jueves, 1 de julio de 2010

Tantos siglos, tantos mundos, tantos carros...

¿Cuáles son las probabilidades de encontrarse con un amigo, carro a carro, por menos de dos segundos, en el tráfico de las siete de la tarde de López Mateos?

¿Cuál tuvo que ser su velocidad desde Circunvalación hasta Cruz del Sur en el carril izquierdo, para que yo –entrando de la lateral con un tráfico estratosférico y lleno de mamavans, y habiendo elegido el minuto exacto para incorporarme al carril central– haya pasado justo al lado de su coche?

¿Cuántos coches debí haber dejado pasar para que esto sucediera? ¿Si no hubiera dejado a ese viejito del Stratus gris, habría pasado?

¿O si hubiera cambiado de carril, por la desesperación neandertal y tercermundista de creer que la calle es pista de Formula 1?

¿O si el agente vial del Office Depot, inspirado por su nuevo chaleco azul de fondos desviados y mensaje subliminal partidista, hubiera tenido un arranque de legalidad y me hubiera multado por manejar y utilizar el celular sin manos libres?

¿Fue el microuniverso tapatío, la serendipia y mi elección de quedarme unos minutitos más en el baño de la redacción, fumarme sólo medio cigarro en el break, tardarme en enviar mi última nota por una llamada desde Chiapas, caminar más lento por el estacionamiento para no romper mis tacones, tomar dos kilómetros más el carril lateral y cederle el paso a regañadientes al viejo del Stratus lo que nos colocó por escasos segundos lado a lado, separadas apenas por las líneas punteadas que indican, según el manual de vialidad, que es permitido rebasar?

¿Fue todo este día cronometrado y diseñado para colocarme justo en ese pedacito de pavimento, a esa temida hora de conductores desesperados y hambrientos?

¿Cuáles son la probabilidades de que la vida –en medio de una nube de smog, relámpagos, claxons desesperados, editores tiránicos con la ortografía, presiones por terminar 100 páginas y frustraciones existenciales– me haya regalado dos segundos de tregua con una cara conocida y sonriente, sosteniendo otro volante en el carril más lento de López Mateos, cinco minutos antes de que cayera un diluvio universal?

1 comentario:

  1. Hay coincidencias aún más grandes, pero todas ellas tienen algo de placentero, como que nos sentimos afortunados cuando esto nos pasa, y nos pone a pensar e imaginar qué debió suceder para llegar a dicho instante, en el que todo ‘matchea’

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