jueves, 11 de noviembre de 2010

/Staff

Levántate. Ponte esos tacones y ni se te ocurra patinar por el maldito pasillo enorme, brillante y pulido que se extiende entre la recepción y la oficina del jefe. No vaciles entre los cubículos, míralos a todos y sonríe, pero no demasiado, que te ves medio hueca… no, mija, tampoco tan seria, porque luego van y dicen que eres una apretada. Ya veeees, como se te da esa famita…

Mira que quererle hablar de usted hasta a la de recursos humanos, que tiene tres años más que tú. Mira que pedir permiso hasta para ir al baño, y vacilar ante el sonido del teléfono. Mira que… mira. Quien te viera tan volada; ni tienes derecho a cajón de estacionamiento, pero te sientes en las nubes con tu tarjeta de acceso, que pita en cada puerta que vas cruzando. Es como jugar a la empresaria, como si cargaras el portafolio de tu padre y te embarraras el labial de tu madre. ¡Ja!, si no estás tan lejos… hasta tienes que pedirle la ropa prestada a tu madre, porque no tienes aún ni una garra decente que ponerte, de acuerdo a la política de vestimenta.

Levanta la vista del cubículo. A ver si dejas de faltar tanto por tus muelas de juicio y tu rinolaringitisnosequepitos, y tus achaques que arruinan esta buena racha descomunal. Porque, a quién vamos a hacer güey, a ti eso de tener buena suerte te llega como los años bisiestos. A ver si te tragas el méndigo pastillero de una vez y te alivias, que tienes un mes de trabajos atrasados, dos semanas de rezago en tu puesto ficticio soñado, y un señorito programador que espera poder abrazarte como se debe cuando regrese de trepar su cerro.

Mientras tú… uff, mientras tú juegas a la mujer ocupada, tardas dos horas en lograr pintarte las uñas sin salirte de la rayita, te das unos cuantos tijerazos una vez más, te acomodas el saco, hojeas tu libreta estilo Hemingway que tanto ansiabas poder estrenar, y te lanzas al ruedo de las softnews como si realmente fueras la quinta maravilla… y apenas una nota te han publicado, pero si hasta quisieras enmarcarla junto a los diplomas de poesía de los noventa, que quién sabe por qué diablos tu madre no ha tirado de una buena vez.

Levántate. Ponte esos tacones. Sonríe... sí, sonríe, reverenda obtusa; tienes un cuarto de pie adentro del lugar que tanto sueñas por pertenecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario