jueves, 15 de octubre de 2009

Hoy van a llover pelos

El espejo muestra la parte más cruda de uno mismo. Nunca aprendió a mentir –aunque vaya que le ha echado ganitas. Lástima. No caería nada mal una mentira piadosa para darle un empujón al autoestima. Las verdades nunca han sido divertidas, por eso existe la ficción como entretenimiento y reactivador de la economía. No puedo enfrentar al espejo. Al menos no en unos tres o cuatro días.

Israel, mi amado asesorcito de imagen/peluquero/drama queen, se viene de la emoción trasquilando mi cabeza. “Tienes buen cráneo,” me ha dicho con la seguridad que le da su certificado de Escuela de Belleza, “y este corte va a hacer que te luzcan más los ojos.”
Admito que su cumplido bizarro y su predicción à propos de mi cara me desmotiva. ¿Realmente quiero que toda la atención se reduzca a mis pobres ojos cutres… que son la única parte de mi cuerpo que nunca he sabido controlar?

Es demasiado tarde. Las tijeras preferidas de Israel ya están haciendo lo suyo, ensuciando el piso con mis mechones desprotegidos y muertos. Me miro de frente al espejo. ¿Qué pitos estás haciendo? No lo sé, pero siento más adrenalina viendo cómo masacran mi melena que en una pinche montaña rusa traqueteada de Selva Mágica. Y más cuando escucho el zumbido de la maquinita de rape a dos centímetros de mi oído izquierdo. Me cuestiono internamente la posibilidad estúpida de pedirle que me rape de una vez, a ver qué se siente. Me convenzo de lo contrario. No creo que mi cráneo sea tan bonito.

La mejor parte es salir de la estética y cargar con la paranoia infantil de que todo el mundo me está viendo, mientras pago el estacionamiento en la máquina. Todo mundo ve mi corte de niño emo. Y todo mundo ve mis ojos. Mis ojos. Mis ojos que siempre me están delatando de todo, los muy traicioneros. Me siento desnuda, expuesta, violada, auxilio. Y siento frío en la parte de atrás de mi cabeza.

“Pues... está muy lindo. Vas a tener que usar vestidos más seguido…” dice mi madre, después de analizarme, con una sonrisa que choca con la acidez de sus palabras. “¿Tenías una manda?” se burló mi papá. “¿Por qué lo hiciste?”

¿Por qué lo hice? Hmmm… ¿por qué lo hice?

Mi mente en chinga (gracias a su mayor oxigenación) se va a un artículo que leí una vez en el Daily News:

“If you cut your hair you might be making a statement that says, ‘I don’t want to be seen as a sex object’ ”. – Sex therapist Dr. Aline Zolbrod.

“The three physical things that attract a man are a great body, beautiful long hair or great lips. So cutting off one third of your beacons of attraction doesn’t increase your chances of having Mr. Right approach you. It’s like sending a nonverbal message that you’re not interested in sex.” - Matt Titus, dating guru and author of “Why Hasn’t He Called?”

En la madre. ¿Qué hice? Ahora resulta que estoy pregonando que tengo tendencias feministoides y no quiero coger. ¿Qué, al mamerto de Mr. Right no le laten las pelonas?

“Men are usually more sexually attracted to women with longer hair. They need to have something to grab onto” – The Ugly Truth, chick-flick 2009

Anda. Mi nalguita ya no va a tener de dónde apalancarse. Me va a botar por una güera desabrida, pero con extensiones de tres metros y bubis más grandes, de paso. O al menos, alguien que no parezca niño en su pubertad.

“¿Por qué lo hiciste?”

Por huevuda. Por babosa. Por valiente. Porque estaba aburrida. Porque, a falta de montañas rusas y vida emocionante, la silla del peluquero se vuelve la mejor sublimación de mi frustración a la rutina.

1 comentario:

  1. Me gusta mucho tu blog Adris. Escribes muy padre, muy interesante. Yo de repente también escribo pero soy extremadamente novato. ¿Igual y algún día me ayudas un poquito?

    Muy padres los estornudos. Muchas felicidades.

    Atte: Totoy.

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