lunes, 8 de agosto de 2011

Cuenta regresiva

Diez, nueve, ocho.
Diez días muertos y nueve noches en vela, con ochocientos centímetros de estambre verde, dos agujas, un cuarto de luna mordida, y tres tazas a medio tomar.


Ocho, siete... seis y medio.
Ocho kilómetros multiplicados por dos: la distancia de mi cama a la pista de aterrizaje que te traerá de vuelta, con siete dedos más de longitud de cabello, unos cuantos kilos menos y tres veces la sonrisa más amplia.



Seis, cinco y tres cuartos.
Seis cuentos restantes en mi libro de Keret, que llevo cinco meses leyendo.
Un cuarto lleno de ropa tirada que me niego a levantar; un cuarto de pastilla, un tercio del reloj para que den las 12 y se acabe un día más, para volverse un día menos que me queda por esperarte.



Cuatro.
Los días que te restan para venir a abrazarme.


Tres.
Los animales nuevos que tengo para tu colección de zoológico en papel.


Dos.
Las palabras que extraño decirte al oído, en la oscuridad del coche, con medio pie afuera y dos tercios de mi cuerpo aferrado al asiento.

Uno.

sábado, 6 de agosto de 2011

l'orage

Llueve.
Llueve y me acuerdo.
Llueve y me acuerdo de ti.

Hago inventario. Reviso entre los cajones de mi torcida memoria las mejores charlas que no hemos tenido, el montón de planes que no hemos ni trazado, las caricias que mis manos sufren por no haber hecho.

No sé.
No sé por qué.
No sé por qué me acuerdo tanto.

Si en nuestra historia no hay episodios con gotas merodeando por tu espalda, ni rocío entre los párpados. Hay tardes nubladas con tazas tibias, soles incandescentes entre pastizales, manteles amarillos y pan con queso.

Será.
Será porque te fuiste.
Será porque te fuiste cuando llegó la lluvia.

Y la humedad en mi ventana me recuerda que no estás, que aún no llegas. Y las tormentas habituales hacen las veces de verdugo imaginario. De calendario sin tachar, sin tu nombre en la lista de pendientes y fechas próximas.

Falta.
Falta muy poco.
Falta muy poco para verte.

miércoles, 2 de febrero de 2011

En llamas

Para los reporteros de Metro/Staff y Comunidad

La Ciudad anocheció en llamas. Anocheció con frío, con balas perdidas, explosiones y gritos de auxilio en plena avenida.

Siete puntos de Guadalajara enardecidos, siete heridas de concreto y metal casi al unísono, por una propaganda de narco violencia de rebeldes denominados La Resistencia.

Mientras yo dormía, la Ciudad se hizo un mar de lágrimas por bombas molotov caseras, resguardadas en envases de vidrio de Coca-Cola. Cayeron flashes sobre los rostros indiferentes de presuntos responsables de las explosiones de Periférico Sur y 8 de Julio, que se cruzaron de manos mientras permanecían sentados en una de las pick ups de la Policía. ¿Cuántos años tendrán? Menos de 19, juro que podrían tener 16. En el interior del coche colgaba un rosario y una imagen de Cristo Redentor.

La Ciudad despertó con miedo, con restos de cristal y cenizas, con helicópteros y sirenas. Nuestra banda sonora fue la intermitente voz de un radio gritando códigos, las lágrimas de mujeres horrorizadas y cuchicheos de teorías conspiracionales.

La Ciudad amaneció vacía y alerta. Mientras los periodistas esperan el comienzo a la rueda de prensa en la que los Presidentes Municipales, en conjunto con el Gobernador, pretenden dar la cara y una solución pronta y expedita, una charola de tamales perfuma el ambiente de Casa Jalisco. Cierto, es 2 de febrero. La inminente guerra que ha llegado a la orilla de nuestras casas no frena ni las más sacrosantas tradiciones.

Jóvenes se han organizado, gracias a la inmediatez apabullante de la interfaz, para sacar al vapor una marcha. Jóvenes murmuran en los pasillos la indignación que les provoca la situación, pero que “les da miedito” ir a la manifestación de la tarde. Las fotos de perfil de Facebook se han vestido de blanco en mediática solidaridad, los cibernautas tuitean furiosamente sus condenas al Gobierno Vendido, insultos al Exmo. Gobernador se desparraman con senda ausencia de originalidad, atribuyéndole su alcoholismo, su mochés, su valemadrismo… toda la semana, cerraremos nuestras puertas y subiremos nuestros vidrios, abordaremos el camión con desconfianza, hablaremos ad nauseam de la Impunidad Gubernamental y los Pendejos Desobligados de La Resistencia, y luego…

¿Y luego qué?

sábado, 29 de enero de 2011

Disculpe usté la tardanza

Con todo lo que he escrito en estos últimos dos meses (lo cual, a menos que sean lectores ávidos de los vistazos de Primera Fila, seguramente no han visto), es increíble que me sienta tan desprotegida ante esta página en blanco y su cursor intermitente. Viene y va, viene y va. Cada vez que reaparece en la primera línea vacía me dice, a ver, pendeja, escribe algo ya o ciérrame de una vez.

Tengo la cabeza llena de anécdotas intrascendentes, de esas que me encanta venir aquí a poner en la mesa. Porque, a falta de experiencias excitantes, tengo vivencias trepidantes y esclarecedoras en la entrada de los Oxxos, con homelessitos y mamavans.

Al final de cuentas, de ahí saco la sabiduría infinita de la humanidad: de sus peores manías y sus trivialidades en los supermercados. Dios bendiga a todas las señoras fodongas que se cruzan en mi camino, los buchones de Bugambilias, los frezapatistas itesianos y los hipsters con pantalones perturbadoramente entallados.

Estos dos meses he tenido epifanías de la condición humana en lugares tan comunes como éstos, y con ejemplares bípedos tan afortunados como los ya mencionados.

Pero no puedo escribir una sola palabra.

Como que he perdido la facilidad de vomitar quejumbrosidades. Cuando uno cuenta con menos tiempo, se encuentra a sí mismo llenando los escasos minutos de sobra con cosas más productivas que escribir sobre sus desgracias.

Es que es ése mi problema. De momento me he quedado son desgracias qué contar. Y este espacio, muchas de las veces, ha sido mi bote de basura emocional, y de repente no hay nada qué tirar.

¿Me habré arruinado por ser feliz?

Nah. Al final de cuentas, me estoy quejando de ser afortunada y no poder escribir ni una puta palabra.

Porque no estoy acostumbrada a escribir cosas felices. No sé cómo venir a contarles a mis dos lectores y medio de la fascinante experiencia de escribir caracteres por encargo sobre changarros hipsters en la Zona Metropolitana de Tapatilandia. De tener pláticas profundas con RPs de antros, acostumbrarme a tomar infusiones para la panza y llenar el corcho de mi cubículo con pendejaditas coloridas que lo hacen más hogareño. Tengo un montón de confesiones que hacer de mi cursilería de clóset, que está rejega porque la reconozca como legítima hija mía, y la saque a pasear a la calle con la frente en alto.

Adris is back. Tal vez un poquito menos agria. Disculpe las molestias que esto ocasione.