viernes, 20 de agosto de 2010

Porque hablarse en segunda persona es terapéutico

Para Ángela, por su milagro en clase de Introducción a la Profesión

Mira que eres curiosa. Las cosas que tienes que arruinar para darte cuenta que es tiempo de seguir adelante.

Te quisiste esconder en la biblioteca de la universidad como lo hacías antes, pero, oh sorpresa, ya no te funciona. La solemnidad de libros cerrados y el olor a polvo no te reconforta más. Te diste un break de la comida y te protegiste en tus audífonos para no pensar; incluso olvidaste las buenas maneras y evitaste a gente que sabías que te pediría cuentas.

Pensaste y repensaste y re-repensaste ad nauseam. Consultaste con cuanto cristiano te topabas en los pasillos qué diablos hacer con esta coyuntura emocional, porque, hay que admitirlo, eres brillante para unas cuantas cosas… pero para las relaciones humanas eres re’ pendeja.

Y al final, tu epifanía te la encontraste ayer en un salón asfixiante de clase de 4 de la tarde, con tu heroína colombiana Miss Godoy y sus ‘vainas’ y elocuencias verbales exquisitas. Es tan sencillo…

Tu pasión, querida tronca emocional, ¿cuál es tu pasión?

Corres al estacionamiento de la universidad, te subes al coche, prendes la radio, y crees escuchar en la voz de Noel Gallagher “you know that it’s time to wake up, wake up” (sabes que la canción no va así, pero esta fe de erratas es perfecta para tu revelación cósmica de pacotilla).

Y despiertas en tu amada Avenida López Mateos, y te das cuenta de tu estómago vacío, tu desmadre de papeles en el asiento, tus uñas mal cortadas, tu expresión facial descompuesta… y tienes hambre, sí, por fin tienes un chingo de hambre; y tu cabeza empieza a carburar y enlistar todos los pendientes con tu vieja meticulosidad histérica. Y puedes recordar todas las otras cosas que te apasionan, por las que también te desvives y te emocionas como quinceañera vestida de colores pastel. Tus otros planes, tus otras metas.

Y hoy vuelves a levantar la cara y avientas sarcasmos de defensa personal, buscas qué libro leer, sacas tu pobre guitarra arrumbada, vuelves a llenar tu agenda, a preocuparte por el poco tiempo que tienes para hacer las cosas y a comprar comida chatarra en la cafetería, con tu habitual complejo de culpa intrascendente. Vuelves a mirar tus tacones arrumbados y piensas, chingue su madre, ahora me los pongo y les doy el valor superficial que les corresponde; ya no son el símbolo de mi vida de periodista en pausa… son unos pinches tacones bien altos que a ver si no azoto con ellos hoy en la noche.

Oh, Adris, you´re back.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Aftermath

Siete días después del inicio de tu enésima crisis existencial te das cuenta. Oh, que bíblica te estás poniendo con las fechas. Pero es cierto, lo sabes y lo sientes en tu estómago que no ha podido digerir sólidos desde el domingo.

Lo sabes. Es tiempo de darte cuenta que estás actuando como tonta, y ya va siendo hora de que madures.

Y sí, madurar apesta. Madurar implica dejar de aferrarse a la caja de Kleenex y el pretexto de quedarse en cama porque el pinche mundo se le cae a uno encima. No, nada se está cayendo, sólo tus ánimos, y un poco de aguas pluviales en Tapatilandia, por aquello de los temporales de agosto y septiembre.

Pero sabes que es hora de hacerlo, de dejar de creer que la traslación depende de tus cambios de humor, y que los dioses conspiran en tu contra para que llueva todas las tardes. No te dieron el trabajo que querías desde que tenías dieciséis años, y llorando por él no vas a conseguir nada.
Y voilà, te levantaste hoy y te diste cuenta que por haber gastado estos días en sentir lástima por ti innecesariamente, ha arruinado un día que habías esperado, por el que habías desmembrado calendarios y agendas.

Adris, sabes que la cagaste.

Sabes que haber bromeado con tu desempleo el viernes no es haber llegado a la quinta etapa de superación. Que el sábado te viste como una caprichuda por amarrarte a tu cobija y encerrarte en tu cuarto. Que para el domingo seguía quebrándosete la voz cuando tenías que contar lo que habías hecho el verano. Y, reverenda estúpida, que el lunes no abrazaste a ese que habías esperado tantos meses como Penélope región 4 y ni le dijiste ese speech que habías preparado toda la mañana por cobarde, y te saliste del coche así, como si nada; y todo por tu maldito afán de sentir lástima por ti.

Y el martes no le retiraste la mirada a tu celular. Y hoy no dejas de repasar uno por uno todos los detalles en los que metiste la pata.
Y mañana…

No. Mañana no. Hoy, hoy te levantas, te lavas la cara, te pones el maldito rímel, y más te vale que sonrías y tomes ese plan B: seguir viviendo. Y seguir viviendo no es deambular por los días con la misma cara de sufrida. Es hacer que las cosas sucedan.

