sábado, 29 de enero de 2011

Disculpe usté la tardanza

Con todo lo que he escrito en estos últimos dos meses (lo cual, a menos que sean lectores ávidos de los vistazos de Primera Fila, seguramente no han visto), es increíble que me sienta tan desprotegida ante esta página en blanco y su cursor intermitente. Viene y va, viene y va. Cada vez que reaparece en la primera línea vacía me dice, a ver, pendeja, escribe algo ya o ciérrame de una vez.

Tengo la cabeza llena de anécdotas intrascendentes, de esas que me encanta venir aquí a poner en la mesa. Porque, a falta de experiencias excitantes, tengo vivencias trepidantes y esclarecedoras en la entrada de los Oxxos, con homelessitos y mamavans.

Al final de cuentas, de ahí saco la sabiduría infinita de la humanidad: de sus peores manías y sus trivialidades en los supermercados. Dios bendiga a todas las señoras fodongas que se cruzan en mi camino, los buchones de Bugambilias, los frezapatistas itesianos y los hipsters con pantalones perturbadoramente entallados.

Estos dos meses he tenido epifanías de la condición humana en lugares tan comunes como éstos, y con ejemplares bípedos tan afortunados como los ya mencionados.

Pero no puedo escribir una sola palabra.

Como que he perdido la facilidad de vomitar quejumbrosidades. Cuando uno cuenta con menos tiempo, se encuentra a sí mismo llenando los escasos minutos de sobra con cosas más productivas que escribir sobre sus desgracias.

Es que es ése mi problema. De momento me he quedado son desgracias qué contar. Y este espacio, muchas de las veces, ha sido mi bote de basura emocional, y de repente no hay nada qué tirar.

¿Me habré arruinado por ser feliz?

Nah. Al final de cuentas, me estoy quejando de ser afortunada y no poder escribir ni una puta palabra.

Porque no estoy acostumbrada a escribir cosas felices. No sé cómo venir a contarles a mis dos lectores y medio de la fascinante experiencia de escribir caracteres por encargo sobre changarros hipsters en la Zona Metropolitana de Tapatilandia. De tener pláticas profundas con RPs de antros, acostumbrarme a tomar infusiones para la panza y llenar el corcho de mi cubículo con pendejaditas coloridas que lo hacen más hogareño. Tengo un montón de confesiones que hacer de mi cursilería de clóset, que está rejega porque la reconozca como legítima hija mía, y la saque a pasear a la calle con la frente en alto.

Adris is back. Tal vez un poquito menos agria. Disculpe las molestias que esto ocasione.