jueves, 29 de octubre de 2009

(Dizque) Poema Meramente Estomacal

(Jamais plus, ¿me oíste? Nevermore)

Esta es la elegía a mis letras.
La despedida a la inspiración arrebatada, privatizada
Y vuelta negocio con ganancias que no me tocan.
Así que claudico.
Armo un plantón en la oficina de la Real Academia
Y demando un reembolso.

¿Causas?
El maldito lenguaje escurridizo
De la Madre Patria no me sacia
Me traiciona, habla por mí
Y no me da otra cosa
que no sean frases soñadas, estructuradas y escritas
sólo para ti

Sólo para ti

Como si lo merecieras
Como si te hubieras ganado el derecho sobre mis lugares comunes
Mis más logrados retruécanos
La mejor de mis redundancias
Como si apreciaras la tinta que gasto en tachaduras
La masacre que le hago al pobre idioma español
Para componerte una sinfonía
Esta súplica desesperada en prosa
Que se quema en el papel

Demando un reembolso, sí señor
Exijo
Pido
Bueno, imploro
Una amnesia permanente e irrevocable del español

Bórrenme los adjetivos
Estoy harta de buscar descripciones que no existen,
No me satisfacen y no te hacen justicia

Bórrenme los pronombres
Porque tú y yo no es nada
Y este nosotros no existe

Bórrenme los verbos
Aquí no hay nada que conjugar
Porque nada se consuma
No existes, yo no me muevo

Bórrenme los tiempos
He abusado del pospretérito hasta la náusea
Tropiezo en el pasado y reniego del futuro
(¿El presente?
Bueno, ese déjenmelo un rato
Si no, ¿dónde voy a pararme?)

Demando un reembolso, sí señor
Quiero el exilio
El destierro
El olvido

Quiero un idioma nuevo
En el que nuestros nombres no existan
A cambio, dejo la pluma y mi mano izquierda
Boto el cuaderno
No escribo más

lunes, 26 de octubre de 2009

'¿Qué tienes en el menú que no sepa a café?'

Para la wera

Mira cómo lloramos por nada. Mira cómo nos deshacemos en pedacitos por una estúpida mirada. Cómo hacemos tangos de sus palabras huecas, cómo sacamos interpretaciones freudianas de sus comportamientos involuntarios. Cómo recogemos migajas y seguimos esperando. Rascándole a la nada.

Míranos. Si seremos cursis. Venos tragando mocos frente a un bote de palomitas y una película barata de final feliz. Míranos arreglando el chongo en el espejo, limpiándonos el rímel corrido y diciéndonos con la seguridad del derrotado: Ya. No. Y míranos recayendo, volviendo a la pantalla del celular, a la foto manoseada, al recuerdo torcido… míranos mirándonos con lástima. Tenemos quince años otra vez. Mordemos la trenza y bajamos la mirada, con el corazón arrugado de tanto sufrir.

“¿Qué, soy una puberta estúpida?”
“¡Tengo una vida, tengo una piche agenda llena y miles de cosas qué hacer como pa’ estar así!”
“¿Qué hago? ¿Le digo? ¿No le digo?”
“¿Tienes leche light? Ni madres… ¡Joven, échele más chocolate!”

Y venos aquí, con media cajetilla en el cenicero y las tazas vacías, discutiendo las tragedias con soluciones tan cardiacas y tan difíciles. Al menos sabemos reírnos de nosotras; entre burla y anécdota se nos resbala la tristeza por la mesa, ah, pero cómo nos reímos. ¿Qué nos queda? Saber que esto también se sumará a la lista de fracasos chuscos y telenovelezcos que contaremos en otro café. Tener la seguridad de que los nombres, los lugares y las ridiculeces serán adjudicadas a otro inútil que no nos mira ni de reojo…

Pero estas sillas… qué te cuento. En estas sillas seguiremos nosotras: nos rolaremos la servilleta para limpiarnos las lágrimas, atosigaremos a los meseros con opciones del menú que no tengan cafeína, aspiraremos nicotina y pediremos consejos que no vamos a seguir. Juntitas, igual de perdidas y taradas. Pero juntas.

jueves, 22 de octubre de 2009

Niebla en el ITESO (o Vómito Matutino en Clase de Derecho de la Comunicación)

Hoy hay niebla atorada en los pasillos y colgada en los árboles. Hay tour internacional de nubes en todo el campus. Se detienen a curiosear en las ventanas, dejando huellas goteantes en el vidrio y llevándose el calor como souvenir. Todo es agua, ríos y ríos de agua fría y condensada. Y yo tan seca.

