domingo, 27 de septiembre de 2009

Adris en Dime poesía - Itópica



Escuchen mi entrevista en :

http://cid-ed47e537353cd44b.skydrive.live.com/browse.aspx/Programa%20de%20Radio%20Dime%20Poes%c3%ada (la del 24 d septiembre)

Gracias a Memo, Natalia, el buen Haroldo y a todo el equipo de Dime Poesía, que nos salvan a los melómanos del olvido!
La poesía nunca muere!
:)

Parabrisas

El tiempo –o más su ausencia– fue el pretexto
El contrato entre líneas
La felicidad caduca
Partida en cincuenta y ocho días
Disuelta en veintitantos cafés
Que rodó por la sala
Sonrió en su cama
Acarició a su perra sorda
Besó su nariz
Y se fue

Y ahora llueves
Cómo llueves

Sabes
Que nada ha cambiado
Que los lugares son los mismos
Y el tiempo no ha perdido el ritmo
Hoy abres los ojos y repites
La rutina que tanto amabas
Y te sabe agria hueca inútil

Y llueves
Cómo llueves

Te deshaces en agua salada
Frente a un parabrisas empapado
Con una canción cursi de fondo
Tocando una guitarra con cinco cuerdas
En la esquina de La Selva
Goteas por todos lados
Con tu taza a medias
Rota
Estás rota
Cómo llueves

Pasarán los días, dejarás de esperar
Su nombre no te asaltará en las esquinas
No escucharás su voz
Ni sentirás sus manos
En ti
En cada espacio
Dolido y frágil de ti
Pero, hasta entonces
Hasta ese amnésico entonces
Llueves
Porque no te queda nada que hacer
Llueves
Porque esperas secarte y dejar de correr

Llueves
Cómo llueves

viernes, 25 de septiembre de 2009

Boca Arriba

El mundo se ve de distinta forma cuando lo tienes boca arriba. El cielo se siente más abierto, los espacios más amplios… las miradas más severas y las voces más distantes. El suelo se vuelve menos atemorizante, la caída es cercana, el miedo se pierde… ya no puedes ir más abajo de lo que ya te encuentras. Tal vez la perspectiva de las cosas dependa más que nada de tu posición corporal; y boca arriba resulte ser algunas veces la más humilde de todas.

Es la que ahora te sigue el paso, de una manera más dramática, por ponerlo de algún modo. Pero tu panorama es el techo blanco y lámparas entre azulejo y azulejo; el suero pendiendo de un gancho lateral de la camilla; caras desconocidas detrás de un cubre bocas azul celeste; la mano de tu padre sobre tu frente y los ojos agobiados de tu madre; ah, y tu banda sonora es esa pregunta taladrando tus oídos: cómo diablos dejaste que esto llegara tan lejos.

Un doctor recita a tus padres toda la letanía de estudios que planean hacerte, y da instrucciones a los enfermeros. Tus padres se lamentan, interrumpen con preguntas, reclaman en ocasiones, y todavía se dan el lujo de ignorarse el uno al otro. Y tú, boca arriba, apenas cubierta por una bata, debajo de todo ese escenario, te sientes olvidada y hasta dada por muerta. Pero no te des tanto crédito, no estás muerta en lo más remoto. Sólo estás unos diez u once kilos por debajo de tu peso, con ojeras más grandes que una pelota de tenis, con cada vez menos cabello, y hasta la madre de vomitar cada bocado que osa asomarse a tu boca.

