domingo, 20 de diciembre de 2009

Bla existencial dominguero (es tu culpa, por hacerme esperar)

Je suis heureuse. I am happy. Yo estoy/soy feliz.

Benditos los idiomas que no le buscan distinciones a su estado de felicidad en la conjugación. La tienen segura. Ser implica algo intrínseco en uno, es indivisible, es, y punto. Estar es vivirlo de paso. Hoy sí, mañana quién sabe. Tener y perder luego. ¿Soy o estoy? ¿Es mío o me lo prestan? El español, junto con sus habitantes lingüísticos, se rebusca la vida haciendo divisiones que nos marcan la lengua y la vida. Quizá porque nuestra idiosincrasia castellana nos llama a hacernos bolas más de lo necesario. Palabras más, palabras menos, me perece cómodo echarle la culpa de mi crisis existencial de hoy al idioma.

Un tipo bastante curioso una vez me explicó su rimbombante teoría de por qué nuestro concepto sobrevalorado de felicidad no existe. “Es un error adjudicarle características que la palabra no tiene. La felicidad es un estado de ánimo, como cualquier otro,” me dijo, mientras enredaba sus dedos flacos en sus chinos. “La gente no ES feliz; la gente ESTÁ feliz.”

No tenemos permanencia. No la hay, no existe. Todo es transitorio. Hay muchas estaciones que pisar, y uno no puede quedarse en ellas mucho tiempo porque pierde el tren. La caducidad, la pinche caducidad de los estados de ánimo nos tiene condenados. No te aferres, no te acostumbres, porque se vienen otros aires que te tumban lo que construiste en tu zona de confort. No te apegues, no tiene caso.

¿En dónde cimbro, entonces? ¿De dónde me agarro? ¿O es tiempo de aprender a soltarme? Lo que creo expira. Mis teorías que me han salvado de la locura se están oxidando. ¿También la gente? ¿Tengo que mudarme siempre? Ser, estar. Ir, volver y terminar yéndome de nuevo. ¿Y esta vez a dónde?

Yo soy. ¿Pero dónde/ cómo/ cuándo/ por qué/ para qué/ para quién/ con qué/ con quién estoy?

martes, 15 de diciembre de 2009

Mi lista de deseos Navideños

-Que los hombres nunca vuelvan a hacer referencia a nuestro peso en épocas decembrinas, en las que nosotras nos tapamos un ojo mientras mordemos el buñuelo. Y menos mientras hacemos fila para entrar al baño. No importa lo fuertes e intelectuales que parezcamos: hay una bulímica potencial en todas nosotras.

-Que los conductores fueran menos hostiles en estas fechas. Hoy crucé un kilómetro de Av. Guadalupe caminando y todo lo que se escuchaba eran claxons y mentadas de madre de buchonas de uñas con Swarovski en sus Expeditions. ¿Paz y amor, anyone? ¿Qué no su pinche fecha se trata de eso? No nada más de llenar sus cajuelas de Wii’s y Guitar Hero’s para sus hijos malcriados.

-Que le dieran un vale de Burger King y otro de centro de bronceado a la modelo de los espectaculares navideños de Palacio de Hierro.

-Que quiten esos cuernos de reno de sus coches. Señores, ya, por favor, lo toleré el año pasado, dejen su espíritu navideño para la INTIMIDAD de sus hogares, frente a su arbolito de esferas recicladas y su nacimiento Jumbo.

-Que esos nauseabundos traficantes de niños vendedores de chicle al menos les pongan suéteres a los pobres pequeñines. El del cruce de Guadalupe y Niño Obrero hoy no dejaba de toser.

-Que la Cena de Navidad no fuera un último recurso para atar las cuerdas flojas de las familias hostiles y distantes. Que fueran reuniones sencillas, en las que la discusión del plato fuerte no se volviera una batalla campal por rencores guardados.

-Que no pusieran los villancicos de Tatiana en todos los Wal-Marts. Sólo vengo a comprar jamón, no me torturen.

-Que hubiera una isla para mostrar los juguetes en las tiendas como las que había en La Colonial de la Plaza Arboledas. Mi generación extraña un espacio para armar Legos gratis.

-Que hubiera más posadas este año. Hacen falta reuniones para ponerse irresponsablemente alcoholizado por una razón válida.

-Que dejaran de contratar botargas de Santa Claus. La dignidad humana es una línea muy delgada que se cruza con facilidad. ¿Y qué encontramos en el lado oscuro? Un infierno de botargas risueñas y con sobrepeso.

-Que alguien le explique a mi primito que Rodolfo no tiene la nariz roja porque tiene influenza… es porque es especial. Rodolfo es una moraleja alentador para gente como nosotros, pequeñín: ¡a los freaks nos toca liderar el trineo! ¡Llamamos más la atención!