Hoy hay ruido, mucho, mucho ruido. Hay un stand de la radio de la universidad que avienta canciones viejas de Café Tacvba, que opacan los balbuceos de mi maestra frente a una clase cruda y desvelada; los rechinidos de las sillas y golpeteos de plumas sobre los escritorios interrumpen la siesta de mi compañero de al lado, hay un coro de groupies de Aristegui que refuta la exposición de la clase sobre la radio de Televisa… hay ríos y ríos de voces con argumentos sustentados en La Jornada. Y yo tan muda.

Hay un mitin de pubertos preparatorianos. Camiones atascados de ellos; niños cargando bolsas con promocionales estorbando las vías alternas, y mocosas con faldas de cuadros que levantan chiflidos y gritos obscenos por parte de los ingenieros. Son ríos y ríos de extraños aglomerados en los pasillos, en las cafeterías, en los jardines, en la biblioteca, frente al espejo de los baños de mujeres… y yo tan sola.
Hay una mancha gris en mi vista panorámica. No veo nada tres metros adelante. El día parece estar anunciando tragedias, llovizna pasajera y temperaturas que no rebasarán los veinte grados centrígrados. Probablemente habrá un tráfico divino en las arterias principales y choques tontos de señoras en mamamóviles y jóvenes imprudentes en sus deportivos/cajas de zapatos. Hay ríos y ríos de tristezas grises desparramadas en toda la ciudad.
Y yo tan feliz.

domingo, 18 de octubre de 2009

'Tapalpa... Tapalpa on my mind...'

Odio volver. Odio dejar de lado mi olor a tamal de elote y tierra roja por las preocupaciones citadinas de mierda. Odio que cuando se acerca uno a la entrada a Guadalajara, el cerebro vuelve a trabajar de la misma manera acelerada que el resto de los días normales, y por repasar la lista de pendientes a uno le sale la cuarta bola de estrés en la espalda.

Qué difícil es bajar los pies del sillón, cambiar las pantuflas por zapatos y reanudar la esclavitud del maquillaje y el cepillo. Fueron apenas 27 horas con la cabeza en las nubes. Hicieron falta muchas, muchas más.

Odio aterrizar. Odio tener que conectarme de nuevo a mis dependencias cibernéticas y estudiantiles, volver a mirar el reloj y contar las calorías de mi plato. Odio recuperar lo que se olvida con unos cuantos metros más de altitud y un atole de cajeta calientito, con la risa de mis amigos y las enchiladas de Doña Ramona. Odio que, por más que tengo una montaña de cosas que hacer antes de que sea mañana, no puedo pensar en otra cosa que no sean las margaritas que forraban la carretera a Tapalpa.

jueves, 15 de octubre de 2009

Hoy van a llover pelos

El espejo muestra la parte más cruda de uno mismo. Nunca aprendió a mentir –aunque vaya que le ha echado ganitas. Lástima. No caería nada mal una mentira piadosa para darle un empujón al autoestima. Las verdades nunca han sido divertidas, por eso existe la ficción como entretenimiento y reactivador de la economía. No puedo enfrentar al espejo. Al menos no en unos tres o cuatro días.

Israel, mi amado asesorcito de imagen/peluquero/drama queen, se viene de la emoción trasquilando mi cabeza. “Tienes buen cráneo,” me ha dicho con la seguridad que le da su certificado de Escuela de Belleza, “y este corte va a hacer que te luzcan más los ojos.”
Admito que su cumplido bizarro y su predicción à propos de mi cara me desmotiva. ¿Realmente quiero que toda la atención se reduzca a mis pobres ojos cutres… que son la única parte de mi cuerpo que nunca he sabido controlar?

Es demasiado tarde. Las tijeras preferidas de Israel ya están haciendo lo suyo, ensuciando el piso con mis mechones desprotegidos y muertos. Me miro de frente al espejo. ¿Qué pitos estás haciendo? No lo sé, pero siento más adrenalina viendo cómo masacran mi melena que en una pinche montaña rusa traqueteada de Selva Mágica. Y más cuando escucho el zumbido de la maquinita de rape a dos centímetros de mi oído izquierdo. Me cuestiono internamente la posibilidad estúpida de pedirle que me rape de una vez, a ver qué se siente. Me convenzo de lo contrario. No creo que mi cráneo sea tan bonito.

La mejor parte es salir de la estética y cargar con la paranoia infantil de que todo el mundo me está viendo, mientras pago el estacionamiento en la máquina. Todo mundo ve mi corte de niño emo. Y todo mundo ve mis ojos. Mis ojos. Mis ojos que siempre me están delatando de todo, los muy traicioneros. Me siento desnuda, expuesta, violada, auxilio. Y siento frío en la parte de atrás de mi cabeza.

“Pues... está muy lindo. Vas a tener que usar vestidos más seguido…” dice mi madre, después de analizarme, con una sonrisa que choca con la acidez de sus palabras. “¿Tenías una manda?” se burló mi papá. “¿Por qué lo hiciste?”

¿Por qué lo hice? Hmmm… ¿por qué lo hice?

Mi mente en chinga (gracias a su mayor oxigenación) se va a un artículo que leí una vez en el Daily News:

“If you cut your hair you might be making a statement that says, ‘I don’t want to be seen as a sex object’ ”. – Sex therapist Dr. Aline Zolbrod.

“The three physical things that attract a man are a great body, beautiful long hair or great lips. So cutting off one third of your beacons of attraction doesn’t increase your chances of having Mr. Right approach you. It’s like sending a nonverbal message that you’re not interested in sex.” - Matt Titus, dating guru and author of “Why Hasn’t He Called?”

En la madre. ¿Qué hice? Ahora resulta que estoy pregonando que tengo tendencias feministoides y no quiero coger. ¿Qué, al mamerto de Mr. Right no le laten las pelonas?

“Men are usually more sexually attracted to women with longer hair. They need to have something to grab onto” – The Ugly Truth, chick-flick 2009

Anda. Mi nalguita ya no va a tener de dónde apalancarse. Me va a botar por una güera desabrida, pero con extensiones de tres metros y bubis más grandes, de paso. O al menos, alguien que no parezca niño en su pubertad.

“¿Por qué lo hiciste?”

Por huevuda. Por babosa. Por valiente. Porque estaba aburrida. Porque, a falta de montañas rusas y vida emocionante, la silla del peluquero se vuelve la mejor sublimación de mi frustración a la rutina.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Desde la biblioteca. Parte II

Hay una tormenta de nieve en la sección de poesía norteamericana. Caen basuritas blancas sobre las tapas lujosas de las copias de exportación y se derriten sobre sus hojas finas, hechas de árbol asesinado a la mala. Las frases rimbombantes en lenguaje sajón se mueren de frío y se escurren por los anaqueles, buscando refugio en las páginas de educación sexual.

Es una orgía en rima allá abajo; un retruécano anatómico con óvulos vacíos tristeando elegías en inglés a los espermas impuntuales. Los apóstrofes levantan las cejas frente a la imagen de un cuerpo de mujer, expuesto con una asquerosa simpleza y meros fines médicos. Los guiones hacen del aparato reproductor masculino su parque acuático personal, mientras que los versos modernistas producen happenings eróticos en medio de las trompas de Falopio.

Hay una época de sequía en la sección de literatura francesa. Las voces gangosas en las copias amarillentas no tienen ni saliva para escupir sus pronunciaciones a gusto. Sólo pueden gastar sudor que apesta a croissant y queso Camembert –y los demás lugares comunes del imaginario franchute. Hacen barquitos con sus hojas deshidratadas y los avientan en el hueco de lo que fue el río Sena, mientras silban la vie en rose con la tristeza enfatizada en las cedillas. Derraman lágrimas secas y maldicen a las nouvelles distópicas de Nothomb, que de seguro tuvieron la culpa. Esas teorías conspiracionales de televisión sangrienta y Radiohead como destapador de violencia doméstica no pudieron ser buenas ante los ojos de Dios. ¡Castigo divino, poutains de merde!

Hay una ventisca arrasadora en el estante de los diccionarios. Hemos perdido las definiciones correctas, madre mía. Por los pasillos, el viento empuja distorsiones de la lengua española, masacra la sublime construcción semántica que nos tatuaron en nuestra primarias mediocres, con sus libros mal encuadernados de la SEP. Cervantes se ha de estar revolcando de dolor en su tumba; tortura china para él eso de escuchar modismos idiomáticos, que la Señora Real Academia Española tuvo que incluir en sus páginas sacrosantas por presiones hispanoamericanas.

Hay un diluvio con granizo en el ala izquierda de la biblioteca. En el mero centro. Abajo. Del otro lado de las escaleras. Donde toda la orquesta gramática se me cae encima y me baña de lexemas y gramemas. Donde las letras saturan mis oídos y su polución sonora estimula mis glándulas lagrimales. Donde las frases descontextualizadas se deshacen en pedacitos fríos, golpean mi cabeza y no me dejan buscar el paraguas. Donde el caos subversivo es obra de las palabras; y hacen mítin todas ellas, confabulan, conspiran, se unen.

Pero ninguna es suficiente. Ninguna puede armarse de valor y armar la frase que necesito. Porque no existe. ¿Cómo se describe y pronuncia –con gramática precisa y en alguno de los tres idiomas– el sonido, la textura, el paisaje decadente de la tristeza vuelta dolor físico?

martes, 13 de octubre de 2009

Ad Nauseam

-Dime lo peor que te haya pasado.
-¿Para qué?
-No sé. Me gusta saber dónde le duele más a la gente.
-Cuando tenía seis años, no me sentaba con nadie en los recreos.
-Eso sí que es triste.
-No sientas tanta lástima. Hay cosas peores que no tener con quién compartir tus salchichas.
-¿Qué ha sido lo mejor?
-Una caja de veinte comprimidos por mis quince años.
-No seas cínica.
-¿Por qué no? ¿Qué mejor que reírse de los tropiezos personales? Es hasta mejor que cualquier cápsula paliativa.
-¿Lloras mucho?
-¿Quién no lo hace?
-Deja de evadir con preguntas.
-Sí. Sí lloro. ¿Y qué?
-¿En público?
-¿Cuál es la diferencia?
-Se me ocurrió. No sé.
-No sabes nada.
-Sé que te sientes sola.
-No asumas cosas que no he dicho.
-Dime quién es la persona que has querido más en todo el mundo.
-A mi perra.
-Tu perra no cuenta como persona.
-¿Por qué, porque anda en cuatro patas y no habla? Creo que esas son las mejores cualidades que alguien puede tener; está más puesta en la tierra y no pierde el tiempo en decir pendejadas intransigentes cuando nadie se lo ha pedido.
-¿No has querido a nadie que ande en dos patas?
-No me gusta la gente.
-Porque te han hecho daño…
-Te digo que no asumas.
-Y tú no te hagas la fuerte. No mientas, no te sirve de nada.
-Te equivocas. Sí que sirve. Mentir me hace levantarme todas las putas mañanas y creerme que no pasó nada.
-¿Por qué te lo niegas?
-No voy a responder eso.
-Sabes bien que no fue tu culpa.
-Siguiente pregunta.
-Eso no fue una pregunta….
-Siguiente pregunta.
-No me queda nada que preguntar. Ya lo tengo todo claro.
-Te equivocas otra vez. No tienes nada claro. No sabes nada. No entiendes nada. Es por eso que tú estás del otro lado de la mesa.

domingo, 11 de octubre de 2009

...and you know that we're doomed, my dear

-Vámonos a dónde sea.

No fue una orden o una sugerencia. Tampoco fue un impulso desesperado de robarle sobras al tiempo, ni el último recurso que se nos ocurre en los momentos decisivos.

Fue una rendición. Fue la aceptación de la derrota con el último cañonazo. El tiro de gracia a una historia que ya estaba muerta. Patear la puerta cerrada, escupir al cielo y llorar sin que nadie nos vea.
Vámonos a dónde sea, dijiste. Suspiraste las opciones aferrado a mi cuello, como uno se aferra al suelo, a la gravedad, al aliento. Me lo suplicaste al oído y remataste con la mirada; pero tu voz tenía la resignación metida a fuerzas. Estabas pidiendo lo que ya sabías que era imposible.