Sí, la cagaste. Ahora lo arreglas.

viernes, 13 de agosto de 2010

Plan B

Para Jaime, que tenía razón.


“Ok girls, open your journals… yes, yes, we’re going to write a lot today, so don’t even bother to complain. Miss González, I heard that; if you keep up with that language, I’m going to have to send you to the coordinator’s office…”

Miss Susan mastica su ingles británico en un salón de pubertas de colegio privado. Camina entre los pasillos, empuja con el pie las mochilas de carrito que varias de las susodichas, les pica en la espalda con la pluma para que se enderecen, y con sus ojos azul rey revisa meticulosamente que todas ellas tengan su cuaderno forrado de rojo sobre sus escritorios.

En la esquina del salón está la única que incluso lo tiene abierto y con la fecha escrita. Ella tiene once años y usa un paladar con dientes falsos pegados; tiene lentes redondos y un poco grandes para su cara, y todas las mañanas sufre para cerrarse el cierre del jumper. En el fondo, le gusta estudiar, pero jamás lo admitiría en voz alta. Ya tiene la edad suficiente para saber lo que significa suicidio social, gracias a su única amiga, una mocosa lista, más viva que ella, y con mucho más carácter.

La clase de Grammar es su parte favorita del día, pero no por las reglas gramaticales y la lista interminable de combinaciones con preposiciones (y le encantan, aunque tampoco lo admitiría)… sino por la parte final y más cursi de la asignatura: Journal.

Es un ejercicio simple y tedioso para el resto de las compañeras, que prefieren sacarle punta a sus colores de Hello Kitty, acomodar su estuche de Badtz Maru setecientas veces al día, y hablar de los niños del colegio católico varonil de la esquina de la calle mientras, clandestinamente, mastican chicle en el baño.

Pero no para ella. Esta ñoña de dientes falsos y 9.6 de promedio se emociona de llenar páginas en su cuaderno italiano con portada de Peanuts. Le gustaría que los temas fueran libres, pero se atiene a las indicaciones de Miss Susan como la buena niña aburrida que es.

“Please write down the date, and the following title: ‘When I’m 21, I will…’ Now, complete the sentence with at least three life projects. You have 15 minutes.”

Ella saca sus plumas de gel de diferentes colores, marca viñetas en forma de estrellas, y escribe una lista de hoja y media, alternando las plumas por gamas de colores. Subraya con tinta verde cinco frases de su lista, las que ella considera las más importantes.

I will study literature at Harvard (sí, escribió eso)
I will be popular and have many friends
I will have a good-looking boyfriend
I will be a journalist and publish a book
I will live in France (supongo que la niña no estaba enterada de que Harvard NO está en el continente europeo)

Esa niña de lentes redondos se encuentra una mañana, doce años después, con ojeras del tamaño de una pelota de tenis y los ojos hinchados. Al parecer sí es posible llorar por horas, claro está, con intervalos de descanso.

Ya tiene sus propios dientes de porcelana, y las dietas y unos cuantos encontronazos con el excusado en su adolescencia la han dejado con un peso más o menos socialmente aceptado. No es precisamente el alma de la fiesta, pero la gente no la considera aburrida. No, no estudia en Harvard, tampoco literatura. No ha publicado ni siquiera un aviso de ocasión, Francia es sólo un llaverito de souvenir en su corcho, y fue descartada de un puesto por ser todavía una estudiante de una carrera que ya no le convence (al parecer, no existe eso de ser reportera de medio tiempo). Good-looking boyfriend? Let’s not go there.

Ella está a dos patadas de llegar al cuarto de siglo, y se da cuenta de que su yo de once años le escupiría en la cara ahora mismo. Desempleada, sin análisis semiótico de Cervantes, ni Café au lait en Montmatre, ni firma de libros, ni Ivy League, ni foto estelar en revista de sociales, ni viajes de corresponsal, ni modelo de ropa interior de Fruit Of The Loom.

Ella se seca las lágrimas e intenta reírse. ¿Qué pitos va a saber una mocosa de once años de la vida veinteañera? ¿Qué pitos va a saber de reacomodar estándares, de tolerancia a la frustración, de crisis existenciales y de haber invertido siete meses en un proyecto que fue directo a la basura antes de ser empezado? ¿Qué va a saber ella de días como este, en los que una no se quiere ni levantar de la cama, y por primera vez en meses no sabe por qué diablos está luchando ahora?

¿Qué va a saber ella del nudo en el estómago, en la garganta y en el alma, por no haber pensado en la remotísima posibilidad de que las cosas no salieran como ella planeaba?

Esa puberta debió haberse dejado de pendejadas y haber escrito en su fucking journal ese plan B, y Miss Susan, la english bitch esa, no debió haberle parecido tierno que su alumna hubiera escrito esas barbaridades tan ilusas. Debió haberle enseñado en ese mismo instante la cruda realidad, haberle puesto su primer 7 en su vida, y llevarla con la psicóloga del colegio… auxilio, la mocosa ni sabe de geografía ni de bajar estándares.