Te sientes perdida y más sola que nunca. Pero esos minutos en el pasillo te son sorpresivamente reconfortantes. Porque el mundo sigue su curso encima de esa camilla; se encarga de ti sin tu consentimiento porque, aparentemente, ya no tienes autoridad sobre tu siguiente paso. Te abandonas por completo. Te dejas guiar, cedes a decisiones en las que no has sido tomada en cuenta, y no preguntas más por qué. Esta vez no haces nada. Sólo miras hacia arriba y ves tu perspectiva derrumbándose sobre ti. Ahora sí lo lograste; nada de mediocridades. Estás completamente en el hoyo.

martes, 22 de septiembre de 2009

Elegía para mis margaritas

El cielo se está cayendo a cachos helados y duros. No me importa lo que digan, el granizo NO es normal en esta ciudad y no califica en el Top Ten de mis desastres favoritos –jamás calificará algo que me madreé desprevenida y sin paraguas. Aún así, suspendo mis actividades indefinidamente y pego mi nariz en el vidrio. Éstas son mis últimas lluvias. Mis últimos aguaceros inclementes que desgarran el cielo, parten las calles y ensopan democráticamente a cualquier pobre diablo que agarre a medio camino.

Malditas lluvias envidiosas. Han despelucado a mis pobres margaritas, han destrozado mi excusa para sonreír estos días. No se los perdonaré. Ni por eso ni por la música estridente que hacen en el tragaluz de mi casa… ni por los ríos que corren en el piso de mi cuarto… ni por derretir el panorama de mi ventana y darme una razón convincente para quedarme bajo la seguridad de mis sábanas, en vez de hacer algo productivo.
Salvé los tallos desnudos de mis flores; hay unas con dos que tres pétalos aún en su lugar que pintan un cuadro más triste que el de allá afuera. Les he cambiado el agua y las he colocado aquí junto a mí, para que sus últimas horas no las pasen solitarias. Mi perra Tara las contempla con sus orejas alertas. Los cadáveres de margaritas se van agachando hacia el suelo; están derrotadas, golpeadas por los pedazos de hielo y hechas una sopa.

Malditas lluvias envidiosas. Han despelucado mi ánimo y terminado de joderme todo el mes de septiembre. Octubre, llega pronto… tú prometes más.

domingo, 20 de septiembre de 2009

:)

Hoy no hay quejas. Bueno, sí las había, pero el maravilloso poder del apendejamiento sentimentaloide ha subyugado mi mala costumbre de ningunearme.

Ya no me importa nada. Nada. Hoy sonrío como imbécil y no me molesto por escondérselo a nadie. Hoy vuelvo a dejar esa canción en mi iPod que hace unos días nada más escuchaba comenzar y me apachurraba el ánimo y las glándulas lagrimales. Hoy me doy un peinón exprés, me enfundo en mi vestido y salgo, porque este día es el mejor que pudo haber sido y vale la pena ir a disfrutarlo. Y, al mismo tiempo, me frustro por saber que allá afuera no va a estar lo que en verdad quiero encontrar.

Qué ironía. El poder de una llamada. El maldito poder de una voz con palabras tan sencillas, que querían decir más que lo que el saldo del celular lo permitieron. Libros. Si serás tonta. ¿Cómo te pones a hablar de libros con alguien que está a pinchimil kilómetros? ¿Porqué esos 10 minutos, esos 10 brevísimos minutos no los invertiste en decir cosas más inteligentes y espontáneas y sinceras y cariñosas y chistosas y elocuentes y…?

Hoy es el peor cumpleaños. Hoy es el mejor cumpleaños. Felices 22. Ya deja de quejarte. Sonríe. Y deja de abrazar el celular.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

El wey de allá arriba que dizque todo lo ve quiso verme hacer otra tontería

Para Chemo, “que se dio cuenta.”

Mentira vil sucia y podrida. Uno no ve su vida pasar frente a sus ojos. Uno, al escuchar los cristales y el metal hacerse pedazos, no piensa en la persona que más ama, en los mejores momentos que no volverán, en las cosas que quería lograr y nunca pudo, lo que dejó de decir por cobardía y todo ese listado idiota del nostálgico instatisfecho.

