirada de mi interlocutor, sentado frente a mí. No es debilidad, es supervivencia. Registro las paredes, busco asilo en los puntos de fuga del lugar; la clave para evitar la humedad es mantener las pupilas ocupadas. El reloj de la entrada me parece un buen refugio, hasta que me llega el delirio de que es él quien me mira. El que me mide y me prueba. Anda, contesta. Dilo, maldita marica desidiosa.

Sabe que mi batalla está perdida. Sus numeritos amenazantes me vigilan… doce jueces que disfrutan el espectáculo de mi desmoronamiento. Sus manecillas afiladas apuntan hacia mí, retándome a balbucear las palabras entrecortadas

Tic. Tac. No vas a lograrlo. Tic. Tac. Deja de hacerte tonta.
Tic.
Todo está perdido.
Tac.
Se te acabó el tiempo.

El tono de la discusión ha ido in crescendo en el transcurso de la comida. Fue de la sobriedad de nuestras voces en la entrada –espárragos asados, chismerío de política– al desgarramiento verbal de la sobremesa, con su Licor 42 y mi cenicero de moderadores. Si esto fuera otro lugar, aquí habría sangre desparramada por todos lados. Pero aquí debemos ser civiles. El mesero ha retirado los cuchillos, menos mal. Los manteles blancos son un lujo en el negocio tapatío de los restaurantes.

Quiero gritar. Quiero que mi mano deje de aferrarse a la pata de la mesa y tome la mano de mi interlocutor. Una tregua, por favor, déjame levantar la servilleta e izar mi bandera blanca. Basta, que el rímel se me corre y no tengo fuerzas para correr al baño a corregir el maquillaje y ensayar mi sonrisa indiferente. Los Briseño están en la mesa de la pasada… ¿qué van a decir?

Los buenos meseros están entrenados para lidiar con mesas como la nuestra. Las reglas son sencillas: queda estrictamente prohibido acercarse, a menos que se deba llenar las copas. Nunca mirar a los comensales a la cara. No preguntar nada; ellos sabrán cuándo ordenar. ¿En serio cree que alguien que moquea de esta manera le interesa pedir postre? Pero, oh, nuestro mesero ha cometido un faux pas: me ha preguntado si deseo ordenar café. Doble, sin crema, échele poquita agua. Esto va para largo.

Este restaurante en sábado a las cuatro de la tarde es un campo minado. Estamos rodeados. Buena parte del Guadalajara de rancio abolengo con el que mi interlocutor se codea está aquí. Tengo prohibido hacer una escenita. Los De Alba llevaron a toda su alineación, hasta sacaron a los abuelos del asilo. ¿Ya viste? La señora Cornejo trae un vestido verde pistache que le queda horrendo. No puedo creer que Helena Berlanga siga con ese mueble de marido; de seguro aún no sabe que el junior éste y su familia cerraron la fábrica por la crisis, y que a la hora de pedir la cuenta va a pasar la vergüenza de que su American Express sea rechazada.

-¿Tienes algo más que decir?

Sí. Iba a decir que no es justo. ¿Por qué me traes a estos lugares a joderme el día? ¿Por qué nunca podemos discutir estas cosas en lugares privados? Si vamos a invertirle en una comida de cuatro tiempos, ¿por qué arruinármela con estos tópicos deprimentes? La tarta de manzana con nieve que me he estado saboreando toda la pinche tarde me va a saber a jugo gástrico después de esto. A la próxima que tengas algo de este tipo que discutir, hagámoslo en la cocina con sándwiches y platos desechables, para que pueda moquear sin el peligro de que tus clientes crean que me estás maltratando y de que mi nariz arrase con el papel de baño del establecimiento.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Add Foucault and stir

Doxa. Episteme. Yo creo versus yo sé. Yo digo versus yo me apoyo en lo que otros dicen para decir lo que digo. Hay que llenar la bibliografía para tener credibilidad, y debo amontonar mis letras hacia arriba de la página para darle cabida a los pies de página.

Tengo envidia de la mala (porque no hay de otra) de esa gente citadora. ¿Cómo diablos le hacen para tener esa memoria fotográfica? ¿Acaso se fían esos malditos snobs de que nosotros los mortales no cargamos la enciclopedia para tirarles sus bluffs? ¿Qué clase de persona se machetea el calendario de Paulo Coehlo, esperando la plática de banqueta en la que pueda soltar su derroche filosófico de $250 precio Gandhi? ¿Y YO a quien cito para validarme? ¿Para que este YO sea tomada en serio?