Ella sigue llorando todo el día, pensando en qué pitos sigue, cuando ya se veía con un gafete con su nombre, lista para recorrer las calles de Tapatilandia, que aprendió a vestirse como adultito, y hasta había comprado un paquete de libretas Moleskine al mero estilo Hemingway.

Ella se pregunta cuál es ahora ese plan B. Y cómo va a recuperar el dinero que invirtió en esos pinches tacones.

jueves, 12 de agosto de 2010

Boarding time: 13 05 hrs

Un día antes de lo previsto. Porque me encanta echarle peligro.
Escrito el 11.08.10. Aeropuerto Paris, Charles de Gaulle. Terminal 2E.
Tiempo de conexión: 4 horas con 15 minutos.
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[…] Eso es la utilería del sueño y como siempre al despertar las imágenes se deslíen y solamente quedas vos de este lado, vos que no sos un sueño, que me has estado esperando en tantos sueños pero como quien se cita en un lugar neutral, una estación o un café, la otra utilería que olvidamos apenas se echa a andar.
-Julio Cortázar

Las salas de espera de aeropuerto son la cosa más parecida a un paréntesis. Un paréntesis cóncavo, de metal forjado, con vista panorámica a la infinidad de posibilidades allá arriba, en el tráfico aéreo, a horas de distancia. Uno se enfrenta al tedio, armado de equipaje de mano y el boleto de avión. Se sienta en una de las pinchimil sillas y observa el vaivén de maletas como si fuera ballet folclórico. Paga un café por el triple de su precio, bobea en los escaparates de bolsas estúpidamente caras, mira a extraños sin pudor alguno… y todo, todo lo que hace tiene un solo motivo: matar el tiempo establecido antes del horario de abordar.

Es un poco irónico que, dado mi historial de animadversión con la espera, ame las terminales. Pero es verdad. Las amo. No existe para mí un momento más pacífico que el de estar rodeada de un montón de gente de quién sabe dónde, la cual no volveré a ver jamás en mi vida. Esta bola de desconocidos, cautivos de un reloj y de las voces en las bocinas que hablan tres idiomas, de los cuales ninguno es el tuyo.

Todos tenemos un lugar al que vamos. Todos estamos de paso, pero nadie se va aún. Es el empujoncito para abordar hacia un lugar desconocido, y la prolongación del vacío en el estómago para los que van de regreso.

La arquitectura impersonal es lo más cálido de todo. No puedes salir de ahí, hay seguridad de un lado, y puertas de abordar en otro. Eres el jamón del sándwich formulista de los viajes, y no hay marcha atrás; pero aún no es tiempo de ir más adelante. No queda nada qué hacer, sólo esperar, y matar el tiempo de la manera que a cada uno más le convenga.

Esa pequeña libertad de gastar el tiempo siempre me pone nostálgica. Ya sabes, mi sentimiento torturador favorito. Estaba yo muy puesta, con audífonos a todo volumen y la lista de reproducción perfecta. Y se me acabó la pila. Ya había hojeado todas las revistas gratuitas (merci, AirFrance), y mi libro lo había dejado en la maleta. Así que me paré a deambular por los pasillos, a escuchar conversaciones ajenas y tal vez ir por el segundo café.

Creí haberte visto en tres salas de espera. No eras tú, pero los seguí a todos cual acosadora incidental. No había nada que hacer, y, a quién vamos a engañar, es lo más cerca que voy a estar de ti… en la forma de tres desconocidos que tenían tu pelo, o tu nariz, o tu espalda.

Me gusta pensar que pudiste haber estado aquí. Que existes en cualquier lugar, y no me sirve de nada; que no queda ni un recuerdo que rascar de las paredes de la memoria, y todo ha valido la pena.

O nada lo ha valido, y ahí está el interludio que tanto estaba esperando.

¿Dónde estás?, me pregunté estos días. ¿Dónde estás?

Dejé la pregunta escrita en todos los memos de los hoteles, en el papel de los baños públicos de la carretera, en la bolsa de mareo del asiento del vuelo AF 4899, en las etiquetas de la maleta que nunca llegó a mi conexión... En lugares de paso en los que uno nunca espera recibir respuesta. Los lugares a los que sé que jamás volveré, en los que no vas a estar. En los que nunca te voy a encontrar.

Sí, las salas de espera me ponen nostálgica. Pero pierde cuidado. Me permití cuatro horas, sólo cuatro, de debilidad. Es la belleza de estos paréntesis: no cuentan, y además con el cambio de zona horaria se borran automáticamente del día.

Me siento segura encerrada en las cajitas estas, rodeadas de detectores de metal y oficiales de migración, adornadas con tiendas inútiles y revistas de todas partes del mundo. Porque hay ni pa´ tras ni pa’ delante. No hay nada; no está aún, o ya pasó. Es un presente eterno y lleno de extraños. Estoy protegida de mí misma y de lo que me espera del otro lado del cristal y del planeta. Nada existe. Sólo este montón de gente, igual de suspendida que yo. El cochinero que dejé me espera en otro paralelo, con otra hora y otro clima.

Ésta es la antesala del resto de mi vida. De la cual ya me empezaré a preocupar cuando aborde.

Pero aún no.