miércoles, 16 de septiembre de 2009

El wey de allá arriba que dizque todo lo ve quiso verme hacer otra tontería

Para Chemo, “que se dio cuenta.”

Mentira vil sucia y podrida. Uno no ve su vida pasar frente a sus ojos. Uno, al escuchar los cristales y el metal hacerse pedazos, no piensa en la persona que más ama, en los mejores momentos que no volverán, en las cosas que quería lograr y nunca pudo, lo que dejó de decir por cobardía y todo ese listado idiota del nostálgico instatisfecho.

No. Al sentir que su vida podría terminar dentro de los restos del metal automotriz, Uno no grita “¡(ponga aquí el nombre), te amo!” o cierra los ojos para dedicar los que, uno cree, serán sus últimos pensamientos para al dueño de ese nombre. Uno pierde la elocuencia, las frases puntuales y los momentos heroicos. Uno se aferra a lo que más tenga a la mano (el techo, en este caso) y suspira “no mames, no mames” con voz de nena; uno dedica los que, uno cree, serán sus últimos pensamientos a delirios estúpidos como, “esto sí que me va a costar explicárselo a mi papá,” y “Hmmm… ¿cuáles son las probabilidades de que me rompa el cuello y quede chueca?”

Uno se queda como idiota, sin moverse, cuando la regla es revisar que uno siga entero. Uno siente algo húmedo en la cara y se dice, “claro, el coche rodó por la carretera, a huevo que es sangre y no siento la herida por la adrenalina.” Y espera que la persona asertiva del coche reaccione y obligue al resto a salir del lugar del siniestro. Es cuando la sensibilidad regresa, sólo por los instantes necesarios, para movilizar las piernas y arrastrarse como Dios le dé a entender de regreso a la superficie. Y, ¿qué es lo primero que piensa uno, al verse completo y desolado, en medio de la nada, con café en la cara –no sangre– y el cuerpo como maraca descompuesta? Uno no toma el celular para avisar al seguro y a los padres de lo ocurrido. No voltea sus ojos al cielo y agradece al wey de la nubecita por haberle permitido salir caminando de esta. No escucha al paramédico, al oficial y al bombero que creyó haber visto ahí perdido. Mucho menos toma la mano de los otros sobrevivientes y se entrega a un momento silencioso e íntimo de solidaridad.

No. Claro que no. Uno se ríe, se ríe y llora a la vez como magdalena porque no sabe coordinar ambos sentimientos. Llora, ríe y pide un cigarro.

2 comentarios:

  1. ay dios, no entendi ni madres pero me gusta mucho como usas el lenguaje

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  2. jajajajaja... la perfecta crónica de lo que es andar predicando vidas propias y caer en el intento

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