miércoles, 14 de octubre de 2009

Desde la biblioteca. Parte II

Hay una tormenta de nieve en la sección de poesía norteamericana. Caen basuritas blancas sobre las tapas lujosas de las copias de exportación y se derriten sobre sus hojas finas, hechas de árbol asesinado a la mala. Las frases rimbombantes en lenguaje sajón se mueren de frío y se escurren por los anaqueles, buscando refugio en las páginas de educación sexual.

Es una orgía en rima allá abajo; un retruécano anatómico con óvulos vacíos tristeando elegías en inglés a los espermas impuntuales. Los apóstrofes levantan las cejas frente a la imagen de un cuerpo de mujer, expuesto con una asquerosa simpleza y meros fines médicos. Los guiones hacen del aparato reproductor masculino su parque acuático personal, mientras que los versos modernistas producen happenings eróticos en medio de las trompas de Falopio.

Hay una época de sequía en la sección de literatura francesa. Las voces gangosas en las copias amarillentas no tienen ni saliva para escupir sus pronunciaciones a gusto. Sólo pueden gastar sudor que apesta a croissant y queso Camembert –y los demás lugares comunes del imaginario franchute. Hacen barquitos con sus hojas deshidratadas y los avientan en el hueco de lo que fue el río Sena, mientras silban la vie en rose con la tristeza enfatizada en las cedillas. Derraman lágrimas secas y maldicen a las nouvelles distópicas de Nothomb, que de seguro tuvieron la culpa. Esas teorías conspiracionales de televisión sangrienta y Radiohead como destapador de violencia doméstica no pudieron ser buenas ante los ojos de Dios. ¡Castigo divino, poutains de merde!

Hay una ventisca arrasadora en el estante de los diccionarios. Hemos perdido las definiciones correctas, madre mía. Por los pasillos, el viento empuja distorsiones de la lengua española, masacra la sublime construcción semántica que nos tatuaron en nuestra primarias mediocres, con sus libros mal encuadernados de la SEP. Cervantes se ha de estar revolcando de dolor en su tumba; tortura china para él eso de escuchar modismos idiomáticos, que la Señora Real Academia Española tuvo que incluir en sus páginas sacrosantas por presiones hispanoamericanas.

Hay un diluvio con granizo en el ala izquierda de la biblioteca. En el mero centro. Abajo. Del otro lado de las escaleras. Donde toda la orquesta gramática se me cae encima y me baña de lexemas y gramemas. Donde las letras saturan mis oídos y su polución sonora estimula mis glándulas lagrimales. Donde las frases descontextualizadas se deshacen en pedacitos fríos, golpean mi cabeza y no me dejan buscar el paraguas. Donde el caos subversivo es obra de las palabras; y hacen mítin todas ellas, confabulan, conspiran, se unen.

Pero ninguna es suficiente. Ninguna puede armarse de valor y armar la frase que necesito. Porque no existe. ¿Cómo se describe y pronuncia –con gramática precisa y en alguno de los tres idiomas– el sonido, la textura, el paisaje decadente de la tristeza vuelta dolor físico?

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