jueves, 12 de agosto de 2010

Boarding time: 13 05 hrs

Un día antes de lo previsto. Porque me encanta echarle peligro.
Escrito el 11.08.10. Aeropuerto Paris, Charles de Gaulle. Terminal 2E.
Tiempo de conexión: 4 horas con 15 minutos.
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[…] Eso es la utilería del sueño y como siempre al despertar las imágenes se deslíen y solamente quedas vos de este lado, vos que no sos un sueño, que me has estado esperando en tantos sueños pero como quien se cita en un lugar neutral, una estación o un café, la otra utilería que olvidamos apenas se echa a andar.
-Julio Cortázar

Las salas de espera de aeropuerto son la cosa más parecida a un paréntesis. Un paréntesis cóncavo, de metal forjado, con vista panorámica a la infinidad de posibilidades allá arriba, en el tráfico aéreo, a horas de distancia. Uno se enfrenta al tedio, armado de equipaje de mano y el boleto de avión. Se sienta en una de las pinchimil sillas y observa el vaivén de maletas como si fuera ballet folclórico. Paga un café por el triple de su precio, bobea en los escaparates de bolsas estúpidamente caras, mira a extraños sin pudor alguno… y todo, todo lo que hace tiene un solo motivo: matar el tiempo establecido antes del horario de abordar.

Es un poco irónico que, dado mi historial de animadversión con la espera, ame las terminales. Pero es verdad. Las amo. No existe para mí un momento más pacífico que el de estar rodeada de un montón de gente de quién sabe dónde, la cual no volveré a ver jamás en mi vida. Esta bola de desconocidos, cautivos de un reloj y de las voces en las bocinas que hablan tres idiomas, de los cuales ninguno es el tuyo.

Todos tenemos un lugar al que vamos. Todos estamos de paso, pero nadie se va aún. Es el empujoncito para abordar hacia un lugar desconocido, y la prolongación del vacío en el estómago para los que van de regreso.

La arquitectura impersonal es lo más cálido de todo. No puedes salir de ahí, hay seguridad de un lado, y puertas de abordar en otro. Eres el jamón del sándwich formulista de los viajes, y no hay marcha atrás; pero aún no es tiempo de ir más adelante. No queda nada qué hacer, sólo esperar, y matar el tiempo de la manera que a cada uno más le convenga.

Esa pequeña libertad de gastar el tiempo siempre me pone nostálgica. Ya sabes, mi sentimiento torturador favorito. Estaba yo muy puesta, con audífonos a todo volumen y la lista de reproducción perfecta. Y se me acabó la pila. Ya había hojeado todas las revistas gratuitas (merci, AirFrance), y mi libro lo había dejado en la maleta. Así que me paré a deambular por los pasillos, a escuchar conversaciones ajenas y tal vez ir por el segundo café.

Creí haberte visto en tres salas de espera. No eras tú, pero los seguí a todos cual acosadora incidental. No había nada que hacer, y, a quién vamos a engañar, es lo más cerca que voy a estar de ti… en la forma de tres desconocidos que tenían tu pelo, o tu nariz, o tu espalda.

Me gusta pensar que pudiste haber estado aquí. Que existes en cualquier lugar, y no me sirve de nada; que no queda ni un recuerdo que rascar de las paredes de la memoria, y todo ha valido la pena.

O nada lo ha valido, y ahí está el interludio que tanto estaba esperando.

¿Dónde estás?, me pregunté estos días. ¿Dónde estás?

Dejé la pregunta escrita en todos los memos de los hoteles, en el papel de los baños públicos de la carretera, en la bolsa de mareo del asiento del vuelo AF 4899, en las etiquetas de la maleta que nunca llegó a mi conexión... En lugares de paso en los que uno nunca espera recibir respuesta. Los lugares a los que sé que jamás volveré, en los que no vas a estar. En los que nunca te voy a encontrar.

Sí, las salas de espera me ponen nostálgica. Pero pierde cuidado. Me permití cuatro horas, sólo cuatro, de debilidad. Es la belleza de estos paréntesis: no cuentan, y además con el cambio de zona horaria se borran automáticamente del día.

Me siento segura encerrada en las cajitas estas, rodeadas de detectores de metal y oficiales de migración, adornadas con tiendas inútiles y revistas de todas partes del mundo. Porque hay ni pa´ tras ni pa’ delante. No hay nada; no está aún, o ya pasó. Es un presente eterno y lleno de extraños. Estoy protegida de mí misma y de lo que me espera del otro lado del cristal y del planeta. Nada existe. Sólo este montón de gente, igual de suspendida que yo. El cochinero que dejé me espera en otro paralelo, con otra hora y otro clima.

Ésta es la antesala del resto de mi vida. De la cual ya me empezaré a preocupar cuando aborde.

Pero aún no.

1 comentario:

  1. De nuevo me sorprendes. "Las salas de espera de aeropuerto son la cosa más parecida a un paréntesis" qué gran frase para comenzar, "Eres el jamón del sándwich formulista de los viajes" qué gran descripción, "Es la belleza de estos paréntesis: no cuentan, y además con el cambio de zona horaria se borran automáticamente del día." no queda mucho más que decir.

    Buen texto, se siente la identificación, nunca había pensado así de las salas de espera, en general odio esperar, prefiero explícitamente no hacer 'nada' que estar esperando 'algo'.

    Un gusto leerte... y que viva la melancolía.

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