¿Quién es este yo?
Yo. Soy….

Soy la ambigüedad consecuente de mis 22 años. Soy una antología de otros, de otras vidas y otras historias que no son necesariamente mías. Qué cosas. Ya no sé qué tanto de lo que digo es mío y que tanto me lo he robado. Bueno, lo tomo prestado. APA me obliga a admitir mi fuente en algún punto de la conversación. Y mi bibliografía casi nunca viene de fuentes académicamente respetables. A menos que las Vacas Sagradas de la Comunicación me dejen usar de fuente al panadero de mi colonia.

Doxa. Praxis. Yo lo digo versus yo lo hago. Yo lo digo porque lo creo versus tú lo dices porque lo viviste.

Mis frases célebres se las he copiado a gente de la que ya no me acuerdo. Si te conozco, te voy a citar. Porque yo soy doxa. Todo lo sé en teoría. Todo lo sé porque me lo dijiste. Y probablemente, en mis palabras, tus palabras suenan mejor, aunque yo no veo lo que tú viste. Prefiero llenar mi cajón de sabiduría de tus palabras a las de un fulano estructuralista que en el fondo no le creo.

Hay que agradecer por la gente con la que uno se topa y le deja un poco de cultura general. Doy gracias por el geek simpaticón de mis clases que lee Wired y me enseña cosas que en la vida investigaría, como que Google ya tiene su propio lenguaje de programación y qué son los fractales. Gracias a mi maestro de clase de los martes que me incita a leerme toda la biblioteca nacional del siglo XX. Gracias a Gracielita que se toma la molestia de utilizar construcciones lingüísticas que nadie usa. Gracias a Ángela y Charlie Moon por su traducción de Thompson para dummies, a Gaby y sus frases domingueras güeras, a los ociosos que cuelgan mantas en los puentes peatonales con frases inspiradoras, gracias a Elías que tiene la lengua más filosa y ocurrente del poniente de la ciudad… gracias a los extraños que han pasado con mi vida y me han nutrido de una conversación más original.

Soy doxa y busco tu episteme. ¿Me lo prestas?

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Tercera llamada... terminamos.

El cansancio no me deja ver, pero aún con este muro azulado puedo contar los pasos que se dieron hacia atrás. Tímidos al principio, agigantados cuando estaba distraída. Hemos llegado al final del camino. Las opciones se reducen; este lado o el hoyo.
¿Saltamos?

Hasta ahora, me he adjudicado la tarea de alimentar mi negación con la mala memoria. La vuelvo guillotina y pegamento, la exploto a horas indecentes mientras le hago nudos marineros a las sábanas. Mi insomnio crónico reacomoda los recuerdos. Los desliza por detrás de mis párpados como película implausible con final feliz amontonado.

Es eso o el encontronazo con la taza tibia, los textos de Thompson aún sin leer y el paisaje desgarrador de mi pantalla vacía. Eso o admitir la derrota.

Ya. La admito. Llegó la fecha de caducidad.

Es tiempo de regresar a los días tediosos de responsabilidad y falta de apetito. Aventar los libros gordos para retomar las novelas cortas con finales predecibles, seguros… verdaderos. Es tiempo de volver a mirar a la gente a la cara y contestarles con líneas congruentes; quitarme los audífonos –porque las tragedias realistas no vienen con violincitos de fondo… llegan con el silencio; continuar tachando las metas logradas de mi lista; volver al rímel, al cepillo y a la sonrisa complaciente; abandonar este escenario hecho con suaje e historias que sólo entretienen a la esquina de mis insuficiencias.
Tercera llamada. Hago mi reverencia y me retiro sin mirar a mi auditorio vacío. Me aplaudo a mí misma. Bien jugado. Bien perdido.

Los pendientes me pican en el hombro. Pst. Pst. Por acá. Te faltan dos ensayos por redactar.

Ahí voy, pues. Ahí voy.

martes, 10 de noviembre de 2009

Crack. ¿Lo escuchaste? Crack. Crack. Sí. Es el mío. Fui yo.