No. Al sentir que su vida podría terminar dentro de los restos del metal automotriz, Uno no grita “¡(ponga aquí el nombre), te amo!” o cierra los ojos para dedicar los que, uno cree, serán sus últimos pensamientos para al dueño de ese nombre. Uno pierde la elocuencia, las frases puntuales y los momentos heroicos. Uno se aferra a lo que más tenga a la mano (el techo, en este caso) y suspira “no mames, no mames” con voz de nena; uno dedica los que, uno cree, serán sus últimos pensamientos a delirios estúpidos como, “esto sí que me va a costar explicárselo a mi papá,” y “Hmmm… ¿cuáles son las probabilidades de que me rompa el cuello y quede chueca?”

Uno se queda como idiota, sin moverse, cuando la regla es revisar que uno siga entero. Uno siente algo húmedo en la cara y se dice, “claro, el coche rodó por la carretera, a huevo que es sangre y no siento la herida por la adrenalina.” Y espera que la persona asertiva del coche reaccione y obligue al resto a salir del lugar del siniestro. Es cuando la sensibilidad regresa, sólo por los instantes necesarios, para movilizar las piernas y arrastrarse como Dios le dé a entender de regreso a la superficie. Y, ¿qué es lo primero que piensa uno, al verse completo y desolado, en medio de la nada, con café en la cara –no sangre– y el cuerpo como maraca descompuesta? Uno no toma el celular para avisar al seguro y a los padres de lo ocurrido. No voltea sus ojos al cielo y agradece al wey de la nubecita por haberle permitido salir caminando de esta. No escucha al paramédico, al oficial y al bombero que creyó haber visto ahí perdido. Mucho menos toma la mano de los otros sobrevivientes y se entrega a un momento silencioso e íntimo de solidaridad.

No. Claro que no. Uno se ríe, se ríe y llora a la vez como magdalena porque no sabe coordinar ambos sentimientos. Llora, ríe y pide un cigarro.

martes, 15 de septiembre de 2009

Guadalajara, hueles bache y tierra mojada

No ha dejado de llover en tres días. La Madre Naturaleza tiene un humor de la chingada; primero con sequías todo el verano, y justo en septiembre ahoga calles y camellones. Y ni se diga de los baches tapatíos. No son hoyos... estas cosas son yacimientos petroleros. Me he salvado de choques porque el wey de allá arriba que dizque todo lo ve ha de estar aburrido de verme hacer tanta tontería.


Ayer que venía manejando por nuestra maravillosa y excelentemente parchada avenida López Mateos, a la altura de Plaza del Sol, recordé por qué soy una tapatía recalcitrante. Eran las nueve de la noche y venía a vuelta de rueda –el tráfico ya no tiene horario fijo cuando de lluvia se trata–, peleándome con mi iPod que siempre decide tomar siesta en los momentos menos oportunos. Por tercera vez que quedé en el mismo semáforo; estaba furiosa, hambrienta, cansada y con prisa, mi estado natural en horas pico. En eso, uno de mis parabrisas se atoró a la mitad de su trayectoria con una hoja de árbol. Bajé el vidrio para arreglar el desperfecto, maldiciendo a la pobre basurita color marrón… pero apenas bajé el vidrio, cuando el olor a calle y lluvia penetró mis fosas nasales y viajó en milésimas de segundo a mi cerebro.


Eso es lo que me hace sentirme tan jalisquilla. El olor a tierra mojada. No la torta ahogada y el Tequila Express, los jarritos despostillados o los mariachis mal uniformados en los restaurantes para turistas de Tlaquepaque… no, nada de eso. Me hace jalisquilla el hecho de que nadie más que mi gente y esta melómana podemos captar la belleza, la exquisita delicia del olor de nuestras calles ensopadas y llenas de smog. Nadie puede entender como nosotros el placer que significa llenar nuestros pulmones de ese aroma, que es precisamente el causante de todos nuestros accidentes y catástrofes viales.