Y por un momento lo consideré. Ya sé que no lo vas a creer… pero, te lo juro, por un remedo de segundo me vi. Te vi conmigo en otro lugar y en otro momento; y eran el tiempo y lugar correctos, en los que no había visas, ni días contados, ni excusas a los amigos ni papás esperando del otro lado de la puerta, del otro lado de la ciudad. Éramos tú y yo y era ahora o nunca.

Y te decía, sí, vámonos, pero ya. Traigo la tarjeta y hay una gasolinera a dos cuadras: tú llenas el tanque y yo vacío los ahorros de mi papá. La carretera a Colima está a diez minutos… vamos la playa. Vamos a enterrar los pies en la orilla, a tirarnos encima del plancton de la arena y dejar que la marea nos cubra hasta la nariz. Ni siquiera sé aún si te gusta la playa… ¿Prefieres otra cosa? Vamos a Tapalpa a comer un elote y subirnos al kiosco como cursis sin originalidad; a tomar café de olla y sentarnos en los portales a contarnos todas las trivialidades tan importantes y que aún no sabemos de nosotros. Vamos a Ajijic a pasear por el andador y a curiosear en los supermercados atascados de productos gringos que jamás hemos visto en nuestras cortas y aburridas vidas. Vamos a Tlaquepaque a burlarnos de los turistas que desperdician pila de sus cámaras en mariachis mal vestidos, y a obligarte a escuchar música vernácula depresiva. Vamos a Tlajomulco a perdernos entre tanto coto y fraccionamiento exclusivo, a Zapopan a contar cuántas patrullas de vialidad nos paran, vamos aunque sea a Avenida Juárez a rogar que todos los semáforos se sincronicen en rojo y falte más tiempo para llegar. Porque no es justo, quiero más, hace falta tiempo, me hace falta vida para saber quién eres y poderte explicar quién intento ser yo. Quiero cien días más contigo y quiero que nunca sea mañana.

Vámonos a donde sea, dijiste. Y yo no dije nada.

Parché de prudencia mi cobardía, te di una sonrisa mediocre y me bajé del coche.

martes, 6 de octubre de 2009

Berrincheando

Mi tristeza tiene medidas y dimensiones específicas. Mide veinte por treinta y ocho y tiene temperatura verdosa por la mala digitalización. Es gris, rosa y amarilla, y en la esquina superior derecha es negra. Está llena de colores chillantes, pero para mí siempre, siempre es negra.

Mi tristeza me persigue en todos los pasillos, se pega en todas las paredes, muta y se amolda a mi visión periférica cuando huyo al primer espacio abierto, por un poco de aire, por un poco de nada. No tiene pies pero me persigue, no tiene manos y me agarra. Se me encima, me arruina el panorama y pinta todo de negro. En la banca, negro. Frente al teléfono público, negro. En la última puerta, negro. En mi cabeza, negro.

Mi tristeza tiene nombre y apellido y he olvidado cuál es. Tiene una historia falsa que se resbala en las esquinas curveadas por el uso y se escurre ante mis ojos. Y ahora son mis ojos los que se escurren. Y se me caen. Y quedan dos huecos en mi rostro y ya no veo nada. Todo es negro. Tengo negro y soy negro. Soy mi tristeza y mi tristeza, te decía, tiene medidas y dimensiones específicas.

lunes, 5 de octubre de 2009

Desde la biblioteca. Parte I

Put your finger on my lips
we could be a grown up fairy tale
swimming in a library
we're not going anywhere
- In the library, Athlete

