martes, 22 de septiembre de 2009

Elegía para mis margaritas

El cielo se está cayendo a cachos helados y duros. No me importa lo que digan, el granizo NO es normal en esta ciudad y no califica en el Top Ten de mis desastres favoritos –jamás calificará algo que me madreé desprevenida y sin paraguas. Aún así, suspendo mis actividades indefinidamente y pego mi nariz en el vidrio. Éstas son mis últimas lluvias. Mis últimos aguaceros inclementes que desgarran el cielo, parten las calles y ensopan democráticamente a cualquier pobre diablo que agarre a medio camino.

Malditas lluvias envidiosas. Han despelucado a mis pobres margaritas, han destrozado mi excusa para sonreír estos días. No se los perdonaré. Ni por eso ni por la música estridente que hacen en el tragaluz de mi casa… ni por los ríos que corren en el piso de mi cuarto… ni por derretir el panorama de mi ventana y darme una razón convincente para quedarme bajo la seguridad de mis sábanas, en vez de hacer algo productivo.
Salvé los tallos desnudos de mis flores; hay unas con dos que tres pétalos aún en su lugar que pintan un cuadro más triste que el de allá afuera. Les he cambiado el agua y las he colocado aquí junto a mí, para que sus últimas horas no las pasen solitarias. Mi perra Tara las contempla con sus orejas alertas. Los cadáveres de margaritas se van agachando hacia el suelo; están derrotadas, golpeadas por los pedazos de hielo y hechas una sopa.

Malditas lluvias envidiosas. Han despelucado mi ánimo y terminado de joderme todo el mes de septiembre. Octubre, llega pronto… tú prometes más.

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