-Que las tiendas departamentales pusieran las baratas ANTES del 26. Montoneros aprovechados. O, al menos, que las familias se organizaran para comprar los regalos hasta ese día, que la crisis no está para comprar regalos a extraños.

-Que pase pronto. Por favor, que se acabe ya este ardid mercadotécnico que se aprovecha de la miseria humana y su necesidad de llenarla con lucecitas y envolturas. Un JO JO JO más y me doy un tiro.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Je vide mon sac

No me dejes ir.
No abras tanto la ventana; puede entrar el aire y enfriar las ganas.
Tenemos caducidad.
Un día va a ser demasiado tarde.
Un día tu exceso de prudencia y mi desprendimiento van a ser un estorbo.

Por ahora nos limitamos.
Guardamos las formas, guardamos silencio.
Nos quedamos con este implícito.

Lo dicho entre líneas acabará por enmudecer.
No existirá.
Me voy perder. Me voy a borrar.
Mírame, mira cómo me voy.

No me dejes ir.

sábado, 5 de diciembre de 2009

El corazón de la ciudad es el mío

La ciudad me envuelve como tamal amarrado a las carreras; sin forma, sin método, pero con amor del bueno. Me da espacio entre sus esquinitas para acurrucarme, para apapacharme y dejarme que me vacíe de todo. Me permite compartirle de mi carga y dejarle el bulto junto a una de las tantas alcantarillas botadas.

La ciudad me mira, divertida con mis tropezones. ¿A dónde vas tan vestida y alborotada? ¿Por qué insistes en pisar todas las hojas amarillas del pavimento? ¿Por qué vas sola? ¿Por qué aquí, por qué allá, cuándo vas a encontrar tu sitio? A ver si ya dejas de perderte, a ver si repasas otra vez la Guía Roji y cambias de ruta, que estoy harta de verte con la cara lánguida y postrada en la misma silla. ¿Qué tanto le miras al camellón? ¿Qué tanto le suspiras?

La ciudad me escucha. Hablo bajito, no vaya a ser que la gente crea que estoy todavía más loca. La ciudad se hace la sorda, pero sé que me oye clarito cuando le reclamo, le comparto y le pregunto. No necesito que me responda. Bastante chiflada estoy conversando con la urbe como para que, encima, me conteste ella a mí.

Hoy la ciudad me recibe con las calles abiertas. La hija pródiga regresa al cuchitril del que salió, al nido de las ideas desordenadas, como los panfletos malhechos pegados en los postes de electricidad. Dónde andabas, me dice, que ya no me hacías caso. Vente, vente para acá, te hago un campito.

Prendan los arbotantes que ahí les voy; limpien las fachadas jodidas y las banquetas cuarteadas, trépenle al volumen de esa canción pitera de la pick-up de al lado, saquen sus puestos de garnachas afuera de las iglesias, pónganme un Oxxo en el camino, preparen los patrulleros de vialidad sus libretas de infracción, despejen López Mateos y espérenme en La Selva con una taza calientita, que ahí les voy. Minerva de aguas verdosas, ahí te voy. Calles con nombres de muertos célebres, ahí les voy. Bares pseudo-alternos con cerveza barata, cafesuchos, puestuchos, topes tamaño familiar, claxons enloquecidos, borrachos al volante, faroles gastados, tacos parados, papas al horno, música de iPods ajenos, cadenas, puertas abiertas, bicicletas, botas y bufandas, viene-vienes, cortesías, mezcales, bacachos y whiskeys, vasos rojos, popotes, cascos vacíos rodando en el coche, colillas, baños del Burger King y Sanborns, Tapatilandia de mis desamores… ahí te voy.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Soundcheck

Le platico a la noche.
A las partículas de aire sucio.
A mi perro dormido, a mi almohada anoréxica.
A mi libreta negra que está harta de mis desaires.
A esto, que no se qué es y dónde acaba.
A cualquier cosa que me haga sentir que hay revire.
Aunque sea el eco de mi voz mormada y quejumbrosa.
Y ni eso.
No hay réplica.

Mis palabras se esfuman cuando mis dedos se separan de las teclas.
Y se vuelven nada.
Porque no sirven de nada.
No llegan a ningún lado.
No hay a dónde llegar.

Los monólogos deberían ser breves.
Yo he abusado del género.

Tengo miedo. Sí, eso. Miedo.
Pánico a dejar de hablar para darme cuenta de que hay silencio.
Que la silla frente a mí ya fue desocupada.
Que la venda ya no cubre bien mis ojos y debo recurrir a métodos más cínicos.
Y, al final de cuentas…
¿A quién le estoy hablando?

Probando, uno, dos, tres. ¿Me escuchas?
No, ¿verdad?
No importa.
La prueba terminó, de todos modos.
Duró demasiado.