Soy una piltrafa emocional arrastrando los pies por la biblioteca. Debería darme vergüenza, el cuadro lamentable y ojeroso que me he vuelto, vagando por los anaqueles, aferrada a la única copia disponible de orgullo y prejuicio. La sexta Miss Bennet, la vieja Austen sin humor negro y retorcidas exageraciones, sin sus Darcy's y sus Edward Ferrars... sin vestido decente y conversación apropiada para los bailes de salón. El personaje eliminado de todas las buenas historias de la Regencia por falta de aportaciones a la trama.
Fuir le bonheur de peur qu'il ne se sauve
Avoir parfois envie de crier sauve
Qui peut savoir jusqu'au fond des choses et malheureux
Hoy la sección de literatura me comió a pedacitos. La mesa de trabajo del ventanal del ala izquierda me remató con una silla vacía y la sombra de quien una vez estuvo sentado ahí, con una torre de manuales y la mochila que no cambiaba desde cuarto de primaria. Llené el espacio de la mesa con manuales de psicología y nación prozac en la codiciada cima de la torre de libros que tomé al azar para que la gente no creyera que estaba ahí sin ocupación.
Or que tout est bête
Tout est vain et inutile
Lorsqu'épuisé, fatigué
Le corps n'est plus qu'un autre projectile
Confieso que vengo más de lo necesario a vagar por los pasillos. Me apoyo en las esquinas vacías de los estantes y escribo con desesperación una sarta de cosas que imagino que podría usar de premisas para una conversación en ese momento. La tipa del siguiente pasillo trae un libro de Coelho/ sé que no escatimarías en reproches esnobistas al respecto/ Acaban de surtir las copias de Elizabeth Gaskell/ ¿Si alcancé a admitirte mi culpable predilección por la chick-lit de época?/ No encuentro el libro de foto que necesito para mi siguiente clase/ Por supuesto que tú te hubieras dado cuenta de inmediato que estaba en la sección incorrecta/ Me niego a dejar los libros que saqué sin propósito alguno en el estante correcto/ Puedo oírte te sacándote un discurso sobre mi falta de conciencia social y cómo es una de las cosas que más te fascinan de mí/ Perdamos un libro... si tomo ese de Joyce y lo pongo en la sección de medicina... ¿tardarían años en encontrarlo?/ Ya sé que piensas que es uno de mis tantos síntomas de falta de atención e inmadurez.
Oui, je sens le vent
Je sens la pluie
Ressens la peine
Vengo aquí a aspirar el olor a papel viejo y amontonado. A llorar en la sección de libros en francés. A consultar en los diccionarios más gordos que encuentre todas las palabras que uso y, al parecer, no existen. Vengo a sentirme sola y estúpida, mientras el resto de las ratas bibliotecarias se me quedan viendo y procuran no cruzar por el pasillo en el que estoy hecha bolita. Vengo porque (y no sé por qué es así) aquí encuentro todo lo que era e iba a ser antes de... antes de... antes. Vengo a justificar con recuerdos intrascendentes por qué sigo esperando. Vengo a encontrar qué es lo que estoy esperando.
J'en ai assez. Arrête.
J'en ai marre. Arrête.
Tu vas m'crasser. Arrête.
Tu vas m'abattre. Continue.

viernes, 2 de octubre de 2009

Nada y un latido

Es extraño caer en cuenta que tres años de lágrimas fueron drenados en tres meses. Es un insulto, una ofensa a la inversión de tragedias de este corazón; estas cuatro partes fracturadas que latieron y se separaron un poco más al verte. Pero fue eso nada más. Un sólo latido. Aislado. Desnudo. Un derrumbe en un segundo. Crack. Pum. Splash.

Y ya.

Es obsceno que no quede ni eco ni mancha ni lastre. Que ya seas una caja de souvenirs archivada y olvidada, cuando alguna vez, por tu culpa, hubo noches que sentí que no vería terminar. Que te mire y un mísero latido sea todo lo que quede de mi saco de desatinos por ti, cuando antes solía ser un terremoto mundial. Es insultante que ya no sienta NADA.

Nada.
Tú.
Tú y la nada.
Esas palabras no iban en la misma oración. Tú eras todo, eras el inicio y el desenlace en doscientas entregas. Tú eras la mitad de mi vida y yo era un cuarto de tu corazón. Y los dos, en ese lastre de sobras y miserias, éramos un desastre a plazos.

Y nada. Hoy eres nada; y lo digo, lo repito, lo grito en todos los idiomas posibles y hasta se me llena la boca al pronunciarlo. Nada. Tu nombre es una palabra extraña, tu cara es un manchón en la mente. No sé cómo suena tu voz y no me interesa lo que tiene que decir. ¿Qué no lo ves? Ya no espero nada. Ya no te espero. Ya no quiero nada. Ya no te quiero.

Qué bien se siente estar vacía.