Mi minúsculo momento en el nirvana tapatío fue interrumpido por una mamá-van que venía en sentido contrario, que muy descortésmente aceleró con más enjundia de la necesaria y me mojó. Aunque, ¿quién va por López Mateos con los vidrios abajo con semejante tormenta?
Sonreí el resto del camino a mi casa –45 largos minutos en un tramo de menos de 15 en horas normales. Se me olvidó el hambre y el estrés. Se me olvidó que en mi radio se oía pura estática mezclada con la música cumbianchera del coche de atrás. Sonreí empapada, con el vidrio abajo y mi pedacito de naturaleza atravesado en el parabrisas. Sonreí con mi olor favorito pegado en la nariz. Porque esta ciudad es un caos de concreto malhecho, parchado y gris. Es la ciudad de la desolación mojada, un río rápido de aguas negras en el que nadamos cerca de seis millones de almas perdidas. Y la amo, de veras, cómo la amo.

domingo, 13 de septiembre de 2009

De por qué la precaución no tiene final feliz

Soy la princesa de los cuentos enlatados. Los otros. Los rechazados por el editor en turno, que le pareció más mediático eso de los cliffhangers y finales felices parchados. Nadie busca los cuentos realistas; aburridos, los llaman. Como la cenicienta que nunca tiró el tacón porque fue excesivamente precavida y recordó anudar bien la tira; ergo, nunca hubo evidencia pa’ buscarla, el príncipe inútil –como la mayoría de los hombres reales– eventualmente lo dejó como una borrachera más y se buscó una de su clase, o que al menos le soltara un calcetín por error. O la Bella Durmiente que fue obediente e “inteligente”, por lo que nunca se acercó a tocar un uso; murió antes de que, a los 100 años después, legara el príncipe valiente y menor que ella por al menos 80 años, que supuestamente iba a despertarla de su sueño. O la Bella realista que dejó que la Bestia muriera sin confesarle que lo amaba, porque, vamos siendo honestos… tener una relación con un hombre que se parece más a tu mascota no lleva a nada bueno, sin mencionar que es antihigiénico –aunque cada quien sus fetiches. Y ni hablemos de Blanca Nieves… no le pareció propio de una señorita decente quedarse a dormir con siete hombres maduros, enanos y solteros (perfecta mezcla de da como resultado dosis indecentes de calentura insatisfecha), se siguió de largo, y se la tragó el bosque. La bruja siguió tranquila con sus planes malévolos de echarse al príncipe.

La precaución no es romántica. La columna vertebral de cualquier premisa cursi es la torpeza humana. No hay espacio en las grandes historias para nosotras, las prevenidas. Las buenas de corazón que no somos estúpidas, las que nos dejamos llevar por el sentido común y podemos cargar nuestros propios libros a la escuela. Las que no caemos en charcos y buscamos los caminos iluminados. Nunca nos tropezamos con nadie en la calle, mantenemos nuestros trabajos y buenas amistades; nuestra fuente de adrenalina consiste en nimiedades, retos minúsculos que no representan una buena sotryline para la siguiente gran historia de amor desenfrenada, pasional y generadora de millones de dólares en el precio actual por la devaluación.

Soy la princesa de los cuentos feministoides que quedaron en el bote de basura. La que no le hizo caso a su madre de que se fuera bien vestida hasta para ir al Oxxo, y el amor de su vida no se fijó en ella cuando estaba en el pasillo de los enlatados. La que no pidió ayuda para alcanzar la caja de cereal del estante arriba, o se negó a darse el tiempo de conocer al tipo incompetente que la sacaba de quicio, por lo que, de acuerdo a uno de los cánones de la madre del chick-lit (Doña Austen), nunca pudo descubrir que detrás de su façade de pendejo arrogante, se escondía el pendejo sensible por el que todas nos peleamos. Soy la princesa de la salida fácil y práctica, no hay espacio para mí en el top ten de los finales felices. No tendré una persecución intensa por la lluvia que prosiga con una declaración enlistada de mis sentimientos y tenga como desenlace un beso hollywoodense, porque odio correr y siempre traigo paraguas… y qué estupidez eso de tropezarse con las palabras tardías. Las cosas se hacen en su momento porque la improvisación es de desordenados... ¿Dar un beso en público? ¿Qué, qué?

