jueves, 3 de diciembre de 2009

Soundcheck

Le platico a la noche.
A las partículas de aire sucio.
A mi perro dormido, a mi almohada anoréxica.
A mi libreta negra que está harta de mis desaires.
A esto, que no se qué es y dónde acaba.
A cualquier cosa que me haga sentir que hay revire.
Aunque sea el eco de mi voz mormada y quejumbrosa.
Y ni eso.
No hay réplica.

Mis palabras se esfuman cuando mis dedos se separan de las teclas.
Y se vuelven nada.
Porque no sirven de nada.
No llegan a ningún lado.
No hay a dónde llegar.

Los monólogos deberían ser breves.
Yo he abusado del género.

Tengo miedo. Sí, eso. Miedo.
Pánico a dejar de hablar para darme cuenta de que hay silencio.
Que la silla frente a mí ya fue desocupada.
Que la venda ya no cubre bien mis ojos y debo recurrir a métodos más cínicos.
Y, al final de cuentas…
¿A quién le estoy hablando?

Probando, uno, dos, tres. ¿Me escuchas?
No, ¿verdad?
No importa.
La prueba terminó, de todos modos.
Duró demasiado.

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