martes, 23 de noviembre de 2010

La pinchi vida con sus pinchis chistecitos

Para el tránsito alcahuete de Vallarta y Juan Palomar y Arias, la señorita de Laboratorios Julio que me dejó recoger mis fotos sin ticket, y el dueño del Café Madrid, que me dio un buen tour fotográfico y un café gratis.

A la vida le encanta joder. Le encanta tirarte el café en el trabajo final que llevaste a las 9 de la mañana a Mariano Bárcenas esquina con Hidalgo a empastar, llevarte al ÚNICO Office Depot en toda la Zona Metropolitana de la Benemérita Sociedad de Tapatilandia en el que NO imprimen fotografías, descomponer tu USB, y que te toque la dependienta más neanderthal de toda la franquicia de Laboratorios Julio.

A la vida le encanta ponerte el pie para que tropieces, para que si te da la mano después, la veas como una reverenda santa. Te pone un elemento de vialidad en la esquina de Vallarta y Juan Palomar y Arias, que te sigue hasta la entrada de La Gran Plaza, se baja y te suelta el tonito condescendiente con un “¿Qué pasó señorita? Se dio vuelta en U prohibida”.

Ah, pero luego, la vida te afloja las glándulas lagrimales y nasales, para que le berrees al azulado, y de tanta mucosidad no puedas ni explicarle tu conflicto existencial intrascendente: te quedaste sin coche, rogaste por uno prestado, te levantaste a las 7 de la mañana a terminar tu trabajo que ibas a ir a empastar, pero se manchó de café por tu vuelta policiaca en el estacionamiento; fuiste hasta el centro a tomar fotos, y te atoraste en el tráfico de regreso; ya perdiste una clase importante en la que tenías que entregar un avance de tu trabajo final; te has parado en cuatro centros de impresión sin éxito, y tienes media hora para imprimir 250 fotos, o si no, tu maestro/diva del CUAAD te pondrá tu primer nota reprobatoria en tu carrera universitaria.

Por supuesto que al tránsito le vale una pura y dos con sal tu chistecito. Felipe (se te ocurre que así podría llamarse el individuo de bigote chistoso) de seguro tiene una esposa con el calzón retorcido y un par de niños con sobrepeso a los que tiene que mantener con el sueldo base y mísero de esta administración panista; tiene que pensar en la hipoteca de su casa, la cuenta de la luz, el agua que no llega a su colonia, su compadre Pancho que recibió una bala perdida ayer en el siniestro de López Mateos y Periférico, en el que tres individuos fueron asesinados. Felipe tiene la obligación institucional de pedirte tu tarjeta de circulación (que no traes porque el coche no es tuyo) y tu licencia (que está vencida desde hace tres meses).

Pero Felipe se apanica con tu lagrimeo. Eso, o nomás le das lástima. Felipe te da un sermón paternal de la seguridad vial y la responsabilidad al volante, le da una palmadita a la puerta del coche y se va con su libreta de multas en blanco.

La vida te hizo el paro con un agente de vialidad que estaba en un momento sensible (y que no se animó a pedir mordida para la Navidad de su señora apretada y sus mocosos).

Ándale pues, nomás quería hacerte renegar poquito, dice la muy méndiga. Nomás quería hacértela de emoción un ratito, pa’ que en serio sientas la adrenalina de finales de semestre. Te dejé sin coche, sin fotos y sin calificación en tu clase de Cine Mexicano, pero te puse un tránsito medio corrupto, y hasta pa’ tu favor. Feliz Navidad adelantada, pinche llorona.

jueves, 11 de noviembre de 2010

/Staff

Levántate. Ponte esos tacones y ni se te ocurra patinar por el maldito pasillo enorme, brillante y pulido que se extiende entre la recepción y la oficina del jefe. No vaciles entre los cubículos, míralos a todos y sonríe, pero no demasiado, que te ves medio hueca… no, mija, tampoco tan seria, porque luego van y dicen que eres una apretada. Ya veeees, como se te da esa famita…

Mira que quererle hablar de usted hasta a la de recursos humanos, que tiene tres años más que tú. Mira que pedir permiso hasta para ir al baño, y vacilar ante el sonido del teléfono. Mira que… mira. Quien te viera tan volada; ni tienes derecho a cajón de estacionamiento, pero te sientes en las nubes con tu tarjeta de acceso, que pita en cada puerta que vas cruzando. Es como jugar a la empresaria, como si cargaras el portafolio de tu padre y te embarraras el labial de tu madre. ¡Ja!, si no estás tan lejos… hasta tienes que pedirle la ropa prestada a tu madre, porque no tienes aún ni una garra decente que ponerte, de acuerdo a la política de vestimenta.

Levanta la vista del cubículo. A ver si dejas de faltar tanto por tus muelas de juicio y tu rinolaringitisnosequepitos, y tus achaques que arruinan esta buena racha descomunal. Porque, a quién vamos a hacer güey, a ti eso de tener buena suerte te llega como los años bisiestos. A ver si te tragas el méndigo pastillero de una vez y te alivias, que tienes un mes de trabajos atrasados, dos semanas de rezago en tu puesto ficticio soñado, y un señorito programador que espera poder abrazarte como se debe cuando regrese de trepar su cerro.

Mientras tú… uff, mientras tú juegas a la mujer ocupada, tardas dos horas en lograr pintarte las uñas sin salirte de la rayita, te das unos cuantos tijerazos una vez más, te acomodas el saco, hojeas tu libreta estilo Hemingway que tanto ansiabas poder estrenar, y te lanzas al ruedo de las softnews como si realmente fueras la quinta maravilla… y apenas una nota te han publicado, pero si hasta quisieras enmarcarla junto a los diplomas de poesía de los noventa, que quién sabe por qué diablos tu madre no ha tirado de una buena vez.

Levántate. Ponte esos tacones. Sonríe... sí, sonríe, reverenda obtusa; tienes un cuarto de pie adentro del lugar que tanto sueñas por pertenecer.