martes, 6 de octubre de 2009

Berrincheando

Mi tristeza tiene medidas y dimensiones específicas. Mide veinte por treinta y ocho y tiene temperatura verdosa por la mala digitalización. Es gris, rosa y amarilla, y en la esquina superior derecha es negra. Está llena de colores chillantes, pero para mí siempre, siempre es negra.

Mi tristeza me persigue en todos los pasillos, se pega en todas las paredes, muta y se amolda a mi visión periférica cuando huyo al primer espacio abierto, por un poco de aire, por un poco de nada. No tiene pies pero me persigue, no tiene manos y me agarra. Se me encima, me arruina el panorama y pinta todo de negro. En la banca, negro. Frente al teléfono público, negro. En la última puerta, negro. En mi cabeza, negro.

Mi tristeza tiene nombre y apellido y he olvidado cuál es. Tiene una historia falsa que se resbala en las esquinas curveadas por el uso y se escurre ante mis ojos. Y ahora son mis ojos los que se escurren. Y se me caen. Y quedan dos huecos en mi rostro y ya no veo nada. Todo es negro. Tengo negro y soy negro. Soy mi tristeza y mi tristeza, te decía, tiene medidas y dimensiones específicas.

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