-No seas terca, por favor. Mírame. ¡Mírame!
No podía, no podía, por más que quería. No podía hacerlo porque mis ojos estaban hasta el tope de lágrimas, miles de gotas amontonándose para salir, tantas que no cabían aunque apretara los ojos, no me alcanzaban las fuerzas para detenerlas ni para sacarlas todas. Dejé que me acribillaran. Abrí los ojos y lloré y lloré y lloré, a punto de perder el equilibrio con tanto esfuerzo. Me agarré de sus brazos, temblé y gemí entre lágrimas y lamentos, con el corazón aplastado y los pulmones cansados de jalar tanto aire. Esta vez no se sentía como un reflejo. Mis adentros se estaban fracturando y sentía los pedazos separarse, derrumbando las capas que había hecho falta arrancar.
Tenía un motivo. O ninguno, y por eso lloraba. Porque, a fin de cuentas, mi razón ya no estaba aquí. Se me había escapado sin siquiera llevarse sus cosas. Lloraba por eso. Por mí y todo lo demás que había perdido o nunca había logrado tener. Lloré por todos en esta casa; los reales, las sombras y los recuerdos.

***

-Dime, ¿te duele?
Asentí.
-¿Dónde te duele?

Prendí mi cigarro y exhalé el humo con lentitud, mientras registraba los daños. Todo mi cuerpo estaba como recién despertado después de la anestesia. Irritado y torpe. El dolor tenía vida propia y habitaba en partes de mí que ignoraba que podían sentir tristeza.

-En todos lados.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Otoño en Región 4

Para el ocio trasnochado de Lecha
Ah, mi precioso país tercermundista. No me falla. Nada como comenzar la mañana con siete grados centígrados, un desayuno anoréxico de campeones, café frío y las nuevas pendejadas mediáticas. Ferriz de Con masacrando verbalmente al Subsecretario con trampas lingüísticas en el radio; la “clausura simbólica” de las obras del Panamericano (éjele, nos la van a quitar); que El Negro andaba en Lamborghini; una foto en el portal electrónico de Mural que parte el corazón de cualquier ambientalista, de un tipo plantando un arbolito en el camellón de San Ignacio, justo al lado del cadáver de un árbol de más de 30 años que fue tirado y masacrado en pedacitos por las obras del magnánimo puente atirantado de nuestro gobernador incompetente y sus ingenieros/albañiles en traje sastre, llenos de permisos de obra y cortos de planeación urbana.

Y volteo al calendario. Cierto, es noviembre ya. El día de Muertos me pasó de noche (mi casa veta el pan de muerto y mi tía es alérgica al cempasúchil y cualquier otro indicio de esta ‘tradición necrofílica’, à son avis), apenas noto cómo la ciudad se mueve con menos velocidad últimamente. Abro los ojos entre tanta ojera y sucede: son las dos de la tarde y voy con mi pedacero de coche transitando por López Mateos… y no se escucha ningún claxon. Un miércoles pacífico. Un día sin novedades. Ya hacía falta.

Tapatilandia tiene resfriado. La influenza y el dengue están vaciando las aulas de la universidad. Tengo dos sobrevivientes en cada lado de mi escritorio y unos cuantos alegóricos estornudando un impromptu en re menor. En otoño no son hojitas amarillentas sino Kleenex moqueados los que tapizan el suelo. Ah, se respira gripa en el aire. Y estrés, la invención más revolucionaria del postmodernismo capitalista, explotada hasta sus últimas consecuencias en el ITESO. Es contraproducente. Saca la mala persona que uno lleva dentro; cuatro bolas de estrés, déficit de sueño y una lista de gente que uno planea asesinar de la manera más sádica que la imaginación se lo permita. Cuidado, tengo un diccionario enciclopédico Larousse y no dudaré en usarlo.

Lo más emocionante de noviembre son los frentes fríos y el ‘Aniv de la Rev’ que nadie recuerda si no es porque se vuelve fin de semana largo. Este mes es sólo una coma. Un guión y pausa entre el destape de los complejos freudianos y conductistas, de niñas del Country vestidas de putas y enclosetados con faldas y lipstick en fiestas anunciadas hasta el vómito vía Facebook… y la masacre con foquitos de las Navidades: buñuelos, botargas afelpadas y Grinch’s que nos embriagamos de sidra y vino rosado para no llorar a media cena del 24.

Me uno a la tracición gringa y doy gracias en noviembre. Por noviembre. Por este mute en un semestre tan caótico. Puedo soportar la presión de los finales. Venga, venga más carga de trabajo. Prefiero los ensayos kilométricos a la cara desencajada de mi madre frente al árbol navideño y una pendeja más vestida de conejita sangrienta.