viernes, 15 de octubre de 2010

¿Ves? ¿Ves lo que hiciste?

Se me acaban los pretextos para escribir canciones tristes.
Se me acaban las palabras
Los puntos
Las comas
El aire
Los comprimidos, el asco y la euforia artificial.
Se me acaban y es ahí donde empiezas tú y todo lo que me quita el sueño.
Y doy trescientas vueltas en la cama, miro el reloj con religiosidad y cuento horas…
Ya no cuento días.
Que pinche buena suerte.

Y me duele la boca de tanto sonreír.
Me duelen las manos, los oídos, las ganas, me duele el abismo vacío y gélido que está en la palanca de velocidades, el pelo encima de tu nariz, me duele la página 365 de El Manantial, el Espantapájaros 18 de Girondo y los primeros cuatro acordes de Slow Dancing in a Burning Room.
Me duelen las pestañas de obligarlas a no parpadear, porque me pierdo de milésimas de segundo, de milésimas de un gesto y milésimas de tiempo acumulado que no tendré que volver a esperar.
Que pinche buena suerte.

El secreto está seguro.
Sólo tu perra lo sabía todo…
Tú, yo y el pretil de la cocina.
Y la maldita puerta de tu coche.
Y la esquina de Viajes Prego.
Y un cuarto de los cafés de Guadalajara.
Y nadie más.
Creo que también el viene-viene del Rusty, ¿pero qué importa?
El secreto está seguro con él también.
Que pinche buena suerte.

No puedo concentrarme en escribir por encargo.
No puedo comer, no puedo pensar, no puedo hacer más que llenar mi mente de Belle and Sebastian y besos escritos en mi pantalla.
No puedo alegrarme de por fin haber encontrado el vestido perfecto.
De haber hallado unos tacones cómodos para no azotar y un collar cargado y aparatoso como me gusta.
De no parecer ballena jorobada enfundada en un montón de holanes color hueso y zapatos de bola de disco.
No puedo alegrarme porque no estarás aquí para verme.
Que pinche mala suerte.

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