sábado, 15 de mayo de 2010

'Amaos los unos a los otros' y demás tonterías

No me considero una persona muy comprometida socialmente con mis semejantes. El vulgo judeocristiano lo llama egoísmo; yo le llamo no esforzarse en vano. Soy incapaz de conectarme con otro ser humano de esa manera porque, siendo incómodamente honesta, yo no le tengo un gramo de fe a mi especie.

Aunque me la paso despotricando contra un chingamadral de cosas ante la menor provocación, me encabrona de sobremanera que me llamen pesimista. No lo soy. De veras. Aunque tampoco soy la morra con pompones gritándole hurras rimadas a todo mundo. Me gusta considerarme a mí misma como un buen punto medio: un ser humano que acepta la ambivalencia de su especie, y la vive. Y a veces la sobrelleva. Mi compromiso social (de los pocos que tengo y defiendo) es el de intentar, en la medida de lo posible, ser un mejor representante de mi especie. Por nadie más que por mí y la gente que he elegido dejar entrar a mi corazoncito burbujezco.

El otro día creí tener una de esas epifanías de comercial de Coca-Cola. Iba yo muy, muy molesta por las trivialidades inconsecuentes que afectan mi frágil temperamento; tráfico, incompetencia humana, déficit de sueño, PMS, y para colmo, camino al mercado en hora pico de señoras con lista kilométrica. El calor estaba como para hundirse en una alberca de hielos (frase robada de la güera), la gente apendejada al volante, las colas inmensas, mi blusa empapada y mi odio por los tumultos a todo vapor.

Llegué al susodicho puesto de frutas y verduras que mi madre me había descrito con femenina precisión (“la señora gordita que lo atiende siempre tiene un mandil color mamey… ”), odiando cada segundo que compartía aire con el resto de las señoras pachorrudas, arrastrando sus carritos, tardando HORAS en decidir si se llevan un puto melón o no, si quieren su carne en corte transversal o mariposa, “A ver Don Manuel, ¿de veras me asegura que están saliendo buenos los tomates?” y todo ese tipo de comportamiento cagante de su especie.

Había cola en el puesto. La señora delante de mí, vestida con pants afelpaditos, lentes de mosca y tinte güero Miss Clairol deslavado, tardó horrores en hacer su pedido, vacilando entre los mangos, devolviendo frutas que consideraba pasadas, exigiendo los brócolis sin hojas… cinco minutos en los que yo me dediqué a pisotearla mentalmente. Ella insistía en que quería una sandía completa, pero, por una razón que en el momento no escuché, le dieron media. Por fin la criatura despreciable se hizo a un lado y pude empezar mi pedido que consistía en una mísera sandía.

“¿Me da una sandía, por favor?”
“Uuuuy, patroncita, fíjese que la señora se acaba de llevar lo último que nos quedaba.”

No me dio ni tiempo de enfurecer internamente, de maldecir a mi madre, guardada en su casa, que me había enviado a ese infierno de diablos con tubos y uñas de acrílico para nada, ni al ejemplarcito afelpado de mi izquierda con mi sandía… la señora volteó con el ayudante de la doña del puesto y le pidió que partieran su media sandía…

Para darme a mí un cuarto.

Un acto insólito de bondad en un campo de guerra de mamavans. De repente quise ser católica y creer en esas parábolas locas del buen samaritano, pon la otra mejilla y demás chaquetas espirituales. Si pudiera haberla abrazado lo habría hecho, pero mi política de espacio vital con extraños fue más imperante. Tenía ganas de llorar. Salí del mercado con mi cuarto de sandía abrazado como si fuera recién nacidito; la prueba fehaciente de que en esta mierda de mundo y peste de ciudad aún quedan buenas personas y amabilidad entre extraños.

¿Y qué sucede cuando salgo sonriendo de aquel lugar? Mi coche está encajonado por un estúpido que, encima, dejó su coche obstruyendo una rampa de discapacitados; me asalta un viene-viene que me cobra una barbaridad por agitar su trapito y regentear un pedazo de asfalto que NO ES DE ÉL; hay otro perro atropellado en Lopez Mateos; un tránsito me echa las altas a medio día para rebasarme a más de 80 y sin sirena prendida. Llego a mi casa, y en vez de que mi madre me agradezca por haberle hecho el favor de darme la vueltota mientras ella reposaba plácidamente en el sofá, se da cuenta que le hizo falta pedirme otras cosas y me manda al súper…

Y la sandía estaba echada a perder.

1 comentario:

  1. Me gusta tu redacción, sobria, cínica, la descripción de las uñas de acrílico y los pants afelpados.

    No pienso debatirte, sino disfrutar del momento de ironía que compartes y, sobre todo, la forma en que lo compartes. Yo no soy católico, creo que más bien sería hereje por andar en rollos de meditación y esas cosas, sin embargo sí creo en el cotorreo de amar a los demás aunque sea difícil y a veces aparentemente estúpido, pero no me queda de otra si no me quiero amargar, soy muy impaciente, con una mente muy cabrona cuando quiere y con una lengua bastante filosa. Pero he comprendido que, aunque tienes razón y los seres humanos somos un caldo de contradicciones, enojarme nomás hace que me cargue la fregada a mí. O algo.

    Enfin, buena descripción, en realidad parece que vivimos en guerras pasivas mientras nuestro hermoso petróleo se jode el océano pacífico... curiosa nuestra especie, sí que lo es!

    Me gustan tus crónicas y valoro tu honestidad, esas son personas de verdad, me cagan los doble caras! y vaya que abundan en tapatilandia. Como las "Señoras Colibrí", como las he bautizado, esas que abundan en cursos como los que me gustan de meditación, etc. y que los usan más que para neta sacarles algo, como otro medio social, generalmente gordas, viciadas con el rosa y el morado que se la pasan hablando de lo maravillosa que es la vida y lo hermosas que son las criaturas del señor, como los colibrís (que por cierto son unos hijos de puta agresivos y ajerosos jaja hasta la naturaleza es irónica) y las flores y sin embargo ponen veneno de ratas y buscan condenar con pena de muerte o cosas así.

    Enfin, pues buen texto, como siempre, me gusta lo que escribes.

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