Soy la princesa que nunca pudo estrenar su vestido, ni su balcón ni su ensayadísima cara de sorpresa. La princesa que se enfundó en su piyama realista, sin lacitos rosas o encaje picoso, con sus libros y su café. La que se quedó leyendo sobre los tropiezos afortunados de otros, y se pregunta, escéptica y pragmática como bien le enseñó su papá, por qué esos hijos de la fregada tienen tanta suerte si son tan tontos e imprácticos.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Hablando de nada

El insomnio. Duermevela. Esclavitud del escritor aferrado. Pesadilla del pobre diablo que realmente tiene cosas importantes que hacer en unas horas y no consigue conciliar el sueño mínimo de siete horas para poder rendir al día siguiente. Ojeras seguras. Reforzamiento de la adicción a los narcóticos y la cafeína. Ya no lo quiero, si alguna vez lo aprecié por remedo de melómana, hoy renuncio a todas esas aspiraciones frustradas.

¿Por qué al insomnio se le adjudican características románticas? ¿Qué tiene de poético? Lo poético es trágico. Y lo trágico puede ser patético. Sobre todo si tiene lugar a las dos de la mañana. No tiene ningún mérito el levantarse a estas horas a escribir líneas inútiles. Porque no es inspiración lo que me llama a madrear mi pobre teclado pegajoso… es que mi cerebro se niega a apagarse ni por unas míseras horas, y alguien o algo debe gritarle que se calle de una pinche vez. Está lleno, pero, ¿de qué? De nada interesante. Es una avalancha de incoherencias. Bueno, hay dos que tres viñetas que pueden ser salvadas, pero, ¿qué necesidad de meditar en cosas que no puedo resolver en estos momentos? Aún soy hija de papi. Vivo en un techo prestado y tengo que respetar reglas… reglas que incluyen no salir de mi casa a horas obscenas a querer resolver todas las tragedias que están allá afuera y que no me dejan dormir.

Sergio Pitol dijo que un novelista era alguien que oía voces a través de las voces, las cuales lo obligaban a uno a levantarse de la cama, buscar una hoja y escribir tres o cuatro líneas. Tres o cuatro pinches líneas que son suficientes para quitarte el sueño. ¿Será mucho pedir que las voces nos visiten a horas adecuadas? La inspiración y el insomnio son amigos incómodos. Llegan cuando uno no los invita y se van cuando más se necesitan. Son traicioneros; ambos deberían ser palabras femeninas –para ser mujer suelo ser muy misógina a veces.

El insomnio es imprudente de profesión. Es pariente del enamoramiento y el hambre. Son igualitos, todos ellos, Ahí están, los malditos, de afanados. Picándonos el hombro, psssst, hey,tú… sí, tú, la que se está picando los ojos y dando vueltas en la cama… voltea, aquí estoy y no te desharás de mí hasta que me prestes atención, hasta que te vacíe y te deje hueca, más de lo que solías estar.

Hoy el insomnio me ha robado tres horas de sueño y trescientas ochenta y siete palabras que, al final de cuentas, no dicen nada nuevo. Es eso. Ése es mi problema. No es que no tenga nada que contar… es que no sale de la manera que yo quiero. Puedo sacar trescientas ochenta y siete palabras más, y todas ellas seguirán sin sorprenderme. Mis voces ya no son originales. Se han cansado, necesitan más material y no he sabido dárselos.

Y aún así, no me dejan. Se quedaron con la costumbre de levantarme a estas horas para hablarme de nada. Se sienten solas, arrumbadas y, en venganza, siguen demandando de mi tiempo para dormir. Hasta que les regrese algo de